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Columna
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Convulsiones

Enrique Gil Calvo

A la vez que la climatología nos sorprende con bruscos cambios inesperados, también el curso político agoniza entre convulsiones espasmódicas. Una anécdota de muestra nos la ofrece Iberia, que en pocos días ha padecido primero el abandono de sus puestos directivos por parte de un centenar de sus pilotos, menos leales a su empresa que a su gremio; luego un chantajista lock-out empresarial, y por fin el laudo dictado por el árbitro que impuso una autoridad que se cree liberal.

Otra convulsión mucho más llamativa ha sido la de Génova, donde han contendido dos bandos desiguales para representar al alimón un espectáculo poco edificante. De un lado, los oligarcas del planeta se han dignado ofrecer una recepción ante las cámaras de todo el mundo, escenificando una inverosímil coordinación de sus divergentes estrategias competidoras. Y al otro lado del escenario, la heterogénea internacional del turismo posrevolucionario ha congregado una ruidosa manifestación, más atraída por su festivo aire de carnaval que por su inexistente comunidad de intereses o su confuso programa reivindicador.

Por supuesto, los manifestantes están en su perfecto derecho a oponer resistencia mediante luchas de violencia más ritual que cruenta, pues no existen otros cauces a su disposición para movilizarse y formular demandas, dado el cierre consociativo del sistema oligárquico de partidos que gobiernan dictaduras o democracias. De este modo, al igual que el belicoso Romanticismo surgió como protesta contra el fracaso de la racionalista Ilustración (según analizó en tantas ocasiones el maestro Isaiah Berlin), también hoy los neorrománticos antiglobalizadores impugnan y contestan el fracasado desorden de la globalización.

La novedad es que hoy los poderosos se baten en retirada, una vez desacreditado el espejismo de la nueva economía. El pánico financiero y la debacle de las empresas tecnológicas han pinchado el globo de la burbuja especulativa, convirtiendo la pasada fiebre del oro digital en el presente alarmismo recesivo. Y en consecuencia, las nuevas generaciones informatizadas, tras descubrir que el emperador está desnudo, han encendido fogatas de protesta acampadas a las puertas de su palacio, en la sospecha de que éstas ya nunca se abrirán para ellos.

Pero un ejemplo peor de convulsión doméstica es el proporcionado por los dos partidos que aquí se alternan en el poder. A la vez que los socialistas celebraban una conferencia destinada a su regeneración, simultáneamente escenificaban con el partido del Gobierno un obsceno reparto por cuotas de aquellos poderes jurisdiccionales teóricamente encargados de controlarles a ellos. Es verdad que por el momento el pasteleo no ha logrado consumarse, pero sin duda su arreglo se alcanzará antes o después, dada la implícita colusión partidocrática que les permite compartir paritariamente la irresponsable impunidad del poder.

Es todavía pronto para saber qué dará de sí el rediseño de la imagen socialista consensuado este fin de semana, hasta que sus bienintencionados compromisos se traduzcan en disposiciones efectivas. Pero en cambio, por lo que hace a su rival del Gobierno, sí se puede ya establecer un preciso balance de fin de curso, sin espacio para poder entrar en mayores detalles. Hace medio año, cuando estalló la crisis de las vacas locas, me referí a la fatiga de Aznar. Pues bien, desde entonces su declive no ha hecho más que agravarse, siendo ya públicamente reconocido incluso por los portavoces de sus medios afines.

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Y la muestra más evidente de su impasse la tenemos en la incapacidad para digerir su derrota en Euskadi, donde se ha producido la peor convulsión de todas. Por primera vez, el PNV ha ganado con un programa soberanista, y ahora Ibarretxe está en su derecho de tomar la iniciativa imponiendo en la agenda el debate de autodeterminación. ¿Y cómo responde Aznar ante semejante convulsión? Se limita a reiterar la obviedad de que no se puede ceder al chantaje de la violencia. Pero ésa no es razón, pues ahora el PNV ya no se apoya en el chantaje de ETA sino en los votos de Ibarretexe. ¿Y qué otra salida queda?

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