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Columna
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Los no resignados

Andrés Ortega

El temor ante las manifestaciones de globalizadores alternativos el próximo fin de semana en la cumbre del G-8 en Génova, o el hecho de que la Organización Mundial del Comercio vaya a celebrar su próxima reunión en Qatar, reflejan no ya un problema real de orden público, sino el distanciamiento entre la política y una parte de la ciudadanía que va marcando terreno. Globalizadores alternativos, conviene llamarlos, y no antiglobalizadores, pues lo que, en general pretenden estos movimientos que se desarrollan sobre la base de oportunidades que brinda la globalización es otra globalización, como quedó de manifiesto en el curso sobre Pros y contras de la globalización la semana pasada en El Escorial. Susan George, la autora del Informe Lugano, prefiere hablar de 'neointernacionalistas' que defienden un 'nuevo tipo de solidaridad'. Antiglobalizadores, de verdad, son los sectores que pretenden mantener el proteccionismo más reaccionario y la defensa de sus intereses estrechos, que también estaban en Seattle.

Pese a las teorías conspiratorias sobre la fase actual de la globalización económica, ésta no tiene un plan de ruta. Las alternativas a esta globalización tampoco, aunque otros probablemente opinen de modo diferente. No hay pizarras con los caminos pintados, como no los hubo en las sucesivas revoluciones industriales. Si acaso, lo que hay son agendas, o propuestas parciales de reformas, salvo para los rupturistas. Génova, según Ramón Fernández Durán, miembro de Ecologistas en Acción, va a marcar un punto de inflexión, no porque los gobiernos empiecen a asumir los postulados alternativos, sino por la amplitud de la manifestación: se espera que en torno a unos 100.000, que, si no se les deja entrar, colapsarán las fronteras de Italia, paralizando la entrada de turistas por tierra. Para los alternativos y parte de la izquierda italiana, es también la ocasión de la primera gran manifestación contra el Gobierno de Berlusconi. Pero en este mare mágnum hay movimientos que ponen por delante la violencia, lo que puede echar por tierra la imagen de las protestas, y hacer pasar a un segundo plano el debate de las ideas.

Debate de ideas, entre otras cosas sobre modelos de producción y de consumo, haylo y debe haberlo. Un mundo de más de 6.100 millones de habitantes y que sigue creciendo tendrá que inventarlo, aunque no es fácil. Hace unos meses le preguntaron al presidente surafricano Thabo Mbeko qué modelo quería para sus ciudadanos. Y contestó: 'Pues el mismo: vestirse decentemente, tener una buena sanidad y educación, disponer de un coche y poder hacer turismo, etcétera'. Es decir, que los no globalizados quieren estar globalizados, aunque los alternativos pretenden que se les globalice de otra forma. De hecho, parte de estas pretensiones comienzan a entrar en las agendas políticas. En muchos aspectos -no todos-los alternativos han ido por delante de la política clásica, de los partidos y de unos sindicatos que ya se dejaron adelantar por el movimiento de parados en Francia, que ahora se han quedado rezagados y pretenden estar presentes en las manifestaciones, aunque sólo sea con sus banderas.

Lo que ha cambiado en unos años en estos movimientos es que han conseguido crecer y difundir un mensaje de no resignación ante la inevitablidad de un modelo de globalización que algunos califican de 'neoliberal' y otros consideran que está dirigido por las multinacionales. Lo que la situación reclama es politizar la globalización. El vacío de política en la globalización lo han llenado las multinacionales, el derecho y los arbitrajes privados, que, según la socióloga Saskia Sassen, llevan a una 'relocalización de la capacidad de regular'. La gobernación global requiere probablemente una forma no jerárquica de hacer política, aunque ese liberal pesimista que es John Gray no cree posible el control político de la globalización. Como cuando en Génova, dirigentes nacionales se reúnen para hablar de problemas globales, la distancia política parece darle la razón a Gray.

aortega@elpais.es

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