Eterno toque de queda en Hebrón
Un puñado de familias judías 'secuestra' a 40.000 palestinos
El Ejército israelí ha decretado por cuarto día consecutivo el toque de queda sobre el casco antiguo de Hebrón, en castigo por la muerte de dos colonos judíos la semana pasada. La orden mantiene enclaustrados en sus casas a más de 40.000 palestinos, una tercera parte de la población. La milicia paramilitar de los colonos patrulla arrogante por las calles desiertas, imponiendo con impunidad sus normas, con las que tratan de proteger la vida de su exigua comunidad ultraortodoxa, compuesta por 60 familias.
Afnan Attaya Jebrini, de ocho años, la primera en la escuela islámica de niñas del barrio antiguo de Hebrón, ha podido escaparse del asedio. Desde el sábado por la noche se encuentra internada en la unidad de cuidados intensivos del hospital Al Ahli como consecuencia de una herida de bala en la espalda.
'Mi mujer y mis tres hijos estábamos en casa, cumpliendo con la orden de toque de queda, cuando los colonos empezaron a disparar contra nuestras ventanas y alcanzaron a mi hija, que estaba en su dormitorio', explica Attaya Jebrini, de 34 años, camarero, vecino de Hebrón de toda la vida, mientras espera con la ropa manchada de sangre, en los pasillos del hospital, el último dictamen de los doctores.
El calor empieza a hacerse insoportable en Hebrón. Una mujer entrada en años desafía las órdenes de los soldados israelíes y se asoma al balcón para buscar una brizna del aire cálido del mediodía. Es el preludio de siete días de viento ardiente del desierto, hamsín. Un adolescente, trastocado por el dolor y la exasperación, se ha lanzado a la calle para sentarse ante un control del Ejército, muy cerca de donde dos colonos ultraortodoxos leen en voz alta la Torah, mientras acarician su fusil M-16 de asalto. Ellos también parecen estar locos.
'Los vecinos del barrio antiguo de Hebrón han aprendido a vivir en un permanente y hermético toque de queda. Siempre tienen algo en la despensa. Hacemos todo lo posible para ayudarlos; no es mucho', afirma César Martínez, responsable de la sección local de Médicos sin Fronteras, una de las escasas organizaciones humanitarias que pueden moverse por toda la ciudad en los momentos más difíciles.
No patrullan solos. El Equipo de Cristianos Pacifistas (CPT) recorre constantemente las calles de la ciudad antigua tratando de localizar entre la desolación y el miedo a las víctimas del asedio. Les protegen simplemente con su cuerpo. Sólo trabajan aquí y en Colombia. Llevan, a modo de distintivo, en la cabeza una gorra de visera roja, el mismo color de la bandera de los 80 hombres del Temporary International Presence in Hebron (TIPH), creado en 1996 tras la matanza de una veintena de palestinos por los disparos del colono Baruch Goldstein. Pero nadie es capaz de extirpar el odio.
Una octavilla editada muy cerca de la Tumba de los Patriarcas y distribuida por las sinagogas de Cisjordania convocaba ayer a los colonos radicales a tomarse la revancha contra los palestinos. Bajo el título Queremos justicia, queremos violencia, afirmaban que 'sólo los ataques garantizarán que la sangre de los judíos no se ha vertido en vano'. Como si la respuesta fuera automática, el centro de Hebrón ha quedado sumergido en el estruendo de un tiroteo. Los soldados están disparando sobre la colina de Abu Sneineh, donde un grupo de palestinos acaba de enterrar a su penúltimo muerto.
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