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CARTAS AL DIRECTOR | CARTAS AL DIRECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Réplica

Porque tenía cierto aprecio por Antonio Elorza como historiador (mucho menor como analista político), he leído con perplejidad la columna Huir en Euskadi (6-7-2001), que dedica a comentar un libro mío reciente, El escudo de Arquíloco, que manifiestamente ni tan siquiera se ha molestado en hojear. Si lo hubiera hecho habría encontrado que buena parte de él se dedica precisamente a intentar contestar la larga serie de preguntas que Elorza no sé muy bien si me hace o se hace: '¿Por qué es el Estado-nación incompatible con la aplicación de los valores democráticos?', etcétera.

Aunque lo cierto es que quizá tampoco hubiera servido de mucho que lo leyera. Al parecer, Elorza ha leído a Esquilo e incluso a Sófocles, y ello, sin embargo, no le impide presentar como contrafigura de Arquíloco a un Etéocles demócrata que habría hecho morir de risa a su hermano Polinices.

No merecería la pena contestar la ignorante y viperina columna de Elorza si no fuera porque hay en ella, bajo la desatinada comparación con personajes griegos, una alusión que sólo puedo calificar de miserable: 'La postura de Aranzadi... tiene algo de la de Temístocles al ponerse bajo la protección del rey de Persia. No se limita a abandonar su escudo y huir. Toma su lanza y sigue en el combate, aunque desde otro campo'. En boca del maniqueo Elorza, eso sólo puede significar que considera que he cambiado de bando, que me he pasado al tirano, a los malos, al PNV, y quizá también -la insidia ha sido sugerida en otros casos de 'demócratas disidentes' con el Comité Central de la Cruzada mayororejista- que he comprado así una supuesta seguridad frente a ETA.

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Le sugiero a Elorza que lea el libro que critica porque me extrañaría mucho que la lectura de Sangre vasca, especialmente del capítulo tercero sobre Racismo, religión y antropología vasca, pueda producirle alguna satisfacción o complacencia al 'rey de Persia' (¿Arzalluz quizá?) o a cualquier nacionalista vasco: mantengo en ese volumen la misma actitud crítica inclemente ante el racismo, el etnismo, el milenarismo y el nacionalismo de ETA y del PNV que mantuve hace 20 años en Milenarismo vasco. Simplemente añado algo que a Elorza parece resultarle impensable: que ese racismo, ese etnismo y ese fundamentalismo religioso no son incompatibles con la democracia como forma de gobierno, como atestiguan los democráticos EE UU y el democrático Israel (lo cual obliga a reflexionar sobre las múltiples significaciones de 'democracia') y que los mismos valores organicistas, naturalistas y tradicionalistas (antidemocráticos en suma) que subyacen a Lizarra presiden el preámbulo de la Constitución española.

La complacencia con que Elorza acaba recordándome que Arquíloco era 'servidor del imperante Enyalos' me sugiere que, más allá del reproche a mi posible sobrevaloración de la actitud moral del poeta desertor, lo que subyace es su incapacidad de imaginar siquiera que se pueda intentar ejercer la reflexión intelectual sin ponerse al servicio de alguien. O sin buscar que alguien se ponga a su servicio.

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