Las trincheras de la música
Tenía previsto desde hace unas semanas dedicar hoy, al hilo de la actualidad, este espacio a Schönberg, del que se cumple la próxima semana el cincuentenario de su muerte. Pero otra actualidad más urgente, o más a pie de calle, me ha hecho cambiar de idea. El caso es que en Barcelona se están celebrando, desde el pasado lunes hasta mañana, viernes, unas maratonianas jornadas, de nueve de la mañana a nueve de la noche, sobre Escuelas municipales de música, educación y cultura para todos, auspiciadas por la activa Asociación Catalana de Escuelas de Música, el Ayuntamiento y la Diputación de Barcelona y la Federación de Municipios de Cataluña. A través de debates, cursos, mesas redondas e intercambio de experiencias, se pretende crear un foro de reflexión entre los diferentes sectores implicados de una u otra forma en el funcionamiento de las escuelas de música y, en definitiva, dar el impulso que la sociedad española está demandando de esta actividad. Un tema de este calibre bien merece un comentario.
En primer lugar, por las notables brechas abiertas entre la música y la sociedad. Se ha repetido hasta la saciedad en los últimos meses el limitado porcentaje de ciudadanos que acude a los conciertos en España según datos suministrados por organismos oficiales, se ha insistido en el envejecimiento de los públicos y en el desapego de la juventud a la música clásica, y se ha constatado la pérdida de cultura musical en territorios tan naturales y democráticos como el del canto. Tampoco está de más echar un vistazo a tópicos que condicionan el contacto espontáneo con la música de sectores considerables de la sociedad española, con prejuicios del tipo 'es que no entiendo', 'es que es muy aburrido'. Cuando uno piensa en cómo se podrían resolver estos vicios, que llevan camino de convertirse en crónicos, la palabra que viene a la mente de inmediato para ejercer de medicina salvadora es, evidentemente, educación. Pero, ¿qué tipo de educación? Ahí está la madre del cordero, aunque en la búsqueda específica de una armonía entre música y sociedad todos los caminos conducen a la educación impartida en las escuelas de música. Es cuestión, simplemente, de sentido común, pero ya se sabe que, desgraciadamente, el sentido común es un bien tan escaso como el petróleo. O más.
Hay que insistir una vez más, porque sigue existiendo mucha confusión al respecto, en que las escuelas de música no tienen nada que ver con los conservatorios. Las escuelas de música, en la denominación consolidada por todo el entorno europeo, son centros de aprendizaje no profesionales, a los que se va por el mero hecho de aprender el arte de los sonidos y no para desarrollar una carrera de instrumentista. Si hay un deseo de profesionalización se puede dar el salto al correspondiente conservatorio, pero el objetivo primordial de las escuelas de música no es la formación de profesionales, sino la estimulación del sentido musical en su abanico más amplio. Por supuesto que en las escuelas de música pueden existir coros, orquestas y hasta sextetos de viola de gamba, pero exclusivamente por el placer de hacer música. La filosofía de las escuelas de música está más cercana al espíritu lúdico que al puramente virtuosista. Es precisamente ese lado social y no especializado lo que determina su importancia trascendental en la formación integral de la persona y en la sociología de la cultura.
Las jornadas catalanas contemplan cursos de lenguaje musical con y desde el instrumento, formación musical en edades tempranas, jazz en la educación musical, pedagogías de grupo, etcétera. Hay, entre profesores y alumnos, destacados supervivientes de la cultura de la solidaridad (Violeta Hemsy de Gaínza, Dolors Bonal) y está, además, al completo la generación docente del relevo, héroes anónimos de nuestro tiempo en el terreno musical, por su dedicación a una labor callada que no tiene la recompensa periódica de los aplausos del público o el reconocimiento de los medios de comunicación, pero cuyo valor social es de una importancia decisiva.
Hace seis años, en estas mismas páginas, reivindiqué el carácter revolucionario que para nuestro país suponía el proyecto de las escuelas de música, dada la posibilidad evidente de modificación del peso de la música en el contexto social. Sigo pensando lo mismo. A la perfección lo han entendido, por ejemplo, los países nórdicos y así les va, musicalmente hablando. ¿Lo habría entendido también Schönberg? Probablemente. Me inclino a pensar que incluso habría apoyado la sustitución del recuerdo de su cincuentenario por esta nueva defensa apasionada de las escuelas de música. Al fin y al cabo, Schönberg tiene ya todo el pescado vendido.
Babelia
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