Contra el globalitarismo
La globalización dirigida por el fundamentalismo de mercado amenaza las bases de la vida natural, individual y social. No es algo que denuncien, sólo, los movimientos y los activistas que se pronunciaron en Seattle contra la reunión de la Organización Mundial del Comercio, pomposamente bautizada como la Ronda del Milenio, en la que se pretendía avanzar en el proceso de liberalización económica en beneficio de los países más ricos. Incluso desde las filas del capitalismo se alzan voces contra el globalismo. Tal vez la más conocida de estas ha sido la de George Soros, multimillonario financiero de Wall Street que en septiembre de 1992 llevó al Banco de Inglaterra a una situación de quiebra técnica (sacando la libra del Sistema Monetario Europeo) mediante movimientos especulativos que le hicieron ganar, en un solo día, dos mil millones de dólares. Fue este tiburón financiero quien, en febrero de 1997, publicó un largo artículo titulado La amenaza capitalista en el que, en resumen, venía a decir que tras la caída del Muro de Berlín y la desaparición de las grandes ideologías totalitarias, la mayor amenaza contra la democracia y la libertad proviene del capitalismo global. Un año después insistió y profundizó en esta tesis en el libro La crisis del capitalismo global, donde reivindicaba una sociedad y una política globales que estabilicen y regulen el funcionamiento de la economía global, intrínsecamente inestable.
Son cada vez más los autores que, desde perspectivas muy distintas, están planteando la absoluta necesidad de recuperar el control político sobre los mercados globalizados mediante una regulación que compense y reconduzca la tendencia a la desestabilización de los mercados libres y al aumento imparable de la precarización que éstos provocan. De continuar así, el globalismo está destinado a provocar cada vez más contramovimientos de rechazo en la forma de populismos y fundamentalismos de toda laya, generando una situación internacional cada vez más anárquica, con estados y regiones compitiendo entre sí, en ocasiones militarmente, por el control de los recursos escasos.
Como han destacado los más importantes analistas de nuestra historia económica y social -desde Weber y Marx a Tawney o Polanyi-, la idea del libre mercado no es más que una ficción. Tan poco natural es el mercado libre que su construcción fue posible sólo -¡que gran paradoja!- mediante la acción consciente de unos estados centralizados que declararon la guerra a todas las instituciones sociales y políticas de mediación, especialmente los sindicatos. Los libres mercados son instituciones engendradas por el poder estatal y se mantienen sólo porque el Estado es capaz de impedir que las necesidades humanas de seguridad y de control del riesgo económico encuentren expresión política. Así pues, si el libre mercado global es una construcción política sólo posible gracias a la acción o a la omisión de los estados, todas las propuestas para combatir el actual globalismo humanicida se basan en la recuperación del control político de los procesos económicos. Se trata de propuestas que buscan vincular de nuevo los procesos económicos con las colectividades humanas, de manera que los costes sociales, ecológicos y hasta morales de la actividad económica recuperen visibilidad ante los ciudadanos.
Anteayer fue en Barcelona. Una vez más, miles de personas han ocupado pacíficamente las calles con una crítica de fuerte contenido moral que hace patente la vergonzosa desnudez de un emperador que gusta vestir los vistosos ropajes de la democracia y los derechos humanos pero que, al cabo, no deja de incumplir sus propios valores fundacionales cada vez que desarma un poco más a la sociedad frente al ímpetu de los mercados. No están contra la globalización, a ver si de una vez por todas queda claro. No pueden estarlo cuando buscan globalizar los derechos humanos. Están contra el globalitarismo, que es la forma en que hoy se manifiesta el más cruel de los totalitarismos.
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