_
_
_
_
_
CRÓNICAS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El placer inteligente

Juan Cruz

Lo que le pasa a Madrid es que es una ciudad que no sabe lo que tiene y lo oculta, lo malvende o, en definitiva, lo pospone, lo mete debajo de cucharadas de cemento o de aburrimiento, lo hace añicos o lo olvida. Es una ciudad aburrida, dominada por aburridos ediles que están más preocupados por los entorchados de sus actividades públicas que por la felicidad de una de las ciudades más bellas del mundo. ¿Una de las ciudades más bellas del mundo? Ahora mismo, por ejemplo, Madrid está levantada otra vez, sus peatones se caen en zanjas que ayer fueron otra vez zanjas, y hay ruido por todas partes, todo hace ruido. El calor es sofocante, no hay sino calor, y ésta es, válganos Dios, la ciudad a la que la gente se refiere como si fuera el centro neurálgico de una conspiración contra todos los que no son de Madrid.

Madrid es una ciudad sin convicción ni convicciones; es capital de España, pero no es capital de nada, en ella no hay ni nacionalistas. Podría haberse dicho alguna vez que fue la capital del teatro, pero ya no hay teatros: Andrés Amorós, que dirige en el Estado la política de los teatros, decía hace unos días cuánto costaba encontrar en Madrid un escenario para hacer teatro; lo que se hace en los teatros ya es otra cosa, u otras cosas. Se diría -y esto se dice, en efecto- que podría ser la capital del arte, porque aquí hay tres museos en hilera cuyos fondos y cuyos objetivos, incluso, tirarían para atrás cualquier competencia. Calvo Serraller, el crítico de este periódico que ahora acaba de publicar un libro espléndido, El arte contemporáneo, decía en la presentación de su obra que España -y Madrid con ella- ha dado de sí durante los años de la democracia una abundancia suficiente de arte moderno como para que uno pueda hacer por ella la excursión que él mismo propone en el esqueleto gráfico de su libro. Pero Madrid no vende eso, no lo apoya en la calle ni en los comercios, en el aeropuerto o en el metro, no lo dice, no le da la gana decirlo. Quien llega a Madrid piensa que no llega al territorio del Museo del Prado, por ejemplo, sino que viene a una autopista que tiene un taxi al principio y una estafa, o unas papas bravas, al final.

Ciudad que podía proponerse como capital del cine, o de los cines, pero ni lo dice ni lo hace, no hace atractivo el paseo por sus carteleras, ni ha convertido sus diversas propuestas de industria en un paisaje común, en un acicate contundente. O podía ser, durante este año, porque así ha sido propuesta, Capital Mundial del Libro, pero reduce su contribución al evento llenando de libros encapsulados uno de sus más emblemáticos monumentos, la Puerta de Alcalá, animada ahora por un cartelón enorme del que hablaba aquí el otro día José María Guelbenzu: 20.000 libros para América Latina. ¿Son los que necesita América Latina? ¿Dónde en América Latina? ¿Por qué siempre que pensamos en amontonar libros pensamos en América Latina? ¿Saben los que recopilan estos libros cómo son las bibliotecas, las escuelas o las necesidades de América Latina?

Por no tener no tiene ni lugares públicos donde acoger la cultura y su desarrollo; están, sin duda, el Círculo de Bellas Artes, la Casa de América y la Residencia de Estudiantes, por ejemplo, y en esa estrecha geografía cultural se tiene que hacer todo lo que, como decía Eugenio d'Ors, se nos hace después de las ocho de la tarde... Ahora, además, el principal museo del país, el Prado, está en discusión porque sus dirigentes actuales le quieren dar un poco de marcha, abrirlo más al público y a la vida, y los conservadores -valga la redundancia- han sacado su hacha de matar ideas...

En fin, Madrid es un desastre. Además, es una ciudad sin nacionalistas; nadie se ofende aquí porque uno diga, en sucesión, todos esos denuestos sobre la ciudad que nos acoge, en la que viven cientos de miles, millones de seres humanos que una vez vinieron y a pesar de ello, o por ello, aquí se quedaron quejándose del tráfico, de los alcaldes sucesivos, del ruido, de la contaminación, de la falta de convicciones que tiene Madrid... A veces, ése es su principal encanto.

Y en medio de ese encanto que tienen sus carencias, Madrid celebra algo, y le toca esta vez a uno de sus proyectos más hermosos y también más floreciente, acaso porque es escaso: el Teatro de la Abadía cumple cinco años. Parecen más, porque el teatro (de la Comunidad de Madrid) de José Luis Gómez ha hecho mucho, y se ha ganado su eslogan: el placer inteligente. A veces, Madrid tiene estas cosas. Espero que las diga.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_