París recibe el verano con una apoteosis de la mejor escultura española contemporánea
Una gran antológica de Chillida en el Jeu de Paume se suma a una colectiva en el Palais Royal
El Jeu de Paume, desde que se ha convertido en Galería Nacional de Arte Contemporáneo y tiene como comisario a Daniel Abadie, ha acogido a un buen número de creadores españoles: Antoni Tàpies, Jaume Plensa y el Picasso erótico figuran entre ellos. Eduardo Chillida viene ahora a sumarse a la lista.
El impoluto edificio situado en las Tullerías ha aceptado cubrir su suelo de una tierra negruzca, material salido de una fundición que sirve para situar la obra del escultor vasco en su contexto.
Un centenar de piezas, realizadas entre 1951 y 2000, en hierro, madera, mármol, terracota o papel, llenan las dos plantas de la galería. La primera época, ya desde formas que luego irán estilizándose más y más, remite aún a objetos que podemos identificar, aperos de labranza o útiles de trabajo de carpintero, un puente tendido hacia la tradición rota, la de los Gargallo y Julio González. Luego surge ya el Chillida inconfundible, con formas muy personales, siempre trabajando sobre las relaciones entre espacio y forma, línea y límite, vacío y volumen.
'Lo profundo es el aire', ha escrito Jacques Dupin refiriéndose a Chillida y su concepción del espacio. Otro gran poeta, Yves Bonnefoy, admira en el escultor su capacidad para conciliar una modernidad radical y unas raíces profundas que se pierden en lo esencial. 'Las ortogonales en las esculturas de Chillida nos recuerdan las formas precolombinas o de la China, sobre todo a ese Extremo Oriente en el que las artes son a la vez tan elaboradas y sutiles como autocontroladas por su vínculo con la naturaleza, con lo que ésta tiene de más inmediato y bruto: lo que hace que nos agraden los puntos cardinales, lo alto y lo ancho, la masa, todo lo que ocupa un lugar en el mundo y no en la abstracción del espíritu'.
La procedencia de las obras reunidas en París es muy diversa y un testimonio del interés y aprecio que ha despertado el trabajo de Chillida en todo tipo de instituciones y lugares. En el Jeu de Paume vienen de Houston, Teherán, Nueva York, Madrid, Sevilla, Vaduz, París, Barcelona, Zúrich, México, Londres o Duisburgo, de museos públicos o de galerías privadas, de coleccionistas particulares y de la propia colección del artista.
Se trata de la primera antológica que se dedica a Chillida en Francia, país en el que un coleccionista como Adrien Maeght, una galería como Lelong o una institución como la Unesco se mostraron pronto receptivas a su obra. Mientras Chillida era aún un ex estudiante de arquitectura y un ex portero de la Real Sociedad, mejoró su formación como escultor visitando París y viviendo en Francia; conociendo a Brancusi, Ellsworth Kelly o Pablo Palazuelo; participando en unas primeras exposiciones colectivas antes de sentirse lo bastante fuerte como volver de nuevo a su casa, para abandonar la luz cegadora de Grecia y reencontrarse con 'la luz negra del Atlántico', en expresión del Chillida desorientado, vacilante, que necesita no dejarse deslumbrar por las mil vías posibles para seguir la que será la propia.
Para Daniel Abadie la escultura de Chillida es 'un desafío lanzado a la ley de la gravedad' y una lucha constante 'para conciliar los contrarios'. La limitación de materiales y colores, la obsesión por profundizar en unas mismas formas, por explorar las posibilidades de unos temas sin salirse nunca de un canon fijado por el propio artista, cobran todo su sentido cuando se tiene la posibilidad de recorrer 50 años de trabajo en apenas una hora de visita a la galería. El resultado es que la antológica de París, sin sorprender, sí está repleta de sorpresas, de obras desconocidas que acaban de configurar los detalles de una trayectoria conocida.
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