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Columna
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Jospin, Schröder y los nacionalistas

España es como cualquier otro país, con la salvedad siguiente: que no se conoce de cierto cuál será su organización territorial dentro de tres, cinco o 10 años. Existen disensiones nacionalistas graves y una incertidumbre no resuelta sobre lo que convendría hacer para que las aguas vuelvan a su cauce. Al factor indígena, se suma el europeo: tampoco sabemos cómo será definitivamente Europa, ni los efectos que para nuestro propio orden interior podría tener la fórmula de integración continental que acabe por imponerse. Por esta razón ha despertado interés en Madrid -y por supuesto en Vitoria y Barcelona- el pulso que a propósito de Europa están manteniendo Schröder y Jospin. Sobre el papel al menos, el modelo de Jospin es el menos hospitalario para los intereses nacionalistas. ¿Por qué? Porque el modelo consagra a los Estados nacionales ahora existentes como intermediarios autorizados y decisivos entre Bruselas y la masa ciudadana. En este esquema, el País Vasco o Cataluña sólo conseguirían tener una voz realmente propia si egresan de Europa, se ponen a la cola de quienes esperan ser admitidos en la Unión, y dan tiempo al tiempo. La aventura encierra costes potencialmente enormes, y no es del gusto de CiU ni del PNV, cuyo temple, en lo social y económico, propende a lo conservador.

La estrategia convergente y peneuvista va por otro lado. Consiste en que España permanezca nominalmente en el mapa, aunque muy debilitada y demediada. Se mantendrían los mercados, se mantendrían arreglos -tal el Concierto Económico- cuestionables desde el punto de vista europeo, aunque sumamente ventajosos para los nacionalistas, y se practicarían luego políticas que, de hecho, equivalieran a la independencia. La cuestión es sobre todo urgente para el PNV, que desearía tener la impedimenta a punto antes de 2004, año en que se celebrará la Conferencia Intergubernamental. Pasemos, pues, de Jospin a Schröder. ¿Favorecería el proyecto Schröder las ambiciones nacionalistas?

En cierto sentido, sí. En cierto sentido, se ignora. Y en cierto sentido, da lo mismo. Me explico... En esencia, Schröder ha envuelto en retórica europeísta un artificio para resolver cuestiones internas alemanas. Schröder quiere poner vaselina entre sus länder, que legislan con frecuencia en conflicto con Bruselas, y esta última. Y para ello ha inventado un principio de subsidiariedad que devuelve competencias a los Estados nacionales. Esto suena a barrer para dentro. Y lo es. En compensación, ha hablado de un orden federal europeo y del fortalecimiento de las instituciones europeas. Y aquí, como se dice en fútbol, nuestros nacionalistas ven hueco. En la medida en que el fortalecimiento institucional de la cúspide desdibuje o torne borrosos los perfiles de los elementos intermedios -en este caso, los Estados nacionales-, cobrarán protagonismo las unidades de rango inferior. El propio apaño alemán tiene ecos atractivos para peneuvistas y convergentes. España funcionaría como escudo contra la invasión legislativa de Bruselas, mientras los länder carpetovetónicos -echen a volar la imaginación, e incluyan en el cómputo las unidades que prefieran- se las arreglan entre sí. Naturalmente, el paralelismo concluye aquí, por un motivo doble. Uno, el régimen interno español no sería federal, esto es, no estaría inspirado en la igualdad entre las regiones. Y, dos, sería, inestable. Puesto que nuestros nacionalistas son eso, nacionalistas, y por lo mismo, incompatibles con cualquier acomodo que constriña perdurablemente sus aspiraciones expansivas.

Sea como fuere, y esto es lo más importante, no parece prudente tomarse a Schröder demasiado en serio. Desde el acuerdo de Berlín de 1996, Alemania ha expresado de modo inequívoco su voluntad de restringir el porcentaje del PIB destinado a la financiación de la Unión. Y sin sacrificios fiscales, no se construye un Estado europeo. ¿Atenuará la inconsistencia del plan Schröder el activismo de nacionalistas vascos y catalanes? No. Cualquier tensión que altere el statu quo y provoque grietas será recibida como una oportunidad para plantear reformas interesadas del edificio. Nuestros nacionalistas saben que el movimiento se demuestra andando. Y la voluntad nacional, también. De modo que, entre Jospin y Schröder, preferirán a Schröder.

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