_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Luces de un hombre oscuro

Fue Kubrick un gran artista obsesivo y perfeccionista, además de un astuto cineasta francotirador pertrechado con un refinado oficio, un frío poeta con vocación de oscuro, aunque en esto el tiro le salió por la culata y lo mejor de su obra alcanza elevaciones infrecuentes de nitidez geométrica y diafanidad.

Fue tambien Kubrick un contradictorio hombre público escondido y con alergia a los focos, del que cuentan que en las horas negras era torturado por una megalomanía sin límites, propia del aprendiz de Dios que algunos de sus guionistas intuyeron en él al percatarse de que, sin saber poner una palabra detrás de otra, convertía en suya con total impudicia la imaginación ajena. Era una esponja sedienta de autoría, que no dejaba ver el lado sombrío de su moral depredadora. Y de su blasfema pasión de Dios al que nada le está vedado, viene la lejanía que tendía entre espectador y pantalla, sobre todo a partir de 2001..., y que toca cumbre en La chaqueta metálica.

Más información
Un documental indaga en la zona oculta de la compleja personalidad de Kubrick

Aunque estaba en los antípodas de los peliculeros de acera neoyorquina de los años cincuenta, de la escuela de geniales chapuceros junto a los que se forjó, fue Kubrick -aunque idolatraba la relojería de la industria visual de Hollywood- uno de los que abrió camino a la artesanía casera del cine independiente, como su padre Orson Welles, al que imitó exiliándose a Europa, aunque con las espaldas cubiertas por la astucia que a Welles le faltaba, lo que le permitió, a partir de Dr. Strangelove y Barry Lyndon, trazar para su carrera un dorado camino sin vuelta, que le permitió hacer en Londres, a su manera y en plena libertad, cine americano sin América.

Odiaba Kubrick a ese Hollywood cuya maquinaria de precisión tan íntimamente necesitaba. En el rodaje de Espartaco sintió -al mismo tiempo que percibía su dependencia de aquella exacta maquinaria de producción- en su propia carne el mordisco de una lógica de producción que le impidió dar cuerpo a su idea del filme y le obligó a poner su talento y su oficio al servicio de otra idea ajena, contraria a la suya. Y se propuso, y logró, la quimera de hacer cine de autor, complejo y no efímero, con las proporciones financieras y los soportes técnicos de un opulento espectáculo de cine de usar y tirar.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_