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Tribuna:TRIBUNA SANITARIA
Tribuna
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Diez minutos y Confucio

Hace unos meses se creaba una plataforma de médicos generales del sistema nacional de salud que reclamaba un mínimo de 10 minutos por visita. Distintos medios profesionales se hacían eco de esta reivindicación que, a primera vista, parece totalmente razonable. Sin embargo, si recordamos que España es uno de los países del mundo que disponen de más médicos por habitante, alguna cosa no cuadra.

Aunque, de acuerdo con los datos de la Fundación CESM, en junio de 1999 el número de médicos de familia y generales era de unos 58.500, y el de especialistas en pediatría de unos 2.800, estas cifras no parecen correponderse con las de los facultativos que trabajan en el sistema público. A partir de los datos de la Comunidad de Madrid y los de Cataluña, puede estimarse que la atención primaria de salud en España dispone de unos 27.000 médicos generales y pediatras de cabecera. Es decir, cada uno de ellos sería responsable, de promedio, de algo menos de 1.500 personas.

La utilización de los servicios de atención primaria está en torno a las seis o siete visitas por habitante y año

Supongamos que se dedican seis horas diarias durante cinco días a la semana a la atención de los pacientes. Ello supone unas 125 horas al mes, o sea, unas 1.500 al año. A 10 minutos por visita, resultan seis por cada habitante y año. Como se considera que cada año acude a la atención primaria entre un 60% y un 70% de la población, ello significa algo menos de 1.000 usuarios diferentes visitados cada año. Luego el tiempo medio disponible por usuario visitado y año ronda los 90 minutos, o sea, nueve visitas de 10 minutos anuales.

Claro está que se trata de promedios, de forma que determinadas poblaciones dispondrán de una menor dotación de generalistas. Según una reciente información del Departamento de Sanidad de la Generalitat de Cataluña, 37 equipos de atención primaria de los 289 existentes tienen asignados más de 2.000 habitantes por médico, aunque 20 no llegan a los 1.000.

Los datos disponibles sobre la frecuentación que hace la población de los servicios de atención primaria se mueven en torno a las seis o siete visitas por habitante y año. Y hay que tener en cuenta que parte de las visitas que se contabilizan no son tales, ya que corresponden a contactos para la renovación de la medicación y a meros actos administrativos que, en general, consumen menos tiempo.

Si tenemos en cuenta, además, que la atención sanitaria incluye las consultas de enfermería, las de los médicos especialistas en los ambulatorios y en las consultas externas de los hospitales, las urgencias de todo tipo y los ingresos en los hospitales, todas las cuales experimentan un sostenido incremento, cabe plantearse la conveniencia y la eficacia de tanto consumo médico.

Pero si nos limitamos al ámbito de la atención primaria, la mayoría de los médicos llevan años encargándose de la misma población, de manera que llama la atención que no hayan conseguido influir en el patrón de consumo de sus pacientes. Tal vez porque no se lo han planteado o quizá porque piensen que no es cosa suya, sino una responsabilidad exclusiva de la Administración.

El adecuado ejercicio de la profesión médica no se debería basar en el consumo exagerado. Y no se trata sólo de evitar las repercusiones económicas, porque ir al médico es conveniente cuando está indicado. De ahí que una concepción profesional de la práctica de la atención primaria incluya la responsabilidad de la gestión clínica de la población asignada, y uno de sus objetivos sería conseguir una adecuada frecuentación, de modo que se evite el consumo injustificado ya que, además de convertirse en una sobrecarga laboral para los médicos, es una fuente de potenciales efectos indeseables para la salud de las personas sobreatendidas.

A estas alturas recuerdo el modelo de gestión clínica que se atribuye a los chinos en los tiempos de Confucio. El médico recibía sus honorarios de los pacientes mientras éstos no le necesitaban. En el momento en que enfermaban y hasta que se recuperaban, el médico dejaba de percibir sus emolumentos. Desde luego, una tal iniciativa no es de aplicación en nuestras circunstancias, pero tenerlo en mente podría ser un acicate para encontrar la solución.

Andreu Segura es médico epidemiólogo y profesor de Salud Pública de la Universidad de Barcelona.

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