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Aznar espera el refrendo internacional de Bush

La visita del presidente de EE UU y la cumbre de Gotemburgo, pruebas para la política exterior española

El presidente de Estados Unidos, George Bush, llegará el próximo martes a Madrid porque España es un 'importante socio comercial y aliado en la OTAN' y un país 'que está emergiendo rápidamente como un influyente miembro de la Unión Europea', según ha dicho la asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, a la prensa estadounidense. Será la primera vez, destacan fuentes españolas y norteamericanas, que un presidente de EE UU inicie en España una gira europea, la primera, además, de su mandato, con el objetivo expreso de dar contenidos concretos a la declaración de intenciones firmada el pasado enero por Madrid y Washington para elevar sus relaciones al ámbito del 'creciente papel económico y financiero de España'.

Que España ocupe un lugar entre los grandes del mundo es un objetivo básico de Aznar
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La visita colma, por ello, una de las aspiraciones básicas del presidente del Gobierno, José María Aznar, que hace 10 días comentaba en Ottawa: 'Se renunció demasiado pronto a meter a España en el G-8 o en el G-10 y ahora estamos corrigiendo eso'.

La reivindicación de que España es hoy más importante de lo que su papel internacional expresa es un leitmotiv en boca de Aznar durante este segundo mandato y un objetivo básico de su política exterior que, refractaria a las formulaciones teóricas y de principio, se ordena en la práctica sobre dos ejes: lograr que España ocupe un lugar entre los grandes del mundo y defender los intereses nacionales a ultranza desde una óptica liberal bastante descarnada de enfoques globales que, por esa misma razón, admite pocas componendas y menos alianzas estables con otros países.

Los datos básicos en que se apoya la demanda de una posición internacional relevante han sido reiterados por el propio presidente: España se ha convertido en una de las diez economías más ricas del mundo; en el sexto país que más invierte en el extranjero; en el primer receptor de inversiones exteriores de Europa; en uno de los miembros más activos de la OTAN a la hora de contribuir a misiones de paz; en el sexto donante mundial de ayudas internacionales.

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También el presidente ruso, Vladímir Putin, eligió Madrid como destino de su primera salida a Europa, en junio de 2000, y lo mismo hizo el pasado 2 de mayo el presidente sirio, Bachar el Assad, confirmando la capacidad de interlo-cución que tanto Aznar como Piqué han demostrado durante sus giras por Oriente Próximo.

El talón de Aquiles de esta política radica, sin embargo, en su premisa mayor, porque si es cierto que España es el sexto país del mundo por el volumen de sus inversiones en el extranjero, también lo es que una gran distancia le separa de los que le preceden. Frente a los 202.070 millones de dólares (casi cuarenta billones de pesetas) que el Reino Unido invirtió en 1999 en el extranjero, los 106.830 millones de Francia o los 98.840 de Alemania, las empresas españolas invirtieron fuera hasta en aquel mismo año la comparativamente modesta cifra de 35.250 millones de dólares. Y aunque en 2000 el 50% de la inversión exterior total fue a parar a Europa, el grueso de los capitales españoles opera en Latinoamérica. Es muy difícil, en esas condiciones, que las empresas sigan la llamada del Gobierno para incrementar notablemente su presencia en Rusia o en EE UU, y menos aún en Asia, a fin de sentar bases sólidas de la 'relación estructural' que Aznar pretende.

La reivindicación de la grandeza de España ha llegado a ser, por otra parte, un handicap en el otro eje básico de la política exterior española, el de la defensa de los intereses nacionales. Se encargó de destacarlo Alemania al tachar de poco coherente que un país que aspira a entrar en el G-8 siga percibiendo de la UE más dinero del que aporta, en atención al subdesarrollo de sus regiones.

El Gobierno puede presumir, sin embargo, de resultados en la defensa de sus posiciones comunitarias tanto en la cumbre de Berlín, en 1999, como en la celebrada el pasado mes de diciembre en Niza. Pero el fracaso actual de la estrategia de defensa de los fondos regionales ha puesto de manifiesto hasta qué punto el pragmatismo excesivo y la falta de un enfoque global capaz de suscitar alianzas estables pueden limitar la política exterior española, especialmente la europea.

Para el presidente español y su ministro de Exteriores, Josep Piqué, la falta de ese enfoque global, puesta de manifiesto por el silencio actual del Gobierno español en el debate sobre el futuro institucional de la Unión Europea, no es una carencia. Aznar ya advirtió el pasado mes de septiembre, en París, que él prefiere entenderse 'sobre los contenidos' más que sobre conceptos como 'federalismo y constitución', y Piqué ha vuelto a precisar la semana pasada que lo importante en el debate europeo es 'adoptar posiciones concretas sin perder demasiado tiempo en discusiones conceptuales'.

Resulta difícil separar de ese planteamiento pragmático el hecho de que el Gobierno de José María Aznar se haya permitido audacias como la de adjudicar la Empresa Nacional Santa Bárbara a General Dynamics, un dato seguramente fundamental para explicar la visita de Bush a Madrid, abriendo el paso a la competencia estadounidense frente al bloque industrial de defensa europeo que pretenden los alemanes. Y ello, a pesar de que España y Alemania cooperan estrechamente en el desarrollo de una industria aeronáutica europea. Naturalmente, la cosa gustó poco en Berlín, donde Aznar ya causó algún disgusto en enero al alabar las excelencias de su propia política de déficit cero ante un público de alemanes quejosos por tener que seguir pagando el cheque de los fondos estructurales de la UE.

En el caso de Francia, el liberalismo pragmático español plantea el problema de las sucesivas proclamas conjuntas de Aznar y su homólogo británico, Tony Blair, a favor de las privatizaciones y la apertura de los mercados. París suele ser el blanco preferido de esas exigencias que, según el presidente español, construyen Europa mejor que cualquier planteamiento teórico. Pero no son por eso más sólidas las relaciones con el Reino Unido, ya que se ha demostrado que el contencioso sobre Gibraltar sigue planteándose como una barrera infranqueable frente a Londres.

Por todo ello, si la visita de Bush a Madrid será presentada como la apoteosis de la apertura de España al mundo, va a ser difícil evitar que la cumbre de Gotemburgo refleje el creciente aislamiento español en ese contexto fundamental que es Europa.

Un 'rancho' para limar asperezas

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