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Columna
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Ni una nota de Mozart

La imagen era sobrecogedora. La Felsenreitschule, uno de los espacios musicales más emblemáticos de Salzburgo, latía a ritmo de discoteca, mientras en la vecina y elegante sala Karl Böhm se multiplicaban los montajes de vídeos en una fastuosa exhibición de cultura tecnológica. Ni rastro de champaña, ni de canapés de salmón, ni de señoras deslumbrantes con largos vestidos y collares de varias vueltas. Las imágenes familiares del verano o Semana Santa habían dejado su sitio a la invasión de una juventud informal con abundancia de pelos de colores y adornos metálicos en los lugares más insospechados. Era inevitable fusionar, al menos en la imaginación, los dos ambientes. La mezcla producía cierto desasosiego.

Ya en la puerta de acceso dos gorilas te sellaban la mano, por mucho que insistieses en que solamente ibas a dar una vuelta y no a estar entrando y saliendo durante la larga noche. Una cosa estaba clara. La juventud de Salzburgo había respondido con su presencia a la convocatoria de la fiesta Ba-Rock-Clubbing, un intento de convivencia entre la música barroca y las tendencias actuales más radicales, pensado como una posibilidad de acercamiento a la música clásica de los sectores más ajenos a ella.

Una chica de pelo naranja empezó a escuchar la música de Monteverdi, y de Caccini, y de Grandi, que traían debajo del brazo el cantante Marco Beasley y el grupo italiano Accordone. A primera hora de la tarde habían estado en el Mozarteum en el ciclo de conciertos del Festival de Pentecostés. Por la noche se volcaban para unos jóvenes exhaustos de bailar a ritmo de techno. Muchos de ellos, como la chica del pelo naranja, pisaban por primera vez estos espacios y escuchaban también por primera vez un madrigal. La mayoría estaban fascinados. 'Wunderbar' ('maravilloso'), se escuchaba en varios rincones, mientras la chica del pelo rojo lo expresaba con emoción ante las cámaras de la televisión austriaca. Está visto que Monteverdi puede sacudir sensibilidades aunque esté envuelto en una orgía de luces giratorias.

Ni una sola nota de Mozart había sonado en un Festival de Pentecostés que se embriagaba de Haydn, Gluck, Vivaldi, Haendel o Tomás Luis de Victoria. Chocaba un poco esta circunstancia con la imagen de una ciudad en la que las evocaciones a Mozart, y en otro sentido a la película Sonrisas y lágrimas, forman parte de las señas de identidad de un alto porcentaje de los ocho millones de visitantes anuales. Pero Salzburgo es mucho más que Mozart y ello se nota desde la propia oferta musical. En paralelo con los famosos festivales de verano, por ejemplo, se desarrollan dos actividades que pueden pasar desapercibidas y sin embargo poseen un extraordinario interés. Me refiero al Zeitfluss, una especie de festival alternativo, y a los actos musicales enmarcados en la Academia de Verano del Mozarteum.

El Zeitfluss agrupa el próximo verano 17 conciertos o actos inclasificables en los que puede pasar cualquier cosa. Ya la primera cita es inquietante, una acción teatral con Música, Poesía, Filosofía y Artes Plásticas, en la que el hilo conductor es una dionisiaca cena de 12 platos oficiada por el rompedor cocinero Carlo Wolf, estimado por gastrónomos tan acreditados como el director de teatro Christoph Marthaler y el director musical Sylvain Cambreling. La incorporación del arte de los fogones a las ceremonias festivaleras del verano es sumamente oportuna, pues no en vano en la provincia de Salzburgo se encuentran cocineros tan importantes como Jörg Wörther y los hermanos Obauer (sus restaurantes están valorados con 19 puntos sobre 20 en la guía Gault-Millau), que son en cierto modo la punta de lanza del movimiento renovador de la cocina austriaca.

En el Zeitfluss del próximo verano hay espectáculos de corte teatral (uno de ellos sobre Nietzsche, con Einar Schleef; otro, a partir de las memorias de Auschwitz del comandante Rudolf Höss, con Erwin Steinhauer), y los hay marcados por músicas persas, islámicas o de compositores tan determinantes como Nono, Feldman, Cage, Ligeti, Riley y otros. En cuanto a la Academia de Verano del Mozarteum (el pasado año sorprendieron con una estupenda representación de Jakob Lenz de Wolfgang Rihm), el compositor residente este verano es Hans Zender, mientras el barítono Thomas Hampson dirigirá un simposio sobre la lírica americana en el universo del canto. Salzburgo, felizmente, no se agota con Mozart. Incluso no sorprende que la primera ópera del festival de verano de la que se han agotado las entradas sea Don Carlo, de Verdi.

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