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Cataluña, 'über alles'

Francesc de Carreras

La resolución que prepara el Departamento de Enseñanza de la Generalitat para que una selección de canciones tradicionales catalanas sean el eje básico de las clases de música en los ciclos de primaria y secundaria ha levantado, como era de esperar, una viva polémica pública. Además, según la instrucción que está a punto de publicarse en el Diario Oficial, los estudiantes deberán aprender obligatoriamente Els segadors, himno nacional de Cataluña.

Tal perspectiva genera de inmediato una sospecha. El Gobierno de Pujol se mete en tales berenjenales principalmente por una razón: para que nos distraigamos debatiendo sobre cuestiones de importancia menor y no sobre los grandes vacíos de su acción de gobierno o de las partes más oscuras que ya comienzan a ser del dominio público. Por ejemplo, los déficit de la enseñanza pública son más que evidentes y, respecto a lo que hemos denominado 'partes oscuras', cada semana se descubre un nuevo caso de irregularidades manifiestas: la última -o penúltima, quizá- implica al actual consejero de Agricultura por hechos acaecidos cuando era presidente de la Diputación de Lleida, según consta en un informe de la Sindicatura de Cuentas. Pero hablar de unas cosas no implica no tratar también de las otras y creo que la imposición de este repertorio de canciones en las escuelas es tan ridículo en sí mismo como sintomático no sólo de una determinada concepción de la actividad política, sino también de una cierta manera de ver el mundo. Por tanto, bien merece un comentario.

Quizá lo más grave que refleja tal imposición es, por una parte, el preocupante nivel de intervencionismo que manifiestan los sucesivos gobiernos de CiU y, por otra, la fuerte ideologización de su acción política. En un Estado democrático de derecho, la actuación de los poderes públicos tiene el límite del respeto a la libertad de los ciudadanos. El Gobierno sólo debe intervenir para asegurar que esta libertad sea igual para todos, pero nunca vulnerar la esfera en la que el individuo debe autodeterminarse, sin imposiciones injustificadas. Pues bien, el Gobierno de Pujol -probablemente por la ideología y la manera de ser de su presidente- intenta interferirse en múltiples cuestiones que deberían quedar en manos de la sociedad y de las personas que la componen. En el caso de la enseñanza, está bien que los poderes públicos aseguren que los alumnos saldrán de la escuela habiendo estudiado determinadas materias, pero está mal, en cambio, que estos mismos poderes públicos determinen los contenidos y la forma en que hay que transmitir tales enseñanzas. Ello es algo que, de acuerdo con la libertad de enseñanza, deben determinar los maestros a partir de sus propios criterios pedagógicos. Pero el Gobierno de la Generalitat no lo entiende así y se entromete en lo que nunca debería entrar.

En un campo ajeno al que nos ocupa hoy, Jordi Pujol ha dado este fin de semana una muestra de su afán intervencionista. En unas jornadas dedicadas a estudiar los problemas actuales de la familia, Pujol, según la información que ofrecía el lunes este diario, 'se mostró muy preocupado por las transformaciones que ha experimentado la estructura familiar en las últimas décadas y evidenció su añoranza por otros tiempos. 'Últimamente, tener hijos no se valora tanto como hace 30 años', afirmó Pujol, quien lamentó que los jóvenes se guíen hoy por valores teóricamente más individualistas y den proridad, por ejemplo, a actividades como viajar. A su juicio, el bajo índice de natalidad se explica más por este cambio en el sistema de valores de los jóvenes que por problemas económicos o déficit de la Administración. Pujol corresponsabilizó a los medios de comunicación de esta situación...'. Es una constante de nuestro presidente el repartir culpas a los demás sin asumir ninguna propia: el individualismo de los jóvenes -¡tan distinto al de épocas pasadas!, se lamenta- es el culpable del descenso de natalidad -¿es malo en sí mismo tal descenso?-, y se extiende esta responsabilidad también a los medios de comunicación. Increíble. En cambio, que las ayudas a la familia por parte de la Generalitat estén a años luz de las que son habituales en Europa no tiene importancia alguna. Los jóvenes deben viajar menos y tener más hijos: no me extrañaría que también se estuviera preparando una normativa para regular esta materia conforme a tan carcas ideas.

Lo que sí está ya dispuesto es el repertorio de canciones, que es a lo que íbamos. Y ahí se sigue una tónica que ya es habitual en otras materias: hacer prevalecer los valores nacionalistas por encima de las materias enseñadas. Esto ya ha sucedido en geografía, en historia y en literatura. Ahora la emprendemos con la música. Lo importante para el Gobierno de la Generalitat no es que los niños aprendan a tener sensibilidad musical, sino que aprendan las canciones catalanas tradicionales para que así seamos una comunidad en la que todos sepamos las mismas canciones. Hay una nostalgia de una sociedad tradicional en la que no existían ni los tocadiscos ni las radios, mucho menos los discos compactos: no se podían seleccionar canciones, sólo se sabían unas pocas, aprendidas por tradición oral. Pero esto obviamente ha cambiado y la sociedad de hoy no tiene nada que ver con todo ello. Sin embargo, aquí seguimos imperturbables: hay que proteger la cultura tradicional porque en ella están nuestras raíces y nuestra identidad, el cobijo que necesitamos para ser catalanes. ¡Cataluña über alles!

Cara al exterior, Pujol hace propaganda de Estopa; para uso interior obliga a aprendernos Sol solet, La sardana de l'avellana, El poll i la puça y el Virolai, todas ellas canciones de la lista programada. La cançó, las mismas canciones para todos, también puede contribuir a forjar un eix vertebrador y a formar parte del pal de paller de Cataluña.

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Pero no se preocupen: la influencia de todo ello será mínima. El país y la sociedad catalanas discurren por caminos bien distintos a los oficiales. Sólo hay que salir a la calle para comprobarlo. Todo aquello que es impuesto, aquello que resulta absurdamente obligatorio, puede hacer mella en algunos durante un tiempo pero, a la larga, es rechazado por el conjunto de la sociedad. También a los de mi generación les enseñaron el Cara al sol, el Oriamendi y la Salve Regina.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).

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