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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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El fracaso del parque Güell

Es difícil pensar, cuando uno contempla el éxtasis de los turistas japoneses, los juegos de los niños en la plaza o las parejas sentadas en su famoso banco ondulado, que el parque Güell es ante todo el escenario de un fracaso. El parque, como es sabido, fue concebido por Gaudí entre 1900 y 1914 a partir de una idea del mecenas Eusebi Güell i Bacigalupi, que pretendía construir una urbanización de 62 casas con una serie de servicios comunes. La urbanización fue un fracaso, ya que la burguesía barcelonesa consideró que la zona de Vallcarca quedaba demasiado lejos del centro urbano y se negó a abandonar la comodidad del Eixample. Si Eusebi Güell viera ahora cómo proliferan las pareadas al otro lado del Tibidabo se daría cuenta de que su idea fracasó por ser demasiado avanzada en el tiempo. Cosas de la civilización.

Antoni Gaudí tenía mucho de iluminado. Basta ver cómo proyectó las zonas comunes del parque -portería, alumbrado, calles, mercado y plaza pública- para comprobar, por si hubiera alguna duda, que su arquitectura no es de este mundo. Formas curvas, trencadís, columnas torcidas, bancos ondulados, escaleras iniciáticas, grutas, dragones mil veces fotografiados... Gaudí se alejaba de los cánones y encontró en Eusebi Güell i Bacigalupi al mecenas más generoso. Un libro de reciente aparición -Gaudí y el conde de Güell, el artista y el mecenas- lo recuerda. Lo firma Carmen Güell, descendiente del conde, y a través de sus páginas podemos ver los múltiples resultados que dio la colaboración entre el millonario y el arquitecto. El Capricho de Comillas, los pabellones Güell, el palacio Güell, la iglesia de la colonia Güell y el parque Güell son algunos de los frutos de esta colaboración.

Los Güell, por supuesto, eran ricos, lo que se dice asquerosamente ricos. Hicieron fortuna en Cuba e invirtieron en el sector textil (la fábrica del Vapor Vell), en la Compañía de Tabacos de Filipinas, en la fábrica de cemento Asland, en la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, en el Banco Hispano Colonial y en otros negocios que producían pingües beneficios. Tal como explica Robert Hughes en su libro Barcelona, 'Eusebi Güell creía -acertadamente, como se vio- que había encontrado a su Michelozzo en Gaudí, el hombre que podía transformar su amada ciudad no por medio de una planificación grandiosa, a la manera de Cerdà, sino construyendo edificios ejemplares en ella'.

Parece ser que el mecenas se inspiró para construir el parque Güell en las ciudades-jardín inglesas. Es muy probable, como también lo es que Gaudí aprovechara la ocasión para volcar toda su original simbología, con escudos catalanes, dragones, medallones y cúpulas oníricas.

El arquitecto quiso marcar el parque con un recorrido iniciático, con la doble escalera de entrada, el dragón y muchos detalles procedentes del mundo vegetal y animal. Como suele suceder en Gaudí, las curvas mandan sobre las rectas y la imaginación sobre el raciocinio. Con la ayuda de otro arquitecto ilustre, Jujol, diseñó el original banco ondulado y la llamada plaza de las 100 columnas, aunque en realidad sólo hay 86. Allí debía haber un mercado que nunca existió. Otro fracaso.

En los planos originales del parque Güell estaban delimitadas las 62 parcelas que debían formar la urbanización, pero sólo se vendió una: la de Martí Trias Domènech, cuya casa se acabó de construir en 1906. En esa casa-muestra, donde actualmente hay un museo dedicado al arquitecto, se instaló Gaudí, y a la reformada Casa Larrard fue a vivir Eusebi Güell. O sea, que en vez de las 62 familias para las que se había pensado la ciudad-jardín, sólo había la del promotor, la del arquitecto y la de un único cliente. Un fracaso en toda la regla. Cuenta Carmen Güell en su libro: 'En 1906, Gaudí adquirió la casa muestra, que llevaba dos años en venta, y se instaló allí junto con su padre, su sobrina Rosa Egea y una criada'. Y más adelante: 'Ese mismo año, Eusebio Güell abandonó el palacio de la calle del Conde del Asalto y se trasladó a una vivienda del parque. Ello incrementó el trato entre el mecenas y el artista. Muchos días acudían juntos a los oficios de la catedral y a las tertulias del Ateneo, además de visitarse mutuamente en sus respectivas casas y de dar paseos por el parque o sus inmediaciones'.

¿Qué debían contarse el mecenas y el arquitecto en aquellos paseos por un parque vacío? ¿Hablarían del fracaso de la urbanización o más bien de los sueños que todavía les quedaban por cumplir? Sea como sea, la imagen de ambos paseando por un parque fantasmal desprende un aroma muy literario.

Eusebi Güell murió en 1918 y Antoni Gaudí en 1926. En 1922, cuando el fracaso de la urbanización ya era un hecho, el Ayuntamiento de Barcelona compró el parque y un año después lo abrió al público. En 1962 fue catalogado como monumento artístico por el Ayuntamiento y en 1984 la Unesco lo incluyó en el Patrimonio de la Humanidad. Nunca una urbanización fracasada había aspirado a tanto.

En 1906, en concordancia con el sentimiento catalanista de Güell y Gaudí, se celebró en el parque el Garden Party del I Congrés de la Llengua Catalana. A partir de entonces, el lugar ha servido de escenario para muchas concentraciones sardanísticas y festivales de todo tipo, y también para disfrute de ociosos, niños y parejas enamoradas. En 1977 se celebraron allí las Jornadas Libertarias. Fue una celebración que encajó de lleno con la imaginación desatada de Gaudí y con las formas oníricas del parque. Fue, en cierto modo, la culminación de algo que empezó como un fracaso.

Si Eusebi Güell viera ahora cómo proliferan las pareadas al otro lado del Tibidabo se daría cuenta de que su idea fracasó por ser demasiado avanzada en el tiempo.
Si Eusebi Güell viera ahora cómo proliferan las pareadas al otro lado del Tibidabo se daría cuenta de que su idea fracasó por ser demasiado avanzada en el tiempo.CARLES RIBAS

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