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CRÓNICAS
Columna
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La feria de los lectores

Juan Cruz

En medio del calor sociológico que hace en España -lo ha dicho el director del Centro de Investigaciones Sociológicas: ha debido de sacar la mano por la ventana-, la ruidosa ciudad de Madrid asistió ayer a la inauguración de la primera Feria del Libro del siglo XXI.

Los periódicos han subrayado un hecho aparentemente insignificante que ya distingue esta feria, aun antes de empezar: este año no habrá listas de libros más vendidos. Era muy fácil extirpar este grano, pero ha tardado años en desaparecer de la cara de la feria ese índice dudoso de valores mercantiles. Y aunque parezca mentira, este factor que durante tanto tiempo estuvo ahí como una losa, generando tensión entre los feriantes de cualquier género, puede ser el principio de una verdadera amistad del lector con los libros, de una relación más tranquila y más sosegada entre las partes que componen el complejo, a veces misterioso y secreto, e incluso ingenuo, mundo de los libros. Los escritores estarán más relajados, mirando más a los ojos de los lectores que a la secuencia numérica de

sus firmas, y los periódicos tendrán que buscar algo más que cifras en el resumen cotidiano de las actividades del Retiro.

Ese índice de libros más vendidos siempre ha estado bajo sospecha; no se lo han creído ni los escritores que firman -o no firman- ni los libreros; las listas han estado siempre sujetas a manipulaciones, y no sólo están sujetas a manipulaciones las listas de las ferias: el descreimiento es general, y afecta también a las listas que publican los medios, las que aparecen en los centros comerciales, las que se fabrican de veras o las que se fabrican de mentirijillas. No se manipulan inocentemente, claro que no: en el universo que vivimos, las listas de más vendidos, las de verdad y las que poco a poco se van aclarando, tienen un indudable efecto multiplicador no sólo en el interés, sino incluso en el afecto del público. Cuando alguien quiere algo mucho es porque algo bueno tendrá dentro.

Pasa con los discos, con los libros, pasa con la comida y con la ropa. En el mundo de los productos culturales (los libros, los discos) se corre el riesgo de despreciar lo que no se vende (mucho) porque, acaso, si no se vende es porque también es malo, y todo el mundo sabe que esta afirmación no se corresponde con la realidad. Habría que crear listas prescriptoras: señores, esto no se vende (mucho), algo bueno tendrá dentro. Grandes obras de grandes escritores (que luego han sido muy vendidos, por cierto) empezaron siendo pasto de muy pocos lectores, que con su pasión explicada boca a boca lograron, con el paso de los años y con la afirmación del gusto, imponer libros que ya han sido imperecederos.

Lo que ha sucedido en nuestros tiempos es que el boca a boca se encuentra, a veces, con la imposibilidad de encontrar ya en las librerías los libros de los que se empieza a hablar, porque la intensidad del mercado es tan grande que aquellas obras que no se venden (medianamente bien) saltan de las estanterías con la velocidad con que caducan los yogures. Claro que no es general el efecto de esa rapidez con que la palabra escrita aparece y desaparece de los anaqueles, porque hay libreros esforzados y editores contumaces que se empeñan (muy rápidamente, porque si no llegarían tarde) en recorrer la voz para que la gente no se pierda obras que son importantes pero que están metidas en el vértigo. Por supuesto que también funcionan, en este nivel, o debieran funcionar aun más, los medios de comunicación, obligados por su función, y también por su aspiración, a avisar de que hay cosas que no se deben perder. Aunque en los tiempos que corren, cuando estos mismos medios quieren avisar, ellos mismos ya han llegado tarde. Y debieran funcionar, por supuesto, los propios autores, a los que tantas veces se ve reticentes a recomendar a sus contemporáneos, o porque son sus competidores inmediatos o porque no les saludaron a ellos mismos en otras encuestas...

Si la Feria -donde hace tanto calor- se propusiera de veras, y tan sólo, como un baremo de ventas, no serviría absolutamente para nada. Desprendida, pues, de ese factor engañoso de los más o los menos vendidos, estimulada a generar noticias por otro lado, es posible que ahora se adelante a ser, como es debido, un certamen cultural que acerque a los lectores a los libros como esencia de la cultura y no como accidente del hallazgo superficial con el escritor en medio de la tierra, el polen y el calor (sociológico, eso sí) del Retiro.

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