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LA CRÓNICA
Columna
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Galería de finados

Esta es la historia de un premio singular, el Mister Proper de las letras catalanas. Se llama Lletra d'Or y distingue anualmente al mejor libro publicado el año anterior en cualquier disciplina digna de impresión (en lengua catalana, obviously: las bases ni siquiera lo especifican, en parte porque no especifican nada, ya que no están escritas). La singularidad no radica en el hecho de premiar obra publicada, que algunos hay, ni en la inexistencia de dotación económica, que también (aunque menos). Lo singular está en el alumbramiento y, sobre todo, en el funcionamiento.

Singularidad primera: nacido para finar. La primera Lletra d'Or fue concedida en 1957, ni más ni menos que a Salvador Espriu, por iniciativa del joyero Manuel Capdevila, que fue quien realizó con aquellas manitas esa letra fi de oro que constituye el galardón en sí. En realidad parece que la idea salió del grupo de amistades que Capdevila, artista y pintor convicto, frecuentaba, algunas de las cuales se concedieron lo que a la larga se iba a convertir en el verdadero premio de este ídem: ser miembros del jurado. Eran Maria Aurèlia Capmany, Josep Maria Castellet, Antoni Comas, Fèlix Cucurull, Gonçal Lloveras, Joan Teixidor (padre del editor Andreu Teixidor), Frederic-Pau Verrier, Antoni Vilanova y Enrique Badosa, a cuyo rampante helenismo, por cierto, la leyenda atribuye la elección de la letra central del alfabeto griego, símbolo de equilibrio. En tiempo de estrecheces, el valor imperecedero del oro siempre es una buena forma de mecenazgo, por pequeñita que sea la joya.

Lo bueno del Premio Lletra d'Or es que cuando un miembro del jurado cumple los 50 debe designar un sucesor y adiós muy buenas

Singularidad segunda: el jurado sostenible o ahí esta el intríngulis. Poco tiempo después, uno de esos fundadores alcanzó la venerable edad de 50 años y protagonizó un hecho inaudito, nunca visto hasta entonces (y mucho menos desde entonces) por estos lares: dimitió del cargo para dejar paso a una persona más joven, con la intención de evitar el enquistamiento y la gerontocracia que imperan por esos premios de Dios (nada que ver, como sugirió algún malévolo, con el sarao que organizó Josep Pla el segundo año, cuando en el vaporoso lapso entre café y puro arremetió contra la mano burguesa que le daba de comer). Sin saberlo, estaba redactando (también oralmente) la base número dos: desde entonces, todo miembro del jurado que cumple los 50 debe designar un sucesor y despedirse, lo cual garantiza la regeneración del aire, y sobre todo un aliciente extra en cada cena anual en forma de quiniela. En la del otro día, por ejemplo, se produjeron tres relevos de golpe: Lluís Pasqual cedió el testigo a David Plana, Berta Vallribera a Elisenda Roca y Carme Alcoberro a Marta Selva. Los demás (Rosa Vergés, Oriol Izquierdo, Josep Maria Fonalleras, Enric Gumà, Vicent Sanchis y David Castillo) todavía no peligran, porque no se sabe de nadie que haya dimitido antes de tiempo (bueno, se dio el caso de Carme Riera, pero tenía un motivo de peso: había intuido que podía llevarse la fi con su última novela, coraje que a la postre le fue reconocido), pero ya se sabe de algún candidato dispuesto a sobornar al amigo privilegiado. He puesto la lista entera para que aprecien otra de las bases no escritas: al no haber obligaciones gremiales, el jurado del Lletra d'Or se nutre de todas las ramas del arte. Como no podía ser menos, por otro lado, tratándose de la familia Capdevila, cuya voz cantante actual, Joaquim, ha mantenido la creatividad paterna en la orfebrería, pero complementándola con la música, mientras que su hijo, ídem, pero con la literatura. Joaquim Capdevila, que no vota pero asiste a las deliberaciones, se muestra orgullosísimo de la lista familiar de finados, ya que la no sujeción de su criatura a ningún interés económico ha sedimentado un top literario de la segunda mitad del XX realmente fiable: Monzó el año pasado, y antes Palau i Fabre, Martí de Riquer, Terenci Moix, Comadira, Sarsanedas, Rodoreda, Anglada...

¿Y quién ha sido el de este año? Pues, si me disculpan el retraso, el Verbàlia de Màrius Serra, un autor que realmente se está haciendo de oro con esta completísima jugarreta verbívora, como él la llama, o 'espléndida muestra de arte lingüístico surrealista y abstracto', según definición de Gumà en su responso. La fi para el enigmista demuestra, además de su definitivo ascenso a los altares de la escritura, la valentía de tan ecléctico jurado: ¿se imaginan cuántos juegos de palabras se pueden sacar de una sílaba tan polisémica en catalán? Serra, víctima de una enfermedad incurable (que comparte, por cierto, con la nueva jurada, Elisenda Roca, aunque ella tiene a otro, modestia aparte, como crucigramista de cabecera), los dejó para la conversación privada, pero se reservó el mejor para concluir su discurso de aceptación: 'Aquesta, sens dubte, és la meva fi'.

Serra tocó a su fi, y con esto llegamos a la última base, durante el único despunte público del Lletra d'Or, la cena que el editor del galardonado debe ofrecer a los 10 magníficos. Esta vez tuvieron suerte, porque Empúries encontró un restaurante idéntico a Xavier Folch: discreto, elegante y generoso. Otros años no ha habido tanta, como aquel en que un conocido editor amante de abreviar en lo crematístico ya se traía el menú pactado con el local, de cuyo nombre no consiguen acordarse. Aunque podía haber sido peor, cierto, porque, tal como sugirió un comensal (¿adivinan quién?), el convite más adecuado para este premio sería una buena paella... d'Or.

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