Algunos niños buenos
Una de las cosas que más me sorprendió durante el tiempo que estuve de repartidor en Pozuelo de Alarcón (Madrid) fue la gran cantidad de perros que había. La mayoría de ellos, fieros guardianes de chalés; los menos, de compañía.
Era angustioso. Te podía salir un perro al echar mano del buzón de un chalé adosado; otro, perseguirte con encono a lo largo de la interminable valla de una propiedad de Somosaguas, o, tranquilamente, encontrarte una manada de canes hambrientos al atardecer en una lujosa urbanización perdida en medio del monte.
Así se explicaba por qué en esas zonas nadie caminaba por la exigua acera y prefería jugarse la vida sorteando tanto coche de lujo en medio de la calzada.
Otra sorpresa era el elevado número de empleadas del hogar extranjeras que tomaban el autobús a primera hora de la mañana, que luego acercaban bien parecidos niños a la parada de la ruta escolar, y que te recibían, aspiradora en ristre, a cualquier hora del día. Y la tercera de ellas, la gran cantidad de mujeres embarazadas que había.
Entrabas en aquellas urbanizaciones supervigiladas, con parque y piscina, y era frecuente encontrarte con señoras que no llegaban a la treintena, de buen ver, bien vestidas, recién peinadas, sin una arruga en el pantalón, paseando relajadamente a un niño de menos de tres años y encinta de otro.
Yo, que, acostumbrado a patear el Madrid de la periferia, veía parques públicos llenos de madres a medio arreglar, estresadas por preparar la comida y hartas de gritarle a su polluelo que no se metiera en los charcos, quedaba sorprendido por tan extraño e idílico cuadro.
No daba la sensación de que aquella mujer, la primera, tuviera problemas económicos o tuviera que hacer la comida; ni que hubiera ido a la compra o acabara de limpiar la casa. Incluso, ni que tuviera necesidad de mancharse dando de comer a sus bebitos.
Esta circunstancia me dio que pensar acerca de las desigualdades existentes entre unas madres y otras, entre unas familias y otras. Atribulado que estaba yo por la escasez de ayudas económicas y de tipo social que ofrecía este Gobierno a las familias de clase media y media-baja, entre las que me encuentro, llegué a la conclusión de que al Partido Popular no le interesaba en absoluto una generación de niños de los nuestros y que por eso no los fomentaba. Que por eso no aumentaba el número y condiciones de la guarderías, racaneaba en las ayudas para el comedor y no beneficiaba a la madre trabajadora.
Que prefería que fuera el nivel económico, y el consiguiente conservadurismo que conlleva, el que determinase la categoría de los nuevos españolitos, que, obvio es decirlo, no necesitaban ayuda de ninguna clase.
En aquel entonces se lo dije a mi mujer y creyó que estaba exagerando un poco. Y puede que así fuera. Pero en estos días me encuentro con que el municipio de Pozuelo de Alarcón es el que mayor aumento de la natalidad ha experimentado en los últimos años, y eso me lleva a establecer la inevitable relación entre la gran cantidad de perros existentes que cuidan de aquellos chalés, el elevado número de empleadas del hogar extranjeras que toman el autobús a primera hora de la mañana y la gran cantidad de mujeres embarazadas en las urbanizaciones. Y, por desgracia, me salen las cuentas.
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