La polémica moda de los molinos de viento
España es la segunda potencia en energía eólica, y su producción podría alumbrar 50 capitales como Zaragoza
España vuelve a los molinos de viento. Unos molinos altos, blancos, estilizados, que han surgido por centenares en numerosos puntos del mapa, visibles en amplias zonas de la geografía gallega, en el norte de Navarra, en la llanura albaceteña, precursores de miles de molinos que aparecerán durante los próximos años, hasta hacerse familiares en nuestro paisaje rural. El asunto no es marginal: la energía eólica ha comenzado a ser un buen negocio y el mercado se ha puesto manos a la obra. 'Son ya 500.000 millones de pesetas los que se han invertido en este sector', dice un experto. Es una realidad que ha superado el escepticismo en apenas una década. Las estadísticas sitúan a España en estos momentos como el segundo país del mundo productor de energía eólica después de Alemania: actualmente, con la energía procedente del viento se podría garantizar el alumbrado eléctrico y los servicios energéticos de 50 capitales como Zaragoza durante un año.
España tendrá una potencia eólica en 2010 equivalente a siete centrales nucleares
Las previsiones se cumplen con anticipación y, en el horizonte del año 2010, España tendrá una potencia instalada que posiblemente supere los 9.000 megavatios de potencia, el equivalente a siete centrales nucleares. El desarrollo tecnológico experimentado ha sido de tal calibre que donde hace apenas un lustro apenas existía un parque experimental en Tarifa, se ha pasado a un crecimiento anual del 100% en la potencia que se instala cada año. Una comunidad como la de Castilla-La Mancha prácticamente ha doblado su capacidad en el año 2000. Y Navarra, la gran adelantada en este tipo de energía, produce ya del viento el equivalente al 50% de la energía eléctrica que consume y prevé llegar al 100% hacia el año 2005.
En esa transformación han tenido mucho que ver empresas españolas que ahora se encuentran a la vanguardia. Un caso singular es el de Gamesa, la segunda operadora del mundo, que entró el pasado año en la Bolsa española: la facturación de su división eólica ha crecido de 11.057 millones de pesetas en 1997 a 72.586 en 2000. Estamos ante un sector con capital nacional en el que operan cerca de 250 empresas, susceptible de crear más puestos de trabajo que otro tipo de energías tradicionales. 'El 95% de la fabricación y el equipamiento de los parques se queda en España', dice Fernando Ferrando, director general de Gamesa Eólica.
¿Dónde está la clave de esta explosión? Los expertos consultados coinciden en que existe una diversidad de factores, donde se mezcla lo puramente técnico con el análisis de costes. 'La energía eólica se veía como una energía fluyente, que sólo podíamos aprovechar cuando soplaba el viento. Aportaba energía, pero no la garantizaba, algo así como creer que nos quedaríamos sin luz cuando no hubiera viento. Ésa es la sensación que existía a principios de los noventa', reconoce Jorge Fabra, que fue presidente de Red Eléctrica Española (REE). 'Con el paso del tiempo se ha demostrado que eso no era una razón, que con una multitud de emplazamientos y un nivel de coincidencia de equipos eólicos hay una garantía de potencia. Y está en el consenso de los expertos que se trata de una energía que hoy ya conocemos que será sostenible en el futuro'. Fabra se aventura aún más en su valoración de la realidad actual: 'De no haber sido un año hidráulico excelente como consecuencia de las lluvias, nos habríamos encontrado con que la energía eólica, que ha crecido muy por encima de las previsiones, posiblemente nos habría salvado de ciertos problemas de abastecimiento en el próximo mes de octubre'.
En el excelente comportamiento de esta energía está el avance tecnológico de empresas aeronáuticas que han permitido desarrollar unos modelos de aerogeneradores (o molinos) susceptibles de aprovechar mucha más energía. Antes un molino tenía una potencia inferior a 100 kilovatios y necesitaba de un viento de seis metros por segundo; ahora se están produciendo molinos con una potencia de hasta 1.750 kilovatios a cuatro metros por segundo. Y los costes han pegado un bajón considerable. Un kilovatio de energía venía a costar 300.000 pesetas, 'ahora ese coste está por debajo de las 150.000 pesetas y bajando', apunta Fernando Ferrando. 'Hace años, los parques producían la mitad que ahora y ahora producen el doble y valen la mitad'. Los mapas eólicos que se elaboraron en su momento ya no sirven.
La situación ha llegado al punto en el que la potencia instalada crece a un ritmo de casi el 100% anual y que son varias las comunidades que han tenido que desarrollar programas de actuación en este terreno a la vista de los beneficios que aporta esta energía. 'Llegó un punto en el que las grandes empresas eléctricas de este país se convencieron de que la energía eólica era ya una realidad y se pusieron a trabajar como locos buscando emplazamientos. Hubo una carrera brutal por el emplazamiento, todas las ingenierías presentaban proyectos allí donde sospechaban que podía sacarse energía. Y claro está, le han pasado la patata caliente a las comunidades autónomas que deben ser las que concedan las autorizaciones. Por eso, nosotros le pedimos a las comunidades que planifiquen bien. Estamos a favor de esta energía y pensamos que se pueden llegar a los 10.000 megavatios de potencia sin daño ambiental e incluso a los 20.000, con un daño razonable en el impacto paisajístico', apunta Ladislao Martínez, de Ecologistas en Acción.
Las previsiones en el Plan de Fomento de las Energías Renovables se están cumpliendo con tanta antelación, que habrá que revisarlo al alza, como reconoce Isabel Monreal, directora del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE). 'La energía eólica forma ya parte de la tarta energética de este país. Es una realidad a la que se están incorporando muchos promotores privados y que ha obligado a las comunidades autónomas a dictar normativas reguladoras'.
La realidad es indiscutible: los molinos han vuelto a nuestro paisaje. Altos, esbeltos, aerodinámicos, vestidos con sus hélices aeronáuticas, moderadamente ruidosos. Y allí estarán. Por tiempo indefinido.
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