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Desconcierto

El resultado de las elecciones en Euskadi ha provocado desconcierto. Los dirigentes del PP no aciertan a comprender todavía cómo ha sido posible que la mayoría de los ciudadanos haya rechazado un discurso que estaba tan claro. Muchos dirigentes del PSOE -la mayoría en Euskadi y muchos en Madrid y en otros ámbitos- se resisten a querer entender las razones que les han conducido a su derrota. Y muchos periodistas y columnistas, de adscripción ideológica muy diversa, que monopolizan tertulias de radio y diarios afines al gobierno y/o son firmes defensores del discurso dirigido a combatir desde el nacionalismo español, otras manifestaciones nacionalistas democráticas de la periferia, no han superado todavía su estupefacción ante los resultados electorales.

Confieso que nunca había visto nada igual. Y puedo asegurarles que he visto muchas cosas en la política española. Nunca había sido testigo de tal confluencia de esfuerzos y tal despliegue de medios para conseguir, con un discurso tan falso como irresponsable, desplazar al nacionalismo democrático vasco de las instituciones. El intento coordinado de hacer ver que ETA, EH y la coalición PNV-EA eran diferentes manifestaciones de un mismo fenómeno, expresiones distintas de una misma estrategia, ha sido una constante durante meses que no me atrevo a calificar.

Sin embargo, la mayoría del pueblo vasco ha pensado que la coalición PNV-EA era la única opción política capaz de liderar una nueva etapa que ofrezca más seguridad a todos los ciudadanos y de conducir, a medio y largo plazo, hacia un escenario de paz. Han votado mayoritariamente una opción nacionalista democrática. A la vez que evidenciaban su rechazo claro a la violencia y a quienes la defienden o amparan, han votado igualmente de forma mayoritaria contra la propuesta de solución de la cuestión vasca exclusivamente por la vía policial. Un voto que, a mi juicio, se ha visto reforzado como reacción frente a quienes han desarrollado un discurso, que ya viene de lejos, destinado a criminalizar al nacionalismo democrático y que, a la vez, introducía numerosas incertidumbres sobre el mantenimiento en el futuro del actual sistema educativo, de la política cultural o del reconocimiento y defensa del euskera. Han dicho no -incluso en Álava- al llamado modelo alavés que proponía el PP y que aceptaba un PSOE definitivamente situado en una posición política subalterna desde la firma del llamado pacto antiterrorista.

¿Tan difícil era saber leer las encuestas -realizadas naturalmente en el País Vasco y no en el conjunto del Estado-, previas a la convocatoria electoral? ¿No eran capaces de aceptar que un candidato percibido en el País Vasco como halcón, que algunos medios de Madrid se habían empeñado en vestir de paloma, era el líder menos valorado en Euskadi, después Otegui, y que no ofrecía ninguna garantía para liderar un proyecto de pacificación desde el reconocimiento del hecho nacional? ¿Cómo es posible que hayan intentado inventar una imagen virtual desde Madrid y además pretender hacernos creer que esa era la realidad en el País Vasco? ¿Siguen sin querer comprender, responsables políticos y medios, que existe un profundo sentimiento identitario en Euskadi, en Cataluña y en Galicia, que no puede ser calificado frívolamente como mera manifestación prepolítica o como una enfermedad? ¿Nunca será posible para algunos comprender que España es una realidad plurinacional en la que existen pueblos que reclaman mayor capacidad democrática para decidir su propio destino?

Transcurridos unos días y recuperados de la sorpresa y la decepción, las aguas de los discursos vuelven a su cauce con fuerza renovada en muchos casos. Las respuestas más importantes a algunas de estas cuestiones ya se han dado. Ha respondido Aznar para subrayar ante los suyos que 'Zamora no se conquistó en una hora'. Es decir, la estrategia es resistir y proseguir con la política de confrontación y desgaste, cegando cualquier salida política a la compleja situación del País Vasco y dejando al PNV sin margen de maniobra. Y esperar sucesivas convocatorias electorales hasta que se obtenga la mayoría. Ante esta irresponsable posición, únicamente se me ocurre pensar que si el Felipe González de la segunda etapa llegó a entender la profunda dimensión política del hecho nacional en España, Aznar, que será incapaz de entenderlo nunca, pretende reducirlo como mucho a un problema de resistencia y mera matemática electoral. Máxime si además se tiene en cuenta que ese tipo de discurso antinacionalista ofrece buenos réditos electorales en otras partes de Estado.

La posición de la coalición PNV-EA no es menos fácil. En primer lugar, porque tiene que apresurarse, en colaboración con el Gobierno central, a incrementar todos los medios que garanticen mayor nivel de seguridad a toda la población. Mucha gente en el País Vasco que no se siente nacionalista tiene la percepción de que se encuentran indefensos ante los actos de violencia. Eso es algo que no pueden ignorar. Cosa distinta es que esa percepción se estimule y se prosiga con la asociación interesada de violencia y PNV. Espero que, al menos, esa parte de la estrategia de algunos desaparezca por el bien de todos. En segundo lugar, porque ya saben que desde el Gobierno central no existirá ningún tipo de diálogo o colaboración para avanzar hacia nuevos escenarios de mayor nivel de autonomía política que permitiera mejor acomodo al deseo mayoritario del pueblo vasco. No me refiero a escenarios soberanistas de largo plazo, sino sencillamente al desarrollo pleno del Estatuto vasco y de su disposición adicional.

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Finalmente, el PSOE se ha quedado sin capacidad de maniobra. El más mínimo cambio de posición será suficiente para que el PP, con la deslealtad que le caracteriza, lo aproveche tácticamente para utilizarlo en su contra en futuras convocatorias de elecciones autonómicas del resto del Estado y, especialmente, en las próximas elecciones generales. No pueden abandonar un carro al que, tal vez, nunca debieron subirse. Si ahora lo hicieran para recuperar, dudosamente, niveles de credibilidad en Euskadi, el PP se encargaría de que perdieran apoyo electoral en el resto de España. No será fácil para ellos cambiar de posición, aunque quisieran, al menos hasta después de esas convocatorias electorales, para poder avanzar hacia escenarios de cooperación política con el PNV.

Un escenario complejo, en definitiva, que requiere de mucha voluntad y pedagogía políticas y un grado de comprensión del proceso de reconocimiento político de las nacionalidades históricas. Pretender solucionarlo con discursos como los de la pasada campaña o con proyectos futuros como el anunciado proyecto de ley de Cooperación Autonómica, para 'cerrar' el modelo de Estado, únicamente servirá para intensificar el conflicto político con la expresión democrática de los nacionalismos periféricos.

Joan Romero es catedrático en la Universidad de Valencia.

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