San Egidio contra el sida en África
Hay una buena noticia: puede que África no muera de sida. Hay una mala noticia: depende de nosotros. Hay otra buena: el sida también puede empezar a curarse en África. La mala noticia continúa siendo: depende de nosotros.
Mientras comprobamos con alivio que en Occidente y en el norte del mundo se puede convivir con el sida, medio mundo se hunde y África lo hace en primer lugar. De los 36 millones de personas que tienen el VIH, el 70% vive poco y muere pronto en el África subsahariana. Tan sólo en el año 2000, seis millones de personas han entrado a formar parte de un resultado tan dramático que las cifras parecen falsas. La mitad son mujeres, una de cada diez es un niño, más de cuatro millones de los nuevos contagiados en el mundo por el VIH son africanos. Es un pueblo de sombras. Si pensásemos verdaderamente que tienen nombres y apellidos, que sonríen, que se enamoran y desesperan, el pensamiento se haría realmente insoportable.
En Kenia, desde hace tiempo, las escuelas cierran 'a causa del VIH': no quedan maestros y se colapsa el sistema escolar. Sudáfrica, como es sabido, es el país más afectado del mundo, con 4,2 millones de personas seropositivas y 250.000 víctimas. En Botsuana el virus ha doblado el número de las personas infectadas en tan sólo cinco años. Si eres mujer y vives en Francistown, la probabilidad de ser seropositiva es de una sobre dos. En Zimbabue, un adulto de cada cuatro es seropositivo. En Mozambique uno de cada seis.
La pregunta es: ¿puede el mundo permitirse la pérdida de África? ¿Cuánto vale lo que corre el riesgo de desaparecer (por el sida, pero también a causa de enfermedades infantiles, tuberculosis, malaria y guerras)? Parece poco: poco más del 2% del PIB mundial, si descontamos Sudáfrica. En realidad, es mucho más. Si dejamos que África se hunda perderemos no sólo algunas materias primas, sino la misma noción de humanidad.
En Pretoria, 39 multinacionales de la industria farmacéutica han intentado condenar al estado sudafricano por una ley que habría permitido producir, a bajo coste, medicamentos 'genéricos' contra el sida, destapando el problema de las licencias y de los royalties que se deben pagar durante 20 años a los poseedores de las patentes. Estaba y está en juego el derecho a la curación, pero también el mecanismo que hace posible las enormes inversiones privadas necesarias para la investigación.
Fármacos genéricos o no, parece de todas formas inevitable la existencia de un doble mercado mundial, uno para los países ricos y otro para los pobres. Pero se debe tomar una decisión: los países pobres son los que tienen un nivel de renta más bajo (26, en los que viven aproximadamente 450 millones de habitantes) o aquéllos con una alta tasa de pobreza (86, con casi 3.500 millones de habitantes). Ante la emergencia (pues se está convirtiendo en una emergencia, tan grande como la que planteó la Segunda Guerra Mundial) no basta el mercado o bien el mercado debe superarse a sí mismo.
Entonces, se puede no morir de sida. Pero depende de nosotros que sea pronto. Hace falta que los países se pongan previamente de acuerdo y que realicen una inmensa inversión profesional y de capital para habilitar las infraestructuras que permitan el control y la formación de personal para combatir las infecciones y lanzar la terapia retroviral. La llave del éxito de esta lucha contra el tiempo, en efecto, está en la suma de 'medicinas de bajo coste + infraestructuras'. Sin una red que funcione mínimamente para controlar, suministrar las medicinas y crear las condiciones ambientales compatibles con la vida, las medicinas se quedarán donde han estado hasta ahora.
En algunas partes de África, donde la preparación de las infraestructuras está en una fase bastante avanzada, se puede empezar la cura: es el caso de Mozambique. Después de la paz construida en Roma y firmada en 1992, con la contribución de la Comunidad de San Egidio, el Gobierno mozambiqueño y la oposición han dado prueba durante casi una década de madurez democrática. El país también ha sabido resistir a las calamidades naturales, incluso a dos inundaciones en el último año, y representa un ejemplo relevante en una África desesperada. Con la contribución inicial de la cooperación italiana y una nueva joint-venture entre Gobierno mozambiqueño y San Egidio, hoy en día es posible en Mozambique iniciar la acción contra el sida. Probablemente se trata de la primera en África, al menos a tan amplia escala. Por primera vez será posible en Mozambique interrumpir drásticamente, en un 50% de los casos por lo menos, la transmisión del virus VIH de la madre al hijo. Para más de un millón de mozambiqueños se abre un camino de esperanza y la muerte deja de ser el único camino.
La Comunidad de San Egidio ha alentado este proceso en un momento en que hablar de una hipotética curación del sida en África parecía un tema prohibido. San Egidio no tiene problemas de 'patentes'. Los protocolos organizativos y de intervención están a disposición de todo el que se interese por ellos. La llave del éxito está en la capacidad de crear sinergias entre quienes pueden contribuir de una u otra forma. Me parece de interés general para el mundo entero que en un país africano se haga realidad todo el ciclo de experiencias de lucha contra el sida, con el fin de que pueda llevarse a cabo lo mismo en otros países. La UNESCO, el pasado febrero, a través de las palabras de Jacques Delors y de Boutros Ghali, entregó a San Egidio el premio Houphouet Boigny para la Paz, subrayando la contribución particular a la paz y a la esperanza en África. Ayer se entregó en Barcelona a Andrea Riccardi, fundador de la comunidad, el Premio Cataluña. Los premios sirven para hacer más, y todavía mejor, cuanto ya se viene haciendo. Ahora tenemos la posibilidad de escribir un nuevo capítulo de la resurrección de África. Depende de nosotros. La mala noticia puede convertirse en buena noticia.
Naturalmente existe un 'pero'. David necesitó una pequeña honda y una piedra para vencer a Goliat. David-San Egidio, y también David-Mozambique, donde el gasto sanitario es ahora mismo de dos dólares por habitante, necesitan ayudas. Si las ayudas financieras de las agencias y la cooperación internacional, de las grandes fundaciones y de quien controla el flujo de los medicamentos y el dinero -las multinacionales farmacéuticas- llegarán a ser suficientes, África y el mundo constataría que el sida puede retroceder en este continente. La ocasión tal vez sea irrepetible. Deberíamos no dejar que se nos escapara.
Mario Marazziti es portavoz de la Comunidad de San Egidio.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.