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CRÓNICAS

La lluvia de Bagaría

Juan Cruz

Dice el escritor Juan José Millás que detesta los días festivos y también los días laborables; para él, los mejores días son aquellos que siendo laborables parecen festivos, y por eso tiene como su día preferido el día de Sant Jordi, pero en Barcelona, donde se juntan libros y flores en una atmósfera que alterna la cartera de los ejecutivos y el ruido de la vida laboral con el runruneo primaveral de la gente que pasea mirando escritores y libros. La verdad es que, como dice todo el mundo, ése es un gran espectáculo: la gente comprando libros en plena calle, en un día de trabajo, y además en Cataluña, que es una tierra tan laboriosa.

Este masivo día del libro -Día del Libro, se dice en mayúsculas porque aún no nos resulta extraño, o extravagante, que exista un día del libro, como el Día de la Tierra, como si en un solo día nos redimiéramos de la falta de atención del año entero- recuerda siempre a ese famoso chiste de Bagaría que creo que ha aparecido alguna vez por aquí: dos hombres se sienten extrañados ante la existencia de una enorme gota de agua que pende del cielo, y uno de ellos se atreve a preguntar: '¿Y eso qué es?'. Le responde la otra figura: 'Eso es una nueva forma de llover: en lugar de que llueva a lo largo de todo el año, llueve una gota de golpe y ya está'.

Así que en España, donde los libros -e incluso los periódicos- siguen siendo fruta desconocida para más del 40% de los habitantes, tenemos un Día del Libro que poco a poco va calando, el mismo día, con ritos similares, como caló desde 1926 esa hermosa tradición de libros y rosas que mantiene tan vivas, ese día, tantas ciudades de Cataluña, incluida Barcelona.

Claro que no basta esa gota enorme de agua que cae el 23 de abril. El 23 de abril, con su Premio Cervantes español y con estas celebraciones callejeras, es ahora como una feria del libro que se ha desgajado del Retiro de Madrid y que va por su cuenta y riesgo. El Premio Cervantes que este año recibió Francisco Umbral sigue siendo una solemnidad como las solemnidades que la precedieron, animada acaso por la personalidad del autor que es centro de atención ese día o por las polémicas generadas por éste o por otro discurso.

Lo cierto es que, independientemente de estos hechos, la entidad que lo convoca y que lo mantiene lo agita bastante poco. En primer lugar, lo ha hecho girar en torno a los dos vectores de la lengua -América, España-, como si ése fuera el radio de acción y la razón de ser de la creatividad de la lengua, de modo que siempre España juega en casa. Además, se promueve también muy poco fuera de las fronteras españolas, y en último término eso no parece que vaya a cambiar.

De modo que el Cervantes es una excelente ocasión perdida para propiciar la relación efectiva de los escritores entre sí y de los lectores con los escritores de cualquier región donde se hable español. Lamentablemente, cada año hay una polémica -esta vez fue la absurda redacción de un párrafo que le hicieron decir al Rey- que oculta el verdadero fondo de lo que es el contraste entre la importancia de la idea del Cervantes y la falta de profundidad con que se piensan su proyección y su contenido.

Así que ni el Día del Libro, ni el Cervantes, ni la Feria del Libro tal como hasta ahora la conocemos sirven para promover de veras la lectura; los andaluces han lanzado un prometedor plan para fomentar el gusto por leer y ésta es la verdadera esencia de lo que toca hacer desde todos los sectores donde exista una mínima preocupación por el fracaso paulatino en que está cayendo esta afición casi secreta, aunque parezca tan pública, de tener un libro en las manos. Claro que el fracaso comienza en los planes de estudio y desemboca en la afición de los medios por favorecer de manera espectacular otros modos de ocio: las cosas serían distintas, aunque no se sabe cómo de distintas, si la aparición de un libro importante se saludara como se saludan, sucesivamente, la producción, el rodaje, las incidencias del rodaje, el estreno y la promoción de algunas películas. La televisión del Estado dedica 10 minutos y 10 minutos -a mediodía, por la noche- a la promoción del fútbol, sobre todo, como si ése fuera un mandato electoral, mientras que los libros tienen que ser asesinados para aparecer en horas lectivas en los telediarios...

Así que menos optimismo, que lo que se nos cae encima por estas fechas sólo es la gota de Bagaría...

Babelia

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