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Reportaje:

Las sombras del mercado americano

Las dificultades de Bush y la falta de instituciones comunes, principales retos del Área de Libre Comercio de las Américas

Con un antetítulo en francés que decía 'Factura de 100 millones de dólares; al menos 200 heridos y 400 detenidos' y el título en castellano '¡Adiós, amigos!', el diario Le Journal de Québec despidió ayer la III Cumbre de las Américas. Si esa portada expresó el alivio de la gente de Quebec por el fin de las protestas contra la cumbre, los expertos destacaron los múltiples obstáculos que lastran el proyecto de crear en 2005 el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), ratificado el domingo en la capital del Canadá francófono.

Algunos son evidentes a corto plazo: el estadounidense George Bush, entusiasta de la idea, carece del permiso (fast track) de su Congreso para negociar el derribo de barreras aduaneras; el venezolano Hugo Chávez no firmó dos elementos claves del pacto -la cláusula democrática y la fecha de 2005-, y el brasileño Fernando Henrique Cardoso, que prefiere que su país sea la cabeza de ratón de Mercosur, lo suscribió con reticencias y se ausentó de la conferencia de prensa final de la cumbre.

Otros obstáculos son estructurales y arrojan profundas sombras sobre el ALCA. Destacan la gigantesca disparidad entre EE UU y los otros 33 socios potenciales, la fuerte oposición a la globalización entre las opiniones públicas y la inexistencia de proyectos para crear instituciones panamericanas que, como las de la Unión Europea, regulen posibles excesos de los intercambios comerciales y financieros en materia de democracia y derechos humanos, medio ambiente y derechos laborales.

El mexicano Vicente Fox insistió en lo último en Quebec, pero EE UU se niega a cualquier limitación de su soberanía e insiste en el viejo principio anglosajón de que el libre comercio es lo importante. La cumbre de Quebec, sin embargo, terminó con la ratificación de un plazo para el nacimiento del ALCA. Ningún país latinoamericano, incluido Venezuela, quiso cerrarse de antemano las puertas del que puede ser el mayor mercado común del planeta. Sus líderes pensaron que si el invento funciona, ellos estarán allí, y si no, poco habrá costado suscribir el Documento de la Ciudad de Quebec.

Desde ayer, la pelota está en los pies de Bush. El presidente estadounidense debe cumplir su promesa de conseguir que el Congreso le otorgue este año manos libres para negociar un acuerdo bilateral de libre comercio con Chile y el continental del ALCA. Ni para Bush ni para los latinoamericanos va a ser fácil vender el ALCA. A los congresistas demócratas, que le negaron el fast track a su correligionario Bill Clinton, Bush tiene que convencerles de que no se traducirá en huida de empresas norteamericanas hacia países con bajos criterios laborales y medioambientales. Pocos veían ayer un hueco en la agenda de Bush, cargada con sus propuestas de recorte de impuestos y reforma educativa, para esa tarea.

Por su parte, los latinoamericanos deben combatir la idea de que el ALCA es una fórmula 'imperialista' para que EE UU establezca las reglas y recoja los mayores beneficios. En lo personal, Bush aprobó su primer examen en cumbres multinacionales. Estuvo, según sus pares, cordial y modesto. El colombiano Andrés Pastrana lo describió como 'muy informal, abierto y transparente', y Chávez dijo que el nuevo titular de la Casa Blanca, con el que tiene 'muchas diferencias', le pareció 'sincero'. La mejor química la desarrolló con Fox y, en general, volvió a beneficiarse de que se le ponga bajo el listón de las expectativas. Eso sí, Bush cometió algunos de sus lapsus. Llamó 'amigo' en castellano al primer ministro de Canadá, el francófono Jean Chrétien; se equivocó al pronunciar en inglés la palabra sida y, el primer día, dijo a los periodistas que no aceptaba preguntas 'ni en francés, ni en inglés, ni en mexicano'.

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