Zaplana, de paso
Al público, las procesiones le han impedido ver el santo; y el tráfico, los caminos. Pero toda la semana ha sido una pasión profana, y los penitentes del atasco han canjeado la actualidad por el chiringuito. Ni corre la noticia, ni el misterio glorioso es la resurrección de la carne, sino la evaporación de los políticos. Y sin embargo, Zaplana qué buen paso, si hubiera buen costalero. Pero toda la cuadrilla está de incógnito; y Vicente Rambla, huido del acoso presidencial. Y qué otra cosa puede hacer el hombre: los presupuestos ya no dan para más despilfarros. Es que no queda ni un duro, en caja.
Si Salzillo hubiera tallado un leño con la prestancia torera de Zaplana, para sacarlo por las calles, entre cirios, capirotes y tambores, qué paso: desde lo alto de las andas, unos cuantos quintales de megalomanía biológica hubieran contemplado a esa ingente multitud de turistas, que en Benidorm reclaman más aparcamientos y menos minotauros. Y es que ni la liturgia funeral ni el solar de los mitos y otras criaturas abominables, pueden esconder el boquete contable; y la Generalitat es una reliquia. Con el inflamado catolicismo de la victoria, en las vitrinas de la arqueología religiosa, las imágenes ya no van repartiendo milagros, ni el maestro Salzillo le pega al formón. Aunque la tele sí se ha despachado a su estilo original, y nos ha endilgado todo el poderío bíblico y de romanos, que custodia el Opus, en su filmoteca.
Mientras la España eterna y conservadora trata de persuadirnos de que con las manolas y Ben Hur ya teníamos dónde elegir, al consejero de Hacienda no le salen los números, por más que se aplica, y está ensayando algunos pases de prestidigitador, a ver si puede explicar la desastrosa situación financiera, en la que nos ha enredado a todos una imprudente administración autonómica. Y va a necesitar mucha munición y más piruetas para pararle los pies a los grupos socialista y de EU. Con las Cortes a cierre bajado, por vacaciones, Joaquim Puig prepara su estrategia para la rentrée: Rambla ha de poner las cuentas públicas boca arriba y dejarse de tantas y tan sospechosas evasivas e incomparecencias. Hay que pechar con la responsabilidad. El Banco de España ha publicado los datos relativos a las finanzas de las autonomías y le ha dado un buen revolcón al consejero: el endeudamiento de la Generalitat asciende a casi un billón de pesetas, y una cifra así de abultada no se digiere fácilmente. Un billón de pesetas que ha salido de nuestros bolsillos y se le ha confiado a un Consell que ahora no sabe ni cómo aclararse ni cómo aclararnos tanto y tan frívolo derroche. Hace unos días, en Alicante, Joan Ignasi Pla acusaba al Presidente de hipotecar a la Comunidad con el delirio de promover espectáculos de ocio, en tanto pasaba olímpicamente de las prioridades sociales, como la enseñanza y la salud públicas. La crisis ya va calando en los vecinos, a los que no se les oculta que detrás del ocio, asoma la oreja el negocio de unos cuantos. En poco más de cinco años, se ha duplicado el endeudamiento, y tampoco se consuman las inversiones previstas en los Presupuestos de este año. Aviados estamos.
De ruina absoluta ha calificado el estado de la Generalitat, Joan Antoni Oltra, portavoz adjunto de EU, ante la gravedad financiera que nos incumbe, y a la que el Consell no hace frente, sino que se limita a esquivarla y disimularla, con un cinismoque resulta patético. Por fortuna, dicen que no hay mal que cien años dure. Y el presidente Zaplana está aún de buen ver. Y de buen decir. Y aunque su modelo económico es el resto de un naufragio, por lo que cuentan los expertos y lo que canta el Banco de España, Zaplana ve con absoluta normalidad la Hacienda valenciana. Todo está en la teoría de los techos competenciales. Y ni se le ocurre pensar en la posibilidad de una gestión descabellada del Consell del PP. Desde las andas y recorriendo calles, el paisaje es otro. Por eso, Zaplana, de paso, mejor.
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