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CRÓNICAS
Columna
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Benedetti vuelve con la primavera

Juan Cruz

Mario Benedetti vuelve a España, siempre, con la primavera, pero esta vez además ha regresado con un nuevo libro de versos, con 25 cuentos que están a punto de constituirse en un volumen y con la noticia de un premio literario que a él le cogió desprevenido el mismo día en que descendía del avión estrecho que le trajo desde Buenos Aires.

Ese día, grisáceo y turbio en el Madrid que es azote de asmáticos como él, Benedetti llegó a Barajas, recogió sus maletas ligeras, donde viaja siempre la austeridad que le acompañó a todos sus exilios, y este hombre al que distinguen por igual las palabras y el silencio ingresó de nuevo en una vecindad humilde y cotidiana en la que los grandes gestos están más en la mirada interior, en el silencio, que en la grandilocuencia.

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Si no fuera porque ese mismo día le avisaron para decirle que era el premio Iberoamericano de la Fundación José Martí (seis millones de pesetas; él los donará), ese regreso hubiera pasado desapercibido, Benedetti hubiera sido durante días el comprador matutino de periódicos, el paseante demorado de las tiendas de la esquina, un uruguayo tímido que desde hace tantos años habita entre nosotros cuando acaba el invierno.

Pero vino ese premio y ya empezaron a faxearle compromisos, a requerirle para saraos, para hacerle olvidar -o para recordárselo- que ya tiene algo más de 80 años y que a estas alturas de la vida lo que quiere, como el legendario personaje de la canción argentina, es silencio, que las yuntas caminen haciendo su propio ruido; quiere sigilo, tranquilidad y versos.

Los versos con los que ha venido esta vez tienen un título que en un asmático adquiere un enorme toque de ironía, porque este libro, que en América del Sur publica Seix Barral y en España edita Visor, se titula El mundo que respiro. Mucha gente sabe que Benedetti es asmático: suele ir con una maleta de cuero de la que de vez en cuando extrae un aparatito cada vez más minúsculo -está a la última- con el que se alivia sin aspavientos esos ataques espasmódicos que son la tragedia de los que padecen de asma y que generalmente provienen de la casualidad que concita la maldita, terrible, inesperada y recurrente primavera.

La vida del asmático -este hombre que aspira a respirar que habita los nuevos versos de Benedetti- es muy paradójica, pues mientras que hay enfermedades obvias ésta resulta tan íntima y aleatoria que sólo resulta evidente cuando ya no se puede remediar, y suceden sus síntomas y sus consecuencias de manera simultánea: eres asmático cuando tienes asma, pero no sabes perentoriamente que vas a padecer un ataque.

Tiene el asma algo de leyenda, pues la padecieron grandes personajes de la historia, como Proust o Che Guevara, lo cual siempre es una referencia de calidad para ir salvando el fastidio público de este mal privado: mientras el asmático no padece los ataques es requerido para hacer cualquier esfuerzo, es como cualquiera. Pero el asma va dejando en los enfermos crónicos un aliento íntimo de melancolía, se aloja en los ojos, camina con el asmático, es su esencia personal, nadie nunca puede negar por su aspecto y sobre todo por su mirada que en su alma respira un asmático.

Pues con ese asma convive desde siempre Benedetti, y con ella regresa cada año a una ciudad que, en estas fechas, lo recibe con los peores alacranes para el asma, porque se va llenando de pólenes y de polvos que se alojan directamente en la nariz y los pulmones, y hacen sufrir a los que pasean creyendo en la bondad de un clima criminal del que jamás, por pudor, el poeta dice nada en contra. Ahora le pedirán, despiadados, que vaya a firmar a la Feria del Libro y este hombre cuyos versos dan luz y respiración a tanta gente irá al Retiro a sufrir por los versos esa carga de caballería que son todos los pólenes de Madrid en movimiento. Insiste en venir en primavera: es un hombre generoso con Madrid, no cabe duda, porque nunca ha escrito nada contra esta estación que con tanta saña ataca a los asmáticos en esta capital de los olores.

Bienvenido, pues, al mundo que se pueda respirar.

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