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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Solidaridad

Estoy seguro de que muchos ciudadanos agradecemos de corazón el artículo de Santiago Hernández publicado en EL PAÍS, el domingo 25 de marzo, dedicado al Campamento de la Esperanza de los trabajadores de la empresa Sintel, instalado en el paseo de la Castellana, de Madrid, desde hace casi dos meses, soportando lluvia, frío, problemas familiares y personales (añadidos a los económicos y laborales), fallecimiento de compañeros en plena lucha y, sobre todo, el silencio bastante generalizado de los medios de comunicación.

A quienes cada día hemos de atravesar el Campamento de la Esperanza para acudir a nuestro trabajo, se nos hiela el corazón y se nos encoge el estómago al constatar, un día tras otro, que no se mueve un dedo desde las esferas del poder, ni tan siquiera para intentar perfilar una posible solución a las legítimas demandas de estos trabajadores y trabajadoras (ellas y sus familiares permanecen encerrados en la catedral de la Almudena).

Los responsables del Gobierno de este país tienen delante de sus ojos (ante los ministerios de Economía, Ciencia y Tecnología, Defensa y Trabajo, y Asuntos Sociales) una enorme patera, en medio del paseo de la Castellana, en pleno siglo XXI, y no lo ven; o no quieren verlo y miran para otro lado; o mucho peor, pretenden hundir la patera con el silencio cómplice, el desprecio, la soledad, el vacío, el agotamiento, la extenuación. Como decía un periódico, no les han dado ni caridad cristiana..., que es mucho decir para quienes se jactan de tener una moral con tal calificativo.

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Pues bien, hay que gritar bien fuerte que el comportamiento de estos trabajadores/as de Sintel es ejemplar y exquisito (por poner un ejemplo, no hay ni una sola pintada en Madrid, ni tampoco ha habido un solo acto de violencia), y que están llevando a cabo sus justas y legítimas reivindicaciones con la máxima dignidad, casi en los límites del esfuerzo sobrehumano. Sólo por eso, por su ejemplo y su dignidad, estos trabajadores y trabajadoras se merecen todo nuestro apoyo y solidaridad.

No sólo ellas y ellos sueñan con una resolución justa del problema. Somos muchos más los que también soñamos como ellos, los que queremos que se haga justicia, los qe estamos seguros de que una solución es posible (¿cómo no va a serlo?), y los que pedimos al actual Gobierno que deje de mirar para otro lado y se ponga manos a la obra.

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