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Columna
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M & S

No sé si este artículo les parecerá adecuado a los responsables de la sección de Cultura, pero me arriesgo y hago la elegía de los almacenes Marks & Spencer, que han anunciado el cierre de sus nueve locales españoles. Debajo de esta firma comercial hay para mí una filosofía o un exponente artístico no tan efímero y mercantil como se piensa, y su fracaso en el continente (desaparecen en total 38 tiendas repartidas por toda Europa), lejos de aislar aún más a los británicos, nos insulariza a nosotros.

La moda. Siempre la moda mandando. Se dice en las noticias del cierre que el principal motivo de sus grandes pérdidas económicas es que la ropa confeccionada por Marks & Spencer no gusta a la gente joven, más inclinada, en el terreno de los precios medios, a comprar en The Gap o Zara. No he sido nunca un gran consumidor de las legendarias prendas de punto y el algodón 100% que los almacenes comercializan bajo la marca St Michael, aunque siempre que las he usado pude comprobar la solvencia de su calidad. La ropa de Marks & Spencer marca como ninguna otra institución o firma el predominio del common sense británico y es ese confortable, fiable, antillamativo sentido común lo que el consumidor europeo parece rechazar en favor de los becerros dorados, doradísimos.

En su monumental e incompleta obra sobre los Pasajes o galerías comerciales (Passagen-Werk), Walter Benjamin habla a menudo con fascinación de esa nueva tipología arquitectónica y mercantil que proliferó en las grandes capitales occidentales desde la segunda mitad del siglo XIX, y que en gran medida fue el antecedente del department store o gran almacén. Pero Benjamin no olvida su formación marxista (y cuando lo hacía allí estaba Adorno para tirarle de las orejas), y en el Konvolut dedicado a la moda leemos lo siguiente: 'La moda prescribe el ritual a través del cual el fetiche de la mercancía quiere ser adorado'. Ese ritual ha alcanzado en el siglo XX un nivel de seducción, de embaucamiento, refinadísimo, insospechado, aunque Benjamin, que era tan listo, lo sospechó.

En la carpeta donde acopia los materiales sobre 'tipos de iluminación' (el Konvolut T), el filósofo insinúa que no cualquier Edad de las Luces es tan progresiva como el Iluminismo ilustrado del siglo XVIII. La iluminación comercial, y, en general, todo el dispositivo propagandístico de las mercancías de consumo, trata de situarnos -regresivamente- en una escena de cuento de hadas. Benjamin cita para apoyar su tesis a un oscuro escritor francés, Jacques Fabien, que en 1836 ya expuso la idea de que 'la electricidad, a través de una sobreabundancia de luz, produce múltiples cegueras, y tras un lapso de bombardeo de información produce locura'.

Ofuscar, encandilar. ¿No es ése el signo de nuestro tiempo? Los almacenes Marks & Spencer siempre son mesurados y discretos.

Señalan también las informaciones sobre el cierre europeo de Marks & Spencer que a partir de ahora la firma tratará de recuperar al 'cliente fiel' mayor de 35 años, que prefiere 'prendas clásicas'. Hay en efecto un estilo de vestir m & s, que siempre he asociado con el maduro profesor universitario inglés. Calmado, sólido, competente, deliciosamente ajeno a las inclemencias temporales. Eso que nos perdemos.

Termino con el lamento de otra pérdida que me afecta más de lleno. El common sense de Marks & Spencer tenía en su sección de productos alimentarios una sensibility aventurera, exótica, muy propia también de un país que combinó el arrojo imperial con las tradiciones inmutables. Para los adictos del precocinado, nada había mejor que esas bandejas de comida india o tailandesa, mexicana y china, ofrecidas por St Michael junto a un incomparable muestrario de sopas rústicas y espesas. Sólo por la prosa circunspecta, prudente, de sus instrucciones de almacenaje y preparación valían la pena, pero también los sabores nos llevaban a un rico viaje lejano sin salir del pequeño mundo del microondas.

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