En Madrid no hay negros
Extranjeros que vienen por Madrid comentan: '¿Qué pasa en esta ciudad, que no hay negros?'. Choca la ausencia de batiburrillo -no aún mestizaje ni melting pot- de razas y culturas que uno ve en París o Londres, por hablar sólo de Europa. Naturalmente que hay negros en Madrid: tirados, pinchándose en la nunca mejor llamada calle del Desengaño; o, en mejores condiciones, en Cuatro Caminos o Prosperidad. El comentario apunta que en esta ciudad, y en otras de España, se ve poca convivencia multicultural y mutirracial entre los profesionales de las clases medias, en los lugares que frecuentan en su trabajo o en su ocio.
Dado nuestro retraso histórico -como ocurrió con la urbanización y despoblación del campo o llegada de la mujer al mercado laboral-, España, en materia de inmigración, tiene que adaptarse de forma acelerada a una situación para la que otros países, por las razones que sean, incluido un pasado colonial diferente, han dispuesto de décadas para prepararse psicológicamente, aunque es ahora cuando llegan nuevas oleadas migratorias. Países que han tenido una inmigración proporcionalmente masiva en muy pocos años, como Austria tras los cataclismos en el Este, han producido fenómenos como el de Haider. Y desde hace años las encuestas indican que en la sociedad española hay un importante trasfondo de racismo y xenofobia que corta, a través de todos los partidos, de la izquierda y de la derecha. El último barómetro del CIS sitúa la inmigración como tercera gran preocupación para los españoles, tras el paro y el terrorismo.
'El cómo de la integración evidentemente depende del quién del integrando', señala Giovanni Sartori en un polémico libro (La sociedad multiétnica) que esta semana presentará en Madrid, en el que llega a conclusiones muy distintas de las que aquí se esbozan. Es evidente que España ha sido país de emigración antes que de inmigración, pero en su historia se mezclan muchas culturas. Ahora algunos piensan que hay que acomodar esta inmigración -que necesitamos para nuestro bienestar y que de todas formas va a venir- a nuestra historia, es decir, preferentemente América Latina, como si por debajo de la lengua común no hubiera también inmensas diferencias. Tampoco se puede olvidar que el mundo árabe estuvo en España largo tiempo, con huellas perdurables.
El delegado del Gobierno para la Extranjería, Enrique Fernández-Miranda, ha llegado a afirmar que, 'además de la lengua y la cultura común, practicar la religión católica es un elemento que facilita la integración de los extranjeros en España'. Es decir, se buscan latinoamericanos cristianos. Puede que tal orientación responda a un sentir popular, o a los intereses de la política exterior (olvidando la contradicción de que el primer destinatario de los créditos FAD españoles -que se supone son para la ayuda al desarrollo- haya sido durante años China, y, como región, siga siendo Asia), pero tales propósitos resultan inútiles. Para Douglas Massey, cuanto más globalización, más inseguridad, y la gente trata de asegurarse contra la inseguridad emigrando. Pero, cuando una empresa como Telefónica desplaza su servicio 1003 a Marruecos, entonces se empieza a hablar de pérdida de empleos en España, como si no quisiéramos darles oportunidades allí, ni tampoco a sus tomates ni a sus ciudadanos.
Prepararse para lo que viene exige educación, educación y educación; de todos. Es una responsabilidad que incumbe no sólo a los poderes políticos, sino también a los sociales, incluyendo los medios de comunicación. En un programa reflejo de la glocalización (adaptación local de un fenómeno global) como es El Gran Hermano, en la versión española no hay en La Casa un solo negro, magrebí o latinoamericano del color que sea. Una pena. Las versiones alemanas y estadounidenses, entre otras, sí fueron plurirraciales, incluso multiculturales.
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