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Columna
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El corto trecho de economista a político

Joaquín Estefanía

Las escasas horas que Domingo Cavallo pasó el lunes en Madrid fueron testigo de la transustanciación de un economista en político. Era como ver a Fuentes Quintana convertido en Abril Martorell. Lo dijo el propio Cavallo en una cena en la Casa de América a la que asistieron los primeros ejecutivos de muchas de las empresas con intereses en Argentina: 'Técnicamente yo lo sabía todo. Pero no sabía quién era quién en el entramado del poder. Entonces era un economista; ahora soy un político'.

Lo escuchaban atentamente gente como César Alierta, Francisco González, Matías Rodríguez Inciarte, Alfonso Cortina, Rodolfo Martín Villa, José María Cuevas, Ricardo Fornesa, Pedro Ferreras, Martín Varsavky, Santiago Foncillas, Josep Piqué (que actuaba de moderador), Trinidad Jiménez... Poco antes, Cavallo había dado una conferencia de 25 minutos sin un papel, en la que no anunció una sola medida concreta de su futuro programa económico, y sólo vendió una idea: él mismo como motor de la confianza que había que tener sobre la próxima Argentina.

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Recientemente, Mark Malloch Brow, administrador general del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), decía que en el futuro la política será de los comunicadores. Cavallo es un gran vendedor. En esa reunión con empresarios españoles desveló implícitamente la mayor diferencia entre lo que representa él y lo que era su antecesor, Ricardo López Murphy, el más breve de los ministros de Economía argentinos. Liberales confesos ambos, se distinguen no por el producto que plantean, sino por la venta del mismo. Este fin de semana habrá salido en Buenos Aires un libro de conversaciones con Cavallo, Pasión por crear, cuyo contenido adelantó en Madrid: 'Yo siempre me he preparado para gobernar, aun a costa de no saber ganar las elecciones'; a partir de ahora, todo será distinto. El problema no son las reformas, sino cómo hacerlas; uno no puede presentarlas como una imposición del FMI, como necesarias para ampliar el mercado de capitales, sino como una cosa que va a ser buena para el pueblo. 'La política es el arte de relacionar lo que uno va a hacer con el bienestar del pueblo'. La única vez que mencionó al presidente Fernado de la Rúa fue para insistir en esa transmutación personal: 'De la Rúa y yo convinimos que la primera confianza que debemos restituir es la de los argentinos. Entusiasmar a los argentinos. Hablar para los argentinos, no para los mercados, aunque éstos nos castiguen en lo inmediato'. Dicho y hecho: el pasado miércoles, la agencia de calificación Moody's rebajaba la calificación de riesgo soberano de la deuda argentina a largo plazo en moneda extranjera y local. El lunes anterior, al tiempo que Cavallo hablaba con los empresarios españoles, Standard and Poors adoptaba una decisión similar.

Cavallo dijo que una de sus primeras medidas sería aumentar los ingresos impositivos, para reducir el déficit público. Y ha sido a los argentinos a los primeros que les ha concretado cómo: primero, reduciendo la gigantesca bolsa de fraude fiscal y de evasión de capitales al exterior, haciendo un punto final. De nuevo, la significación de esa amnistía fiscal está íntimamente relacionada con su credibilidad: será la última oportunidad para que los evasores puedan regularizar su situación con el fisco. Si los ciudadanos no lo creen, si dicen 'una vez más...', no servirá para nada. En segundo lugar, con la creación de un impuesto sobre las transacciones financieras, de un 0,3%, a cuenta del IVA y las plusvalías.

El primer interrogante sobre el nuevo Cavallo también es político, no económico: si saca a Argentina de la recesión, ¿qué papel resta a sus dos últimos jefes, Fernando de la Rúa y Carlos Menem? También eso se lo preguntaban los interlocutores españoles en la Casa de América.

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