EL ESPÍA CUBANO QUE NO LA AMÓ
Fue una ceremonia entrañable. Aquella tarde del 1 de abril de 1995, Ana Margarita Martínez y Juan Pablo Roque contraían matrimonio en la misma iglesia bautista de Miami en la que se habían conocido tres años antes, rezando. Entre los más de cien invitados había muchos anticastristas notables con los que el novio había entablado amistad desde su deserción en Estados Unidos; incluso asistió un ex general de inteligencia de Cuba, protegido por el servicio secreto norteamericano, que daba un cierto toque de honor al festejo nupcial. Y ella estaba radiante porque al fin 'había encontrado a un hombre para toda la vida'. Nada hacía sospechar que se tratara de una boda distinta a las típicas de exiliados cubanos.
Ana Margarita empezó desde entonces, sin saberlo, a dormir con el enemigo. Él se comportaba como siempre, atento y cariñoso con ella y con sus dos hijos, de ocho y nueve años, producto de un mal matrimonio con un jordano que la dejó plantada. 'Con él sentía algo que no había sentido hasta entonces, me ofrecía seguridad y protección', recuerda ella. Compartían la casa que Ana Margarita había comprado con mucho esfuerzo con su sueldo de secretaria ejecutiva en un banco, y Juan Pablo iba aportando dinero de su trabajo en la compañía aérea rusa Aeroflot en Miami y de su pluriempleo como profesor de gimnasia, que le permitía gran libertad de movimientos.
Los días laborables estaba muchas horas fuera, porque también estudiaba inglés, pero los fines de semana los dedicaba a cortar el césped y a ir a misa con la familia. A veces se les unían los parientes que acogieron a Juan Pablo cuando se exilió en EE UU, en especial su primo del FBI, que fue el que presentó a la pareja en una clase de estudios bíblicos.
Así pasaron 11 meses, hasta que de repente la fábula de amor se hizo añicos y se convirtió en una novela de espionaje, de la que ella era la víctima. Juan Pablo se fue para siempre del hogar conyugal a las tres de la madrugada del 23 de febrero de 1996. Horas después, Cuba derribaba dos avionetas de la organización anticastrista en la que cooperaba Juan Pablo, Hermanos al Rescate, matando a sus cuatro pilotos. Era un vuelo en el que debía haber ido Juan Pablo, pero puso la excusa del trabajo ('Él podía haber salvado esas vidas porque sabía que iba a ocurrir, de acuerdo a los documentos desclasificados del FBI', recalca Ana Margarita).
Aquellas 24 horas cambiaron la historia en muchos sentidos. Las relaciones Washington-La Habana se tensaron aún más y EE UU proclamó la ley Helms- Burton endureciendo el embargo económico de 40 años a la isla; Juan Pablo Roque fue procesado in absentia en el primer juicio de espionaje cubano en Estados Unidos (que aún se sigue), como miembro de la Red Avispa que penetró durante años el exilio anticastrista de Miami. Y Ana Margarita casi se vuelve loca y pierde la vida, pero gracias a esa traición se ha hecho millonaria.
Un juez le ha otorgado una indemnización de 27,6 millones de dólares (más de 5.000 millones de pesetas) por la 'violación, tortura y terrorismo' sufridos durante su fraudulento matrimonio. Según el dictamen, 'el hecho de que Cuba envíe a un espía constituye un acto de terrorismo'. El magistrado Alan Postman consideró como violación las relaciones conyugales porque la ley de Florida tipifica como tal a un acto sexual no consentido. ('Yo no hubiera consentido de haber sabido quién era, por eso mi boda se anuló a los pocos meses de irse él').
Los fondos saldrán de cuentas que Cuba tiene congeladas en EE UU desde los años sesenta, procedentes de los pagos realizados entonces por compañías telefónicas norteamericanas al Gobierno de La Habana. (De esas mismas cuentas extrajeron otros 93 millones de dólares para indemnizar a las familias de los pilotos muertos de Hermanos al Rescate).
El Gobierno de Cuba decidió no defenderse en la demanda interpuesta por Ana Margarita hace dos años. Sólo mandó una nota diplomática diciendo que los tribunales de EE UU no tienen jurisdicción sobre su Gobierno.
'El dinero no va a borrar el sufrimiento que pasé, pero al menos es un golpe para
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.