Alcalde franquista
La reconciliación nacional es la gesta colectiva más importante que ha vivido España desde que finalizó la guerra civil (incivil) que ensangrentó y asoló nuestra patria en el ominoso trienio 1936-39. Después, la sempiterna maquinaria de los vencedores se armó de retórica y malignidad. Y ahora, muchos años después, en lugar de regresar con la mirada hacia ese pasado, afrontándolo con dignidad, es decir, pensando, reconociéndonos herederos y libres a un tiempo, el regreso se produce violentando y falsificando la historia.
Llanamente, es una impostura perpetuar la memoria de quien no representó en absoluto un adelanto en la reconciliación de nuestro país, erigiendo una estatua. Administramos una herencia histórica -desastrosa para nosotros- y somos a la vez libres ('Libre soy y en libertad me fundo', decía Cervantes). ¿Cómo, entonces, permanecer tranquilos ante la sorprendente hipótesis de que una de nuestras plazas esté presidida por una estatua de Gallego Burín, el primer alcalde franquista de nuestra ciudad, nombrado para ejercer ese cargo por los militares insurrectos que nos robaron, en plena guerra civil, en 1938, la libertad y el pensamiento durante 40 años?-
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