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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tipos resistentes

No era éste el momento más oportuno para que el Banco Central Europeo (BCE) negara las expectativas de rebaja del coste del dinero y decidiera mantener el tipo de interés en el 4,75%. Sin embargo, eso es lo que decidió ayer el consejo de la máxima autoridad monetaria europea. No es que no haya razones para explicar la posición conservadora del banco. Por ejemplo, la inquietud por la inflación o el deseo de mantener una política monetaria independiente de la que está ejecutando la Reserva Federal en Estados Unidos. Pero en un análisis económico un poco más amplio parecía necesario tener en cuenta otros factores de mayor riesgo, y uno de ellos, quizá el más amenazador en la actualidad, es el de una desaceleración brusca de las principales economías mundiales.

Es verdad que en Europa se mantiene una cierta preocupación por la inflación, sobre todo en países como España. No es sorprendente que el ministro de Economía español, Rodrigo Rato, insista en la conveniencia de mantener una línea vigilante en la política monetaria. Pero la inflación no es hoy el problema principal de la eurozona. En cambio, la amenaza de recesión es más real y próxima. Europa no puede aspirar a una patente de inmunidad frente a las consecuencias del violento aterrizaje de la economía estadounidense, que ha corregido de nuevo a la baja el crecimiento del PIB del último trimestre de 2000, hasta dejarlo en un escuálido 1%. Tampoco cabe negar el efecto de arrastre que sobre las bolsas europeas está teniendo el derrumbamiento de los mercados estadounidenses. Wim Duisenberg y sus asesores pueden encontrarse con un debilitamiento severo de las economías europeas que sea difícil de corregir dentro de unos meses.

Hay que esperar que la decisión del BCE sea circunstancial y que el 11 de abril esté en mejor disposición para responder a los problemas de unas economías que están perdiendo pulso de forma evidente. Porque los problemas de inflación en la eurozona -los de España o Grecia, por ejemplo- no pueden resolverse con recetas de política monetaria a la usanza de los años setenta.

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