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LA SITUACIÓN EN EL PAÍS VASCO
Columna
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Fractura y confrontación

Uno de los rasgos característicos de la España del verano de 1936 fue que en ella las voces de sensatez y de convivencia fueron transversales a los partidos. Giménez Fernández y Prieto, por ejemplo, se pronunciaron en unos términos que hubieran podido evitar lo que vino después. También hoy existe idéntica transversalidad. Cuando Atutxa pide que se vuelva a la unidad antiterrorista y repudia cualquier pacto con los violentos está mostrando una actitud mucho más elogiable que Eguibar. El decálogo de Mayor proponiendo desterrar cualquier revancha parece suscribible por todos; lo malo es que a continuación aparece Aznar decretando la catastrófica ruina en que consiste el nacionalismo vasco en su totalidad. Rodríguez Zapatero en pocas frases ha estado mucho mejor que unos candidatos del PSOE que apenas asoman con perfiles nítidos. A los tres habría que pedirles que no callaran en esta campaña. Si retrocedemos al año 36 habrá que recordar que lo que hundió definitivamente la convivencia fue que las voces de sensatez acabaron por dejar de oírse sepultadas por océano de insensateces.

Lo peor que podría suceder es que esa situación se repitiera. La minoría dispuesta a provocar la confrontación y a lucrarse de ella existe, aunque sea mucho menor que en el pasado: está formada por esa porción de los vascos para quienes el problema más grave es la independencia y no el terrorismo. El clima de fondo que puede alimentar la fractura siempre está latente en la sociedad española, en divisiones culturales que alimentan las políticas. La prueba más evidente de esta situación la encontramos en dos encuestas que han aparecido en los medios de comunicación durante esta semana. En el País Vasco resulta que el político español más valorado se hunde en el abismo ante el aprecio público. En la propia Cataluña, pactista y alejada de una conflictividad semejante, existe una distancia abismal entre el modo de verse a sí misma y cómo se la ve desde el resto de España. La encuesta para Cataluña Hoy testimonia que desde esta última óptica se la observa como una región cuya lengua tiene un uso intencional para obtener ventajas (que, al final, se logran); la visión catalana está en las antípodas. De todo esto puede surgir fractura y luego confrontación. Las condiciones parecen favorables si ya el 44% de los consultados consideran posibles el choque civil y todavía un porcentaje mayor -dos de cada tres vascos- tiene la impresión de que tras las elecciones no va a cambiar nada. ¿Se habrá abierto el camino ya hacia esa especie de sentimiento de impotencia, pasividad y cesión ante lo irremediable de julio de 1936? Creo que no pero estamos más cerca que hace unos meses. Coadyuvan a ello unos políticos que están presentando las elecciones vascas como una ocasión trágica pero también redentora cuando lo característico de una democracia estable es verlas como algo que se repetirá. Aun se entiende esa actitud como testimonio de la exasperación ante la tragedia cercana. Más difícil de comprender es la de quienes la excitan porque fueron etarras y deben liquidar cuentas con el pasado o quienes participan de eso que llamaba Bertrand Russell 'el maximalismo de los poco viajados'.

Contra fractura y confrontación la única respuesta posible es reconocimiento. Bien haría el PNV en hacer autocrítica con los reproches que surgen de sus propias filas o de instancias europeas. Pero bien harían también las plumas que destilan vitriolo en su contra en leer una reciente historia del PNV entre 1936 y 1979 que acaba de aparecer (Ed. Crítica). En sus páginas -veraces y a veces ásperas- se da cuenta de sus méritos indiscutibles en la construcción de la democracia para todos los españoles y se señala hasta qué punto es una realidad permanente, sólidamente enraizada y que nada tiene de circunstancial. Por todo eso lo mínimo que merece el PNV es un respeto; razón evidente para no condenarlo a una especie de leprosería.

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