Espías y malestar
La Administración de Bush ha declarado personas no gratas a cuatro diplomáticos rusos acreditados en Estados Unidos, lo que significa su expulsión inmediata. Otros 46 funcionarios rusos tendrán que abandonar el país en los próximos cuatro meses. Washington responde así al descubrimiento de que uno de los expertos de contraespionaje del FBI, Robert Philip Hanssen, era en realidad agente de Moscú desde 1985. La respuesta ha tardado un mes, pero tiene una contundencia que recuerda los tiempos de la guerra fría.
En aplicación de la ley del ojo por ojo, Rusia ha exigido a Washington que retire a otros 50 funcionarios de su Embajada en Moscú. Pero, en términos relativos, las represalias norteamericanas afectan a una cuarta parte de los funcionarios rusos acreditados en su legación de Washington, mientras que Estados Unidos perdería apenas a un 5% de los 1.100 con que cuenta en Moscú. Este intercambio de represalias daña más seriamente la capacidad de espionaje de Rusia en Estados Unidos. El espía Hanssen, cuyas informaciones inutilizaron un túnel secreto que EE UU construyó bajo la Embajada rusa en Washington, fue localizado en realidad gracias al espionaje norteamericano en Moscú sobre los servicios rusos.
La medida adoptada por Washington es la más dura desde que, en 1986, Ronald Reagan declarara personas no gratas a 80 funcionarios de la Embajada de la URSS. Pero el hecho en sí es algo más que una mera anécdota en la historia del espionaje. Pone de relieve el creciente deterioro en las relaciones entre EE UU y Rusia, a pesar de que soldados rusos colaboren con la OTAN en Kosovo o en Bosnia, o que las relaciones de Moscú con la Alianza Atlántica hayan vuelto a mejorar. La Administración de Bush ha acentuado sus recriminaciones hacia los rusos, a los que acusa, no sin razón, de vender material nuclear a países como Irán, al mismo tiempo que Putin trata de socavar la hegemonía unipolar de EE UU, con un Gobierno que relega a Rusia a potencia de segunda categoría. Estas malas relaciones preocupan a los europeos, para los que Rusia es un socio estratégico, ya sea en el terreno comercial, energético, medioambiental o para el diseño de esta nueva Europa que con la ampliación de la UE y de la OTAN tiene cada vez más fronteras comunes con Rusia.
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