'La moda es el espejo de la sociedad'
La marca de Giorgio Armani arrastra un aura de sencillez, sobriedad, un minimalismo exquisito en la que pocos elementos buscan el mayor efecto. Él mismo parece un producto más de la casa Armani. El modista supervisaba ayer en el Museo Guggenheim Bilbao los últimos toques de la exposición dedicada a sus diseños, bien bronceado y vestido como un colegial, con pantalón y jersey azul marino y camisa lisa en celeste. Llegar hasta Giorgio Armani (Piacenza, 1934) es una larga tarea que culmina tras pasar el filtro de un numeroso equipo de ayudantes, hombres y mujeres jóvenes que sólo visten ropa de la casa 'por obligación y por gusto'. Cuando Armani se presenta en una sala que ha sido decorada a imitación de la pasarela donde ha presentado las colecciones de los últimos años en el palacio milanés de Via Borgonuovo, los problemas desaparecen.
'He trabajado mucho para que la gente que no tiene mucho dinero también pueda vestir de Armani. No sólo he pensado en la clase alta'
Armani sonríe antes de encontrar razones que justifiquen la presencia de una colección de prendas de vestir en las salas de un museo de arte contemporáneo. Habla deprisa, pero en términos prudentes, y advierte que no quiere pecar de presunción. 'No puedo ser objetivo al valorar mi propia actividad', dice. 'Los trabajos que tienen una base artística y creativa son dignos de ser mostrados al público. Los museos hacen ver la evolución de la sociedad con sus cuadros y sus esculturas. Cuando venía en el coche pensaba 'qué bonito haber creado un espacio al que todo el mundo puede acceder pagando tan sólo la entrada, sin diferencia de clases sociales, abierto a todos'.
En el Guggenheim, Armani ha encontrado el sitio ideal donde mostrar qué ha hecho en los últimos 25 años para cambiar los caminos por donde circulaba la moda y crear una nueva elegancia. ¿Se considera, entonces, un artista? 'No quiero responder a esa pregunta', contesta en la penumbra de una sala del museo forrada de negro, en la que se expone una colección de vestidos de noche. 'Tendría que decir que la moda es arte. La moda es el espejo de la sociedad'. Armani evita señalar a artistas plásticos que le hayan aportado referencias. 'Lamentablemente, mi trabajo no me permite disponer de tiempo para disfrutar del arte', se disculpa, antes de precisar con cortesía que siempre es enriquecedor relacionarse con personas como Robert Wilson (el escenógrafo que ha colaborado en el montaje de la exposición en el Guggenheim).
El cine es diferente. Las pantallas han sido un mecanismo multiplicador del estilo Armani, desde que en 1980 diseñó el vestuario de la película American gigolo, de Paul Schrader. Más tarde fue con Los intocables de Elliot Ness (Brian de Palma, 1987), Belleza robada (Bernardo Bertolucci, 1996) y Algo que contar (Don Roos, 2000). 'El cine es otro espejo del tiempo, como la moda. Ver la evolución de la forma de vestir de los actores es poder hacer visibles los cambios', añade. Por encima de otras épocas, admira la producción de los años treinta. 'El cine de entonces ha demostrado cómo se puede envolver un tiempo de manera elegante. Coinciden en esa época la mejor arquitectura, los mejores trajes, todo era de verdadera vanguardia, se buscaba la creatividad de los artistas. Ahora es más dificil, hay un exceso de futurismo, cosas que no se adaptan al ser humano, todo es excesivo. Las cosas caducan en un momento'.
Armani bromea con cuál es la fórmula que aporta a sus diseños su alabada atemporalidad. 'Es un pequeño secreto. Para conseguirlo, uno se tiene que olvidar de lo que está de moda. Es un riesgo que los medios de comunicación hablen de que una tendencia está de moda. Poco después se acabó: ya no está de moda. Yo he querido hacer una moda que está dentro de mí. Hombres y mujeres vestidos sin atender a la tendencia general, sin tener en cuenta la edad'.
Esta filosofía no concuerda con el vertiginoso cambio de tendencias que imponen sus colegas. 'Siempre he ido a contracorriente, aunque ahora un poco menos, porque hay una recuperación general de cosas del pasado'.
Armani entró en la historia de la moda por su audacia al acercar las formas de vestir del hombre y la mujer. 'En los años setenta, la moda femenina había heredado el estilo de vestir de los hijos de las flores', recuerda. 'La mujer necesitaba en ese momento un uniforme diferente para imponer sus nuevas ideas y pensé que ciertas prendas del hombre podían adaptarse a la mujer. Y, al contrario, algunas cosas utilizadas en el vestir de la mujer podían servir para los hombres, quitarle la rigidez, y el estilo tan formal, utilizar otros tejidos'.
Nadie niega a Armani los logros de desestructurar la chaqueta, aligerar el vestuario femenino con cortes andróginos, o transformar en ricos bordados la influencia de culturas exóticas, pero el modista reprocha a los medios especializados la falta de reconocimiento a otros aspectos de su trabajo. 'He realizado muchas cosas que no han tomado en consideración. Por ejemplo, contrastes que nunca se atribuyen a Armani, como vestir a la mujer de noche con largas faldas rojas y zapatos de tacón bajos. O las formas masculinas con géneros femeninos. Lo hice 18 años atrás y han surgido otra vez, a veces atribuidos a otras personas'.
'He trabajado mucho para que la gente que no tiene mucho dinero también pueda vestir de Armani', recuerda, rodeado de lo mejor que ha diseñado en 25 años. 'No sólo he pensado en la clase alta, mi creatividadad también se ha dirigido a personas con menos poder adquisitivo que quieren vestir con elegancia'. Ver falsos armanis no le molesta en absoluto. 'Se copia lo que la gente puede utilizar fácilmente y dura en el armario', sentencia. 'El día que deje de ser copiado será una desesperación'.
Babelia
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