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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una crisis múltiple

Los mercados mundiales parecen afectados durante los últimos meses por un síndrome de debilidad permanente, que se manifiesta en continuos descensos de las cotizaciones, episodios de caídas brucas con cierto pánico vendedor -como el ocurrido en el Nasdaq la semana pasada-, salpicados esporádicamente por subidas escasas y breves que apenas sirven para que los inversores recuperen el aliento durante unas pocas horas. La persistencia de este síndrome ha acabado por perforar la barrera, un tanto convencional, que separa los índices más tradicionales de los más inestables; de forma que la convulsión más reciente, el desplome del Nasdaq, que ya está por debajo de la referencia de los 2.000 puntos, repercutió sobre el más tradicional Dow Jones, que también ha perdido el soporte de referencia de los 10.000 puntos. El origen de este síndrome financiero hay que buscarlo en la confluencia temporal de varios mensajes económicos negativos y rotundos. Uno de ellos es el de la desaceleración de la economía estadounidense, que ha supuesto un duro golpe para todos aquellos agentes económicos convencidos de que la prosperidad era un estado económico permanente. El sueño se ha esfumado, y los continuos anuncios empresariales de reducción de beneficios y los despidos en masa en busca de una respuesta rápida al cambio de ciclo configuran una realidad más áspera y menos complaciente.

Sobre esta decepción se proyecta además la inquietud creciente de los inversores institucionales y particulares, incubada durante el último año, sobre el futuro de las empresas llamadas tecnológicas, entendiendo por tales aquellas que pueblan el abanico de actividad que integra los portales de Internet y la elaboración de contenidos. Aunque algunas han conseguido desarrollar modelos fiables de negocio, la gran mayoría tiene todavía problemas para definir cómo obtendrán los crecientes ingresos que necesitan para cubrir sus elevadas inversiones. La vía de propagación de la incertidumbre hacia mercados más tradicionales es la de las empresas de telecomunicaciones, sorprendidas en un momento delicado, tanto por su conexión directa con las tecnológicas como por la saturación del mercado de los teléfonos móviles, que merma una fuente de ingresos decisiva. Por si fuera poco, las telecos se enfrentan al problema añadido del retraso de la tecnología de banda ancha (UMTS), la que iba a soportar su campo de negocio más avanzado y rentable.

Más preocupante que las causas son los efectos. La depresión de las cotizaciones bursátiles acaba por transmitirse a la economía real en forma de pérdidas del ahorro y, en la siguiente fase, de disminución del consumo. En Estados Unidos, las bolsas han perdido billones de pesetas desde marzo del año pasado. La credibilidad del llamado capitalismo popular está en cuestión, no sólo desde el punto de vista de los ahorradores, que se inquietan al comprobar que su dinero merma día a día, sino también desde la perspectivas de las empresas, que exigen unas dosis de confianza y estabilidad que los pequeños inversores no están en condiciones de garantizar.

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No hay recetas mágicas para corregir las crisis de los mercados. El único tratamiento común que reconocen los economistas, los inversores y los ahorradores es la reducción de los tipos de interés. Para los pequeños ahorradores, el bálsamo más adecuado es la paciencia y la apuesta a medio y largo plazo; para las tecnológicas, la receta sólo puede ser la adopción de criterios muy conservadores de previsión de ingresos, inversión y beneficios, para que aumente la confianza de los potenciales ahorradores; para las telecos quizá baste con una definición más precisa del tipo de negocio avanzado que explotarán hasta que llegue la UMTS u otros desarrollos más sofisticados. Pero todo eso es tiempo. No todo el mundo dispone de él y, mientras tanto, la crisis financiera puede realimentarse a sí misma a través de un empeoramiento de la economía mundial.

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