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Columna
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Palabras en Euskadi

Antonio Elorza

En todo proceso electoral, la propaganda política se apoya en un grado muy alto de manipulación del lenguaje. Se trata de un juego permanente de presentación de propuestas y mensajes con el objeto de maximizar las adhesiones y reducir los rechazos en los sectores del electorado hacia quienes se orienta el propio discurso. Además, en las últimas décadas, las técnicas de publicidad política se han vuelto cada vez más sofisticadas y en ocasiones incluyen el recurso a procedimientos de deformación, dirigidos al mensaje y a las personas de los adversarios, con el fin de destruir la imagen de éstos. Fue el caso del famoso doberman empleado por los expertos en comunicación del PSOE para subrayar la supuesta amenaza que entrañaba Aznar, trayendo al presente, vía Norteamérica, las formas de manipulación informativa en que fue maestro Goebbels en la Alemania nazi. En suma, el objetivo no era potenciar la propia candidatura, sino cubrir de basura la imagen del oponente.

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Ante la interminable campaña electoral vasca que ha caído ya sobre nosotros, conviene, pues que el ciudadano, en su calidad de destinatario de los mensajes, aguce al máximo su capacidad para descifrarlos, si no quiere verse sometido a una sucesión de engaños no menos inacabable que la propia campaña. Intervienen a favor de este riesgo la trascendencia de estas elecciones, el estrecho margen en que van a moverse los resultados, así como la presencia de fuertes tensiones bipolares acompañada de un notable margen de inseguridad en cuanto a los recursos disponibles para resolver el gran problema de pacificación que afronta la Comunidad Autónoma vasca. De modo que los mensajes electorales tenderán a elaborarse mediante una combinatoria de plurisemia y precisión digna de una jugada de billar a tres bandas, con la consiguiente dificultad para que el elector efectúe una interpretación correcta de lo que verdaderamente se dice y se propone.

En este terreno, el PNV ha tomado ya la delantera, igual que lo ha hecho en el lanzamiento de la campaña aprovechándose, con clara infracción del espíritu democrático, de su posición institucional. En el terreno de los mensajes electorales, el PNV ha construido una oferta de apariencia irreprochable, apoyada en cuatro objetivos: Vida, Paz, Diálogo, Autodeterminación. Tomados uno a uno, parecen constituir una prueba de que, como siempre, el partido de Arzalluz quiere lo mejor para Euskadi y por los mejores medios. ¿Quién no desea que en Euskadi triunfe lo que Ibarretxe llama Vida, es decir, el fin de los atentados mortales causados por ETA? ¿Cómo se puede dudar de que es preciso dejar atrás la permanente conmoción social provocada por el terrorismo de baja y alta intensidad? ¿Qué mejor que un clima de tolerancia recíproca e intercambio de planteamientos políticos para resolver las cuestiones planteadas en Euskadi? ¿Qué demócrata puede oponerse a que un pueblo, entendido como sociedad política, decida su futuro? Hasta aquí, todo perfecto. Sólo que para leer la propuesta resulta imprescindible poner en relación cada uno de sus términos.

También interesa ahondar en el significado de cada palabra-clave. Reivindicar el derecho a la vida, por ejemplo, amén de tener un tufillo a campaña antiabortista, es mucho menos claro que condenar el terror. Resulta significativo que el PNV busque en ese terreno siempre eufemismos. Habla de violencia, término que es muy amplio y en el que caben todo tipo de contenidos, y rehúye lo que es la esencia de la actuación de ETA: el terrorismo. Contra lo que suele creerse, 'terrorismo' es un concepto neutro, imprescindible para designar actos puntuales dirigidos a provocar la muerte de individuos o grupos, y a provocar un efecto político intimidatorio. Caben en el recipiente un atentado de ETA, uno palestino y el que en tiempos hiciera un miembro de la Resistencia contra los nazis. Lo que sí es ideológico es lo que hacen PNV y EA suavizando la calificación, de un lado, al referirse genéricamente a 'la violencia'; de otro, convirtiendo la condena del terror en esa ambigua consigna cristiana del derecho a la vida. En suma, está bien proteger a las víctimas, pero ello no debe impedir la designación y la condena de los verdugos. Eso, sin olvidar que para el PNV dicha protección humanista es compatible con la aplicación de la técnica del doberman a quienes las defienden políticamente.

Aun así, Vida y Paz se encuentran correctamente unidas. El terreno se convierte en más resbaladizo al asociar indisolublemente en el discurso nacionalista la Paz con el Diálogo y éste con la Autodeterminación. Porque es claro que para Ibarretxe la Paz en sí misma no es una meta y ha de ir acompañada del Diálogo, pero no en cuanto actitud dialogante, lo cual es perfecto, sino con un contenido concreto de mesa de negociación. Aquí reside la trampa. Nos llenamos la boca de Paz y luego resulta que la Paz no es el verdadero objetivo, sino un 'diálogo' que supone inexorablemente el establecimiento de una mesa de negociación. Y esta mesa de negociación se encuentra también teleológicamente orientada. Ni por asomo supone un regreso a Ajuria Enea: es diálogo / negociación por un objetivo político: la Autodeterminación. Así que cuando Ibarretxe proclama la necesidad de la Paz, está proponiendo un más allá que es la Autodeterminación, la cual, por su parte, no se agota en sí misma. Nadie se acerca a un paso de cebra para tener derecho a cruzar, sino para cruzar al otro lado. De ahí que cuando en muchos lugares, en este diario entre otros, se ha aceptado como moneda contante que hablar sólo de autodeterminación en el pacto PNV-EA era signo de moderación, se olvida que el desenlace natural del proceso es la independencia, con unos u otros plazos. Lo ha explicado Larreina, secretario de organización de EA, a Gara: la meta de la autodeterminación es muy clara, y se piensa además llevarla a la práctica. Como consecuencia, la lectura correcta de las cuatro palabras mágicas del PNV ha de hacerse del mismo modo que la interpretación de las ofertas por Internet de un balón del Real Madrid por cien mil pesetas, acompañado como regalo de dos entradas para el encuentro con el Barça. No se vendía el balón, sino las entradas. Votar a PNV-EA no es votar a 'paz' más 'diálogo tolerante', es votar la puesta en marcha de un proceso de secesión. Conviene pues, que electores y partidos fuercen a los de Arzalluz a desvelar de verdad sus objetivos políticos.

Claro que lo contrario también existe. Si la propuesta del PNV es fruto de un hábil enmascaramiento, la de Exker Batua / IU puede clasificarse entre los objetos imposibles. Aceptemos que por respeto a San Lenin tengan que poner por delante 'el ejercicio de una autodeterminación democrática', pero si es cierto que, como dicen, su objetivo no es la independencia, sino el federalismo, resulta incomprensible que la prioridad para Madrazo haya consistido en solicitar que el Gobierno y el Parlamento de Madrid transfieran la facultad de convocar 'referéndum' al Parlamento vasco. Es un dislate comparable a la propuesta de Odón Elorza de realizar un referéndum a escala estatal para la reforma de la Constitución, de modo que así quepan todas las sensibilidades vascas. Ya es grave vivir en Donostia e ignorar qué objetivos tiene ETA y lo es también poner el carro delante de los bueyes en la respuesta a las demandas democráticas de la sociedad vasca. Cuando ésta hable en las urnas, si cuela la trampa nacionalista de la autodeterminación -preferencia mayoritaria, en contra de lo que ocurre con la independencia-, ya será tiempo de pensar en soluciones constitucionales. Pero dar por hecho que la sociedad vasca es políticamente el 'pueblo vasco' de ETA y PNV, es decir, el conjunto de los vascos nacionalistas sin mezcla de españolista alguno, equivale a adentrarse en los terrenos del absurdo.

Sin duda, ese protagonista mítico y excluyente, el 'pueblo vasco', heredero de la limpieza de sangre propia del Antiguo Régimen vasco, cubrirá el discurso de la izquierda abertzale seguidora de ETA, enfrentado siempre de un modo u otro a la pertenencia de Euskal Herria a España (y a Francia). Lizarra, Lizarra y más Lizarra. Udalbitza, Udalbitza, y como tampoco controlan Udalbitza, su propio sucedáneo. Las invocaciones de EH, aderezadas con el lenguaje de nazi jatorra exhibido por Otegi, se complementarán con los varapalos dados día a día a la coalición PNV-EA por no ser consecuentes. Ahora bien, lo que aquí cuenta no es lo que diga EH, cosa sabida, sino la intensidad con que lo diga, en palabras, y en número y sentido de los atentados cometidos por el sanguinario gran hermano.

Frente a este universo, el riesgo para los estatutistas consiste en encerrarse en un recinto amurallado frente al que ya han definido los partidos abertzales. Más que ir al choque ante el impulso 'soberanista', sería inteligente jugar al fuera de juego, intentar mostrar los efectos de un desarrollo hasta sus últimas consecuencias de la serie Vida-Paz-Diálogo-Autodeterminación. Y también, aun cuando resulte difícil, escapar a la tentación antinacionalista y al discurso estrictamente defensivo. La sociedad vasca del nuevo milenio vuelve a ser una sociedad opulenta y lo que necesita es que le definan el cauce de una evolución progresiva, compatible con la integración nacional, una vez vencido el terror por medios policiales y políticos. Lo más peligroso sería acentuar la deriva españolista apuntada por Aznar en su discurso de Bilbao, evitando incluso hablar de Euskadi. Es en el duelo a balonazos donde los demócratas tienen todo que perder y deben saberlo cuando muy pronto concreten sus programas. Las elecciones serán ganadas por aquél que convenza a los vascos de que sus propuestas son más eficaces de cara a la paz. Y por el momento la trampa del PNV lleva ventaja.

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