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A Pilar Rahola

Francesc de Carreras

En su artículo del sábado pasado, y en el contexto del actual debate sobre la inmigración suscitado por las opiniones de Marta Ferrusola y de Heribert Barrera, Pilar Rahola me atribuía ciertas afirmaciones que no se corresponden ni con lo que pienso ni con lo que escribo y que creo de interés precisar.

En primer lugar, y con carácter general, lamentaba que con ocasión de estas declaraciones se intentara 'criminalizar' al nacionalismo. El término criminalizar, así como el de demonizar, se utiliza con demasiada frecuencia de manera totalmente impropia: ante críticas adversas a cuestiones concretas, se acusa a quien lo hace de criminalizar cuestiones mucho más amplias. Así, en los últimos tiempos, a quien se limita a criticar recientes posiciones del PNV se le responde que está criminalizando a todo el nacionalismo vasco y, ya en el extremo de cierta paranoia, simplemente a los vascos. Criminalizar es atribuir a alguien un determinado delito y criticar es censurar o reprobar una determinada actuación. Por tanto, criminalizar es una cosa y criticar otra muy distinta. Utilicemos, pues, los términos en su exacto sentido. Si no lo hacemos, vulneramos las legítimas reglas que deben ordenar todo debate racional e impedimos conocer la posición de cada uno en él.

En segundo lugar, Rahola dice que 'la tentación racista, fascistoide, puede anidar en el nacionalismo tanto como en cualquier otro sitio'. Este último inciso debe matizarse. No todo nacionalismo es fascista -me parece obvio y más adelante volveremos a ello-, pero no deja de ser cierto que todo fascismo -entendido en sentido genérico- ha sido nacionalista: Hitler, Mussolini, Franco y Stalin. Los cuatro son distintos en muchos aspectos, pero los cuatro coinciden en profesar un ardiente nacionalismo, no sólo si nos remitimos a su actuación política, sino también a sus escritos, algunos de ellos textos clásicos en la materia. Ello debe dar que pensar y, probablemente, es incierto decir que la tentación fascista puede anidar en el nacionalismo 'como en cualquier otro sitio'. Algún germen peligroso debe de haber en el nacionalismo como para que cualquier totalitarismo lo utilice siempre.

Pero éstos son temas previos y menores. Vayamos a una tercera afirmación que Pilar Rahola me atribuye sin razón alguna: que 'todo nacionalismo conduce al fascismo'. No lo he dicho nunca, ni lo he pensado nunca. Es más, pienso y he escrito muchas veces lo contrario: que nacionalismo y democracia son perfectamente compatibles.

¿Qué es necesario para que lo sean? Simplemente, que el nacionalismo respete las reglas de la democracia, en concreto que respete la libertad de pensamiento y la libertad de opinión, es decir, que sea una ideología más, perfectamente legítima a nivel individual mientras no se quiera imponer como obligatoria a todos los ciudadanos de un determinado país. Con eso basta para que cumpla con las reglas mínimas de la democracia. Ahora bien, en muchos casos -y en Cataluña tenemos abundantes ejemplos- el nacionalismo tiende a excluir a quienes no comulgan con tal ideología: en ese supuesto el nacionalismo no es democrático. No es preciso, por tanto, que acuda a la violencia física para que se considere excluyente: basta que ejerza una violencia meramente psicológica y simbólica, una presión moral, propagandística y mediática, para que sea una ideología contraria a la libertad individual y, por tanto, ajena a los principios democráticos.

Se trata, como es fácil de deducir, de un supuesto muy parecido al de la religión, al de cualquier religión. Mientras sea una mera creencia individual, no sólo es legítimo practicarla, sino que es un derecho fundamental de libertad protegido por la Constitución y las leyes. Cuando era -y es todavía en muchos países- una creencia obligatoria, que excluía de la comunidad a quienes no la profesaban y que se convertía en religión oficial del Estado, ese Estado no era -no es- democrático.

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Me dirás, Pilar Rahola, que nada ni nadie obliga en nuestro país a que todos seamos nacionalistas. Es cierto que ni la Constitución ni las leyes obligan. Pero no es menos cierto que muchos -probablemente es tu caso- acusan a quienes se consideran no nacionalistas con una denominación peyorativa: son 'españolistas'.De este modo quien no es nacionalista catalán es nacionalista español, no se admiten posiciones intermedias: simplemente, se considera algo imposible ser no nacionalista. Y desde esta anómala posición, se excluye y margina de la comunidad a quien no da muestras palpables de su catalanidad -terrible sustantivo-, es decir, a quien no profesa una determinada ideología. Nuestra Constitución protege a todos por igual y, por tanto, también a quienes no son nacionalistas. Pero cierta práctica social oficialmente dominante -aunque en declive en los últimos años- intenta excluirlos alegando que son españolistas. Esta práctica no puede considerarse democrática, ya que no respeta ni la libertad ni la igualdad de las personas.

Así pues, Pilar Rahola, el nacionalismo es una ideología democrática mientras respete determinadas reglas; en definitiva, mientras tenga el mismo trato que cualquier otra ideología. Otra cosa es que el nacionalismo pueda ser una ideología de izquierdas. Ahí las cosas se complican más y la compatibilidad con la democracia se hace mucho más difícil: sólo el nacionalismo puede ser de izquierdas si se da una situación de opresión colonial, si a un grupo social con unas determinadas características de origen se le mantiene -a causa de estas características- en posición jurídicamente subordinada. En este supuesto, esta situación de discriminación debe cambiarse y la izquierda debe comprometerse a ello: es ahí donde tienen sentido las reivindicaciones nacionales

No es ése el caso actual de nuestro país, aunque sí lo era en la época franquista. Hoy no existen reivindicaciones nacionales que se basen en la libertad y la igualdad: sólo se basan en la identidad. Por tanto, la izquierda no puede ser nacionalista, el nacionalismo es una marcha atrás, una vuelta a la tradición, un intento de conservar el pasado. En suma, una posición reaccionaria.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional.

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