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Tribuna:ARTE Y PARTE
Tribuna
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Desengaños y abandonos

Aunque nos duela, tenemos que aceptar que estos últimos años -sobre todo desde que se perdió la estabilidad política y social compensatoria de la llamada guerra fría- se están maltratando y a menudo anulando las ideas que habíamos considerado fundamentales cuando, no hace demasiado tiempo, todavía pensábamos que nuestro mundo se podía transformar radicalmente, podía alcanzar un mayor grado de justicia distributiva, aunque fuera con pequeñas conquistas sectoriales y sucesivas. Pensábamos, por ejemplo, que la democracia era, si no el mejor, 'el menos malo' de los sistemas políticos y ahora ya nos damos cuenta de que aunque no es el peor, es sustancialmente inoperante. Incluso en la legalidad del sistema, las grandes decisiones políticas tienen ya poco que ver con los intereses colectivos y mucho con los de otros tres poderes que se han enquistado en la vieja estructura y que son absolutamente antidemocráticos: los lobbies económicos de la globalización, los diversos sistemas mediáticos y los aparatos bien financiados de los partidos políticos, preocupados por las matemáticas sin ideología de los sondeos y las elecciones. Y lo peor es que son tres poderes que a menudo se confunden en uno solo, todopoderoso y altanero. Si, por ejemplo, Berlusconi gana en Italia, se habrá consagrado esta fusión en las altas jerarquías. Y, mientras tanto, ¿qué politólogos piensan seriamente en una refundación de la democracia para evitarnos el peligro de las criminales sustituciones dictatoriales que en su día nos amenazarán?

Pensábamos, por ejemplo, que, después de la demonización de los diversos comunismos, y a pesar de ello, algunos partidos socialistas agarrarían la batuta de una izquierda posible y defenderían todavía con sus votos los intereses colectivos y los derechos de las minorías sociales y nacionales. Pero el desengaño llega cuando los restos de la izquierda -de Blair a Zapatero- consensúan programas que mantienen el abuso de las privatizaciones, que aceptan a hurtadillas las leyes del mercado y del consumo especulativo, que olvidan la vieja bandera progresista de una educación pública, obligatoria, gratuita y laica cayendo en la esquizofrenia de las escuelas concertadas, que no resuelven la inhumana condición de los inmigrantes y de las grandes bolsas de pobreza, que no comprenden las libertades colectivas -las nacionales y las de clase- con tanto cacarear las libertades individuales. ¿Hay que renunciar ya a que la izquierda recupere esas ideas y las ponga en práctica con programas políticos?

Pensábamos, por ejemplo, que la libertad tenía que conducirnos al progreso de la igualdad con el reconocimiento de las diferencias, y ahora vemos que el eslogan de la libertad ha pasado de recordar lo libertario a justificar el liberalismo económico y a borrar cualquier aspiración programada hacia la igualdad aceptando como un mal incorregible la acumulación de pobreza y su intencionada ubicación.

En el campo de las políticas urbanas pensábamos que estábamos ya ganando la batalla a favor de la reconstrucción de la ciudad europea contra las falsas expansiones especulativas, contra el despilfarro territorial, contra las grandes superficies comerciales suburbanas, contra la falta de términos de identificación colectiva, contra los guetos y la elitización y, no obstante, cada día están apareciendo discursos en favor de la ciudad sin forma, del terrain vague, de la espontaneidad de las inversiones descontroladas, de las diseminaciones y las disgregaciones anárquicas de los suburbios americanos, unos discursos enfatizados con adjetivos que aparentan una nueva modernidad.

Y si nos limitamos a los problemas políticos de Cataluña, la lista de desengaños es también desesperante. Pensábamos que con la transición se iniciaba un proceso en el que Cataluña encontraría una creciente normalidad de soberanía y un sistema de libre interdependencia con nuestros vecinos. Pero, al contrario, la normalidad parece inalcanzable y cada vez aumenta más un nacionalismo español que nos abruma y nos somete con descaro. Y me temo que muchos ciudadanos irán abandonando la lucha y acabarán culpando al propio catalanismo de hundir las posibles identidades del país. Empieza a notarse un cierto abandono en la lucha contra las adversidades, un extraño conformismo de autoculpabilidad y, por lo tanto, una falta de autoestima.

Quim Monzó, en un reciente artículo -inteligente y agudo como todos los suyos-, comentaba las desgraciadas declaraciones de Ferrusola y Barrera y en vez de exigir las decisiones políticas para integrar realmente la inmigración, enriqueciendo nuestra estructura social, cultural y económica, decía con su acerada ironía que no deben preocuparse de que Cataluña se desintegre con la presencia masiva de inmigrantes -como temían Ferrusola y Barrera-, porque Cataluña, desde hace tiempo y sin necesidad de esa inmigración, ya no existe como nación: la cultura no funciona, la lengua desaparece y la influencia económica cae en picado.

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¿Es justificable este alto grado de pesimismo? Quizá sí o quizá, conociendo la exigencia intelectual de Monzó, hay que aceptarlo como una exageración provocada para remover el remanso ambiental de la Cataluña conservadora. Pero abandonar los esfuerzos de afirmación, aceptando que somos nosotros los que hemos arruinado al país y conformarse con ello es una actitud que me preocupa tanto o más que la constatación de los diversos anticatalanismos militantes, un anticatalanismo apasionado y visceral que estos días utiliza incluso las tristes declaraciones de Ferrusola y Barrera para proclamar la gran mentira: que su terrible contenido es la misma esencia de 'las paranoias nacionalistas' que matan a Cataluña -como dijo en estas mismas páginas Vargas Llosa- sin querer enterarse de cuál ha sido la actitud de Barcelona -a diferencia de los prohombres de El Ejido- ante la explosión del drama de los inmigrados. Por esto me interesa tanto el libro Raons i tòpics de Josep M. Terricabras, que explica los términos esenciales del catalanismo -o del nacionalismo si no queremos discutir terminologías ambiguas-, unos términos que por falta de autoestima a menudo nos parecen recurribles o poco elegantes. Los abandonos pueden ser doblemente colaboradores con la realidad de los desengaños.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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