En defensa de Gerardo Diego
Es mi deseo que EL PAÍS publique mi experiencia como alumna de Gerardo Diego en el Beatriz Galindo, en los mismos años que María José Fernández Morales, en cuya carta al director, de fecha lunes 19 de febrero de 20001, descalifica al poeta en unos términos tan absolutos que apenas queda resquicio para encontrarle alguna cualidad docente.
Lo que yo pude constatar es que como profesor de Literatura era muy exigente. No aceptaba que no supiéramos leer bien en cuarto de bachillerato, y sobre todo que fuéramos capaces de expresar en nuestra propia lengua aquello que pensábamos. Aún conservo una redacción que nos mandó hacer sobre un retrato, calificada con un siete. Para mí es un honor haber sido discípula de un poeta de la generación del 27 y me haya exigido, aunque fuera una adolescente, utilizar nuestra lengua sin tópicos líricos cursis.
Fue un profesor que no se limitó a explicar la historia de la literatura, sino que nos enseñó a leer y a escribir al margen de que fuéramos alumnos pertenecientes a un tejido social femenino exclusivamente.
Me considero una mujer lo suficientemente sagaz como para advertir cualquier conducta misógina por parte de mi profesor. Y en el caso del poeta Gerardo Diego, me veo en la obligación moral de salir en su defensa y constatar que hubo otras alumnas que sólo vieron en él a un buen profesor de Literatura.-
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