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Un trágico punto muerto

Lo único que justifica ya las sanciones a Irak es la voluntad de EE UU de controlar la región

Nunca ha sido tan grande la inestabilidad en el Próximo y Medio Oriente. La política estadounidense en esa región del mundo ha llegado a un trágico punto muerto. En Irak, el pueblo sufre uno de los más terribles embargos de los tiempos modernos. Según diversas fuentes, especialmente las de la Unicef, decenas de miles de niños mueren anualmente debido a la degradación del aparato sanitario y a la malnutrición. La destrucción masiva de las infraestructuras (carreteras, puentes, embalses...) ha hecho retroceder a Irak cincuenta años. La desesperación lleva a la población a huir del país. En el Norte, bajo control internacional, los kurdos son hoy objeto de la manipulación, y con mucha frecuencia no tienen otra solución que la emigración masiva. Los novecientos kurdos recientemente encallados en Francia no son más que el árbol que no nos deja ver el bosque: desde hace años, el Kurdistán se ha convertido en una fuente inagotable de emigración clandestina. En resumen, es un inmenso atolladero.

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Y, a pesar de que el potencial militar iraquí ha sido neutralizado, Estados Unidos y sus aliados británicos continúan bombardeando, despreciando las reglas del derecho internacional y las resoluciones de las Naciones Unidas. Hay que rendirse ante la evidencia: lo único que justifica ya el mantenimiento de las sanciones impuestas a Irak es la voluntad de Estados Unidos de controlar una región en la que se concentran dos tercios de los recursos petroleros del mundo.

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Pero esta grave situación no sacude suficientemente la conciencia universal. ¿Es posible, en el ámbito de la moral más elemental, dejar que ante nuestros ojos, y con el aval de la comunidad internacional simbolizada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, se desarrolle el genocidio lento del pueblo iraquí sin que ello signifique pisotear los valores más sagrados del humanismo civilizado? Es sencillamente espantoso y tristemente revelador del cinismo y el nihilismo de nuestras sociedades llamadas civilizadas ver a la comunidad internacional impasible ante los sufrimientos de millones de seres humanos, con el único pretexto de castigar a los dirigentes iraquíes. El presidente Chirac se ha preguntado recientemente si al hacerlo no estamos siendo cómplices de un crimen contra la humanidad. Los partidarios del derecho de injerencia, tan prestos en aplaudir los bombardeos de Kosovo y dar por doquier lecciones de derechos humanos, son particularmente sordos cuando se trata de Irak. Este caso, más que ningún otro, es el reino del doble rasero.

En Oriente Medio, la situación es hoy muy opaca. El proyecto elaborado bajo la égida estadounidense en Madrid, y concretado en Oslo, desemboca también en un vergonzoso fracaso. Los palestinos no han obtenido esa paz entrevista un momento tras la cumbre de Camp David. Hemos dejado pasar la posibilidad de un compromiso, aunque evidentemente no hubiera sido satisfactorio para ninguna de las partes. La voz de la intransigencia ha sido más fuerte. Sin duda, las bases de partida del 'proceso de paz' no eran ni claras ni igualitarias. Israel se hunde de nuevo en una espiral de violencia: está claro que no podrá obtener la seguridad cuando los palestinos y el mundo árabe se sienten humillados y ven su dignidad vapuleada cotidiamente. Las fuerzas democráticas van cediendo el paso día a día al auge de los integrismos islámico y judío. Tal es el balance de diez años de dominación exclusiva de Estados Unidos. Sin embargo, no hay otra alternativa que la paz.

Es urgente pensar en una auténtica paz global del Mediterráneo al Golfo. Europa debe hacerse cargo de su responsabilidad. Debe dejar de ser el socio capitalista de una política que beneficia a otros. Es hora de actuar. Las naciones europeas deben decir claramente que la paz es un bloque. Una paz que debe significar la seguridad para el Estado de Israel, su retirada negociada por etapas a las fronteras de 1967, el reconocimiento de un Estado palestino viable, la regulación, fundamentalmente financiera, del derecho al retorno, la paz con Líbano y Siria. Los Estados europeos podrían, hablando con una sola voz, tener un peso eficaz sobre la política estadounidense en la región. Nadie ha intentado influir sobre la paz americana en Oriente prÇoximo desde hace diez años y la mayoría de los europeos incluso la ha sostenido ciegamente. Diez años después de la guerra del Golfo, es obligado constatar que esta política ha llevado a toda la región, y a todo Occidente, a un temible punto muerto, preñado de amenazas (renacimiento del integrismo islamista, atentados terroristas...). Para conjurar este futuro tan sombrío hay que retomar el dossier en su conjunto para construir entre árabes e israelíes una paz de reconciliación que respete la seguridad y la dignidad de cada uno y permita al fin la modernización y el desarrollo del mundo árabo-musulmán, que constituirá su auténtica revancha frente a la historia.

Jean-Pierre Chevènement era ministro de Defensa francés cuando estalló la guerra del Golfo, y dimitió por su desacuerdo con la implicación de Francia en el conflicto.

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