Reagan, Bush, los mitos y los impuestos
Pasa el tiempo y las etapas históricas devienen en mitos en los que la irrealidad, para lo bueno y lo malo, supera a lo acontecido. Es lo que está sucediendo ahora en EEUU en relación al reaganismo. La Administración de Bush se reclama heredera de la de Reagan intentando saltarse, con el cadáver político de cuerpo presente, la era Clinton, el periodo más dilatado de crecimiento de la economía americana.
Desde el punto de vista macroeconómico, el reaganismo -ese keynesianismo de derechas, con reducción de los impuestos a los más ricos, reducción del gasto público social e incremento del gasto público militar- fue un desastre. El experimento concluyó, según ha descrito con exhaustividad uno de los apóstoles del primer Reagan, David Stockman, director de la Oficina del Presupuesto, en un abultado déficit de un billón de dólares en vez del presupuesto equilibrado que Reagan había prometido a sus electores. El republicano Bush padre no pudo resolver esa situación, que paradójicamente fue solucionada por el demócrata Clinton, que ha dejado la Casa Blanca con un espectacular superávit de las cuentas públicas. Clinton prometió -y consiguió- 'poner fin a tres décadas de caos presupuestario, un periodo en el que los ciudadanos han perdido la confianza en el Gobierno y en la capacidad de sus líderes de administrar los negocios del pueblo'.
Llegado al poder, Bush hijo pretende hacer algo análogo a Reagan: bajar los impuestos de los más acomodados (con la increible rebelión de algunos de ellos, que denuncian -en contra de sus propios intereses y de los planes de Bush- que reducir el impuesto de sucesiones es retrógrado y va contra la sociedad del mérito) y resucitar la guerra de las galaxias. Ya en la campaña electoral, un amplio grupo de Premios Nobel de Economía y de economistas liberales (en la terminología norteamericana, socialdemócratas) se opusieron a la rebaja de impuestos con varios argumentos: las cifras no cuadran; como cualquier previsión a largo plazo, los cálculos de superávit sostenido son discutibles; un gran recorte de impuestos es una prioridad equivocada, pues siguen sin cubrirse importantes necesidades públicas; y supondría una redistribución de la riqueza hacia las personas de rentas más elevadas.
Las recomendaciones de dichos economistas fueron despreciadas. ¿Qué se puede esperar de la Academia y de intelectuales socialdemócratas? Pero ahora, el ataque a Bush ha llegado de la más radical ortodoxia. Del antiguo secretario del Tesoro Robert Rubin. Cualquier analista coincide en que si hay protagonistas destacados de la bonanza que ha vivido EEUU en la última década éstos son la pareja formada por el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan y por el secretario del Tesoro Robert Rubin. El último ha escrito la pasada semana un demoledor artículo para The New York Times en el que afirma que aun no queriendo inmiscuirse en el debate público sobre la política fiscal, la reducción de impuestos de Bush ('de aproximadamente dos billones de dólares, un recorte de impuestos de 1,6 billones más 400.000 millones de intereses sobre la deuda que de otra forma se pagarían') es 'un error grave de política económica'. Rubin realiza una punzante crítica a la política fiscal de los republicanos, por imprudente, sectaria y alocada; y cree que puede ser el origen de la vuelta a un pasado de enormes déficit públicos y cuadruplicación de la deuda (entre 1980 y 1992, es decir, con sus antecesores Reagan y Bush). Rubin es partidario de usar el superávit en reducir la deuda, un recorte más moderado de impuestos que favoreciese a los receptores de ingresos medios y bajos, e iniciativas especiales en áreas importantes como la educación y la atención sanitaria.
¿Se repetirá la historia de unos republicanos derrochadores y unos demócratas equilibrados?
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