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Reportaje:20 años después del 23-F

¿QUIÉN ACTIVÓ EL 'TEJERAZO?'

Veinte años después del 23-F bastantes preguntas sobre la forma en que se gestó el intento de golpe de Estado siguen sin respuesta. Varios libros de reciente publicación indagan sobre esas incógnitas.

Veinte años después, la intentona golpista del 23 de febrero de 1981 sigue reclamando la curiosidad de los investigadores y el interés de las empresas de edición. La persistencia de lagunas y de determinadas incógnitas, 'enigmas' en la expresión preferida por los estudiosos del 23-F, continúa animando la búsqueda de la verdad completa, de la tesis definitiva que zanje la cuestión para la historia, pese a que no es poco lo ya publicado y muchas las evidencias expuestas. Casi todos los nuevos investigadores del caso comparten la tesis de que el asalto al Congreso llevado a cabo por el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero era el detonante de un movimiento militar mucho más amplio, dirigido en última instancia a imponer un Gobierno de concentración, de 'salvación nacional', presidido por un militar, Alfonso Armada, que debía 'reconducir' drásticamente la marcha política del país. De lo que se trataba era de aplicar, esta vez por la vía de la presión militar explícita, el proyecto, denominado operación Armada u operación De Gaulle, que había fracasado dentro del marco formal constitucional con la designación de Leopoldo Calvo Sotelo como sustituto del dimitido presidente Adolfo Suárez. En el propósito de descifrar los 'enigmas' pendientes, hay algunos autores que revuelven el sedimento aparentemente asentado de los comportamientos e intenciones de los golpistas, investigadores que buscan la verdad revelada de boca de los principales protagonistas de aquellos hechos. Al igual que quienes les precedieron en la tarea, los periodistas, militares e historiadores que han vuelto sobre el 23-F han tenido que atravesar el laberinto de medias verdades - 'las medias verdades son las mentiras mas grandes'-, dice, con propiedad, el ex general condenado Alfonso Armada, y los campos minados de las versiones subjetivas, del equívoco y de la manipulación generadas interesadamente durante la gestación del golpe y articuladas posteriormente por las defensas de los procesados. La lectura de alguno de estos libros invita a pensar que, ante la ausencia de un testimonio real que aclare las conversaciones del Monarca con el general Armada y responda a las persistentes y malévolas insinuaciones de este último, alguno de los autores parece haberse embebido de las teorías exculpatorias resumidas en la consigna 'A las órdenes del Rey' utilizada por los golpistas. El elemento más novedoso de los últimos títulos publicados es, en todo caso, el que sitúa a los servicios secretos, el Cesid, en el corazón mismo de la intentona golpista.

La participación de una sección de este servicio en el operativo del 23-F está fuera de toda duda, y así fue acreditada en una investigación policial de la época, pero sólo uno de los agentes supuestamente implicados, el entonces capitán de la Guardia Civil Vicente Gómez Iglesias, fue condenado en el juicio del 23-F. El otro procesado en el caso, el responsable de las secciones operativas del servicio de inteligencia, el ya coronel José Luis Cortina Prieto, quedó absuelto. Hacia él apuntan de nuevo buena parte de los autores de las últimas publicaciones. Contra él y contra el actual director del Cesid, Javier Calderón, entonces secretario general de la Casa, embiste ahora el periodista Jesús Palacios en su libro 23-F: El golpe del Cesid. Su audaz tesis es que el 23-F fue obra de los servicios secretos, fruto de una labor de Estado Mayor que consiguió concitar para la fecha señalada proyectos y personas de distinta procedencia y hasta de diferente naturaleza política. En apariencia, la tesis resulta sugestiva, en la medida en que aporta una explicación global que permite salvar las lagunas, inevitables en una trama compleja de estas características, explicar la convergencia en el 23-F de diferentes iniciativas golpistas y la agitación generada por una parte de una clase política que jugó con fuego sin saberlo.

En efecto, casi todo puede encontrar asiento explicativo si se admite que el Cesid ejerció una gigantesca manipulación sobre prácticamente todas las personas que podían influir algo en la España de 1980, desde periodistas a empresarios, pasando por políticos y generales, si se acepta que exageró y utilizó como espantajo el riesgo de un 'golpe duro' en la primavera de 1981, que reunió a las tramas golpistas y precipitó el 23-F, lanzando a Tejero. 'Únicamente un servicio de inteligencia, una institución del Estado que extiende su influencia sobre todas las demás y en el conjunto de la sociedad, dotado con las soberbias y astutas mentes del equipo Calderón-Cortina, podían hacer viable tan compleja conjura', escribe Jesús Palacios. Sin llegar a albergar tesis tan extrema, la mayoría de los otros autores considera acreditado el papel capital desempeñado por el Cesid. Es el caso del coronel Amadeo Martínez Inglés (23-F. El golpe que nunca existió), del teniente coronel doctorado en Derecho, Javier Fernández López (Diecisiete horas y media), del periodista Diego Carcedo (Los cabos sueltos) y del ex comandante condenado por su participación en el golpe Ricardo Pardo Zancada (23-F. La pieza que falta).

El CESID en el punto de mira

A propósito de la implicación de una parte del Cesid, el mismo Jesús Palacios aporta unas declaraciones de Alfonso Armada que suponen toda una revelación viniendo de un hombre tan renuente a entrar en el terreno abierto de las palabras comprometedoras: 'Creo que Cortina y Tejero sí se vieron en alguna ocasión. Tejero estuvo en casa de Cortina. Luego, ante el temor de que su declaración fuese demasiado exacta, cambiaron la decoración y los muebles, y su descripción apenas coincidió. La gente del Cesid venía a contármelo todo. Hoy tengo la absoluta convicción de que Tejero fue empujado'.

La impresión de que una parte del Cesid jugó a dos barajas durante el 23-F se superpone con la idea, latente en varios textos, también en el libro del catedrático de Historia José Manuel Cuenca (Conversaciones con Alfonso Armada), de que la acción de los servicios secretos iba orientada a 'vacunar' a un Ejército nostálgico anclado en el pasado franquista y a disciplinar a una clase política 'irresponsable' embarcada supuestamente en iniciativas peligrosas para la nación. En la caracterización del golpe, abundan expresiones como 'pronunciamiento arlequinesco' o 'mascarada' que suenan algo frívolas teniendo en cuenta lo que pudo muy bien haber ocurrido la noche del 23-F . Algunos autores coinciden en subrayar que la pretendida ingeniería del golpe, supuestamente creada por una parte del Cesid, falló exlusivamente por el factor humano, particularmente por no tener en consideración la personalidad de un Antonio Tejero que, llegado el momento, se negó a obedecer a sus jefes en el golpe: el capitán general de Valencia Milans del Bosh y el general Alfonso Armada.

En su libro El golpe que nunca existió, Amadeo Martínez Inglés implica igualmente al Servicio de Información de la Guardia Civil y a su entonces máximo responsable, Andrés Cassinello. Según estos investigadores, los jefes de los servicios de información, lejos de informar verazmente al Gobierno Suárez de lo que se preparaba, estuvieron integrados en la cúpula misma de la operación golpista.

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