Libros
Lo dijo Joan Fuster, a modo de sentencia enigmática: 'Sobraràn llibres!'. Pero el tiempo, que en su lógica prometía finiquitar la galaxia Gutemberg a manos del audiovisual, ha puesto de manifiesto que el libro, cumplido su papel de soporte material que legaliza las cosas dichas se resiste a desaparecer, se defiende de los guisos virtuales y hasta se alía con ellos para no perder su posición de tótem.
El libro concita pasiones de nuevo, se exhibe como valor en sí llamando al lector huido, a los viejos desertores a volver al redil. Alguien ha querido desmentir al eremita de Sueca, al Diderot de poble, como llamó Montserrat Roig a Fuster en una desenfadada entrevista de hace demasiados años, y el libro está de nuevo, aquí, en el centro de las polémicas. Podría haber sido fruto de que el gobierno de las derechas acaba provocando en las izquierdas respuestas en formato de libro, que, después, cuando gobiernan las izquierdas, pierden contundencia y rigor a pesar de estar impresas en un sitio semejante.
Pero parece que no, porque las derechas, o el centro-derecha, también echan mano del libro para estar en el centro de las especulaciones.
Y todo ello es de celebrar, porque, al fin y al cabo, el retorno al objeto libro desde diferentes orillas hermana a los antagonistas y dignifica las contradicciones.
El presidente Zaplana se fue a Madrid a presentar su libro El acierto de España (Lara). Josep Vicent Marqués acaba de reeditar su libro País Perplex (3 i 4). Joan Francesc Mira saborea el éxito de su último libro Els Borja. Família i Mite (Bromera). Y, finalmente, Rafael Ll. Ninyoles ha dado a luz un libro colectivo sobre la realidad valenciana de ahora mismo, La societat valenciana: estructura social i institucional (Bromera). Andamos, pues, de libros.
Si en el libro del presidente se hubiese seguido la técnica de los de Marqués y Ninyoles (en el primero, Marqués es el autor, y otros participan en la reedición casi treinta años después con lecturas y glosas propias del original del 73, y pido perdón por no haber hecho mis deberes; en el segundo, Ninyoles escribe la partitura y dirige la orquesta de sociólogos, constitucionalistas y politólogos) no estaríamos asistiendo a una polémica menor, pues, al dato de que un presidente en activo publique un libro no hay que buscarle misterios, como tampoco a la brillantez u originalidad de sus discursos parlamentarios.
Que Azaña fuese el autor de sus propios discursos; que Fraga eche mano de un santoral de citas inalcanzables; que Tierno nunca diese por bueno un parlamento si no había lujosas citas de los clásicos romanos; que Pujol cambie expresiones y adjetivos de los originales que corrige; o que el mismo Pere Mayor se antologue a sí mismo ante la competición electoral en un libro son prácticas cortadas con un mismo patrón. Ni siquiera estoy seguro de que el controvertido François Mitterrand, que después de cada revés político se encerraba y publicaba un nuevo libro, fuera algo más, ni nada menos que el editor de su inquietud por la propia imagen.
Nuestro presidente es mucho mejor sin guión, en directo, como sus comparecencias parlamentarias ponen de manifiesto. Si, además, con un libro en ristre contribuye a que el libro se convierta en protagonista, ¿para qué quedarse con la calderilla? Y si estaba Roca Junyent en el bautizo madrileño, ¿qué tendría que añadir a la fiesta del libro un burlado y antiguo reformista como yo?
vicentfranch@eresmas.com
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