Cómo recibimos a Picasso
En un día indeterminado de principios de la década de 1950, el honrado falangista y teniente de alcalde de Cultura Enrique Fuentes Marín recibió una oferta espléndida: hacerse con un lote de obras de Picasso, de tema barcelonés, a buen precio. Pero contestó: '¡Este Ayuntamiento no quiere saber nada de un pintor comunista!'. La historia la cuenta Francesc Farreras en Gosar no mentir, sus magníficas memorias, y es un episodio más de un libro aún por escribir -aunque aparentemente haya más de uno- que desentrañe la compleja relación entre Picasso y la ciudad de Barcelona.
Sin embargo, la década de los cincuenta del concejal Fuentes Marín y de su alcalde, el misterioso Simarro, nada tuvieron que ver con la de los sesenta de Porcioles, aquel picassiano de hecho y de derecho. El 27 de julio de 1960, y tomando como base la donación de Jaume Sabartés, amigo y secretario del pintor, se acordaba la creación del Museo Picasso. Pura voluntad picassiana: Elvira Farreras, viuda del galerista Joan Gaspar, recuerda que los primeros intentos de Sabartés para llevar la colección a Málaga fueron abortados por el artista: 'Cuando Sabartés le dijo Málaga se lo quitó de la cabeza: '¡Málaga, Málaga, qué se te ha perdido en Málaga'!, le espetaba'.
Ha sido restaurado el friso de Picasso del Colegio de Arquitectos. Aquel friso del que tanto se dijo si podía ser obra de un niño
Por tanto, es legítimo suponer que el 28 de abril de 1962, cuando se descorrió el lienzo que ocultaba los frisos de Picasso en la fachada del flamante Colegio de Arquitectos, la Barcelona del franquismo había firmado un pacto de interés mutuo con el pintor. Hasta el punto de que el desvelamiento del lienzo se convirtió en un espectáculo ciudadano celosamente alentado y protegido.
Los dibujos, una vez visibles, provocaron diversas reacciones. Fueron la causa, por ejemplo, de media docena de delitos de un tal JIP, que decía hacer chistes en Destino. Agua va: '¿No las encuentra un poco infantiles esas figuras?'. 'Sí, pero tenga en cuenta que es un Colegio' .Y otro, otro: '¡Es algo de sueño!'. '¿Usted cree?'. 'Bueno, me refiero a esos sueños que dibujaba Goya, esos que producen monstruos'. Sin embargo, se trató más bien de una excepción. La Vanguardia del señor Aznar -la de antes, no la de ahora-, y gracias, probablemente, al criterio de Joan Cortés, un crítico de arte fino e informado, trató con prosa moderna la irrupción picassiana en el antiguo corazón barcelonés. Lo mismo hizo Sempronio en el Diario de Barcelona, que una noche de luna, todavía con el edificio a medio construir, subió con el arquitecto Xavier Busquets a la terraza, y tuvo allí la certeza de que Barcelona era vieja y bella como Roma. En 1962, la Barcelona de Carlos Soldevila había desaparecido, como incluso había desaparecido él mismo. Aun así, y preso seguramente en la melancolía del gran debate sobre el modernismo de principios de siglo, pudo describir en uno de sus billetes semanales de Destino la sensación probablemente mayoritaria en la ciudad: 'Ante determinados encogimientos de hombros, ante no pocos silencios acomodaticios no podemos evitar el sentimiento de una decadencia de la sensibilidad y de un triunfo de una impasibilidad que no tiene nada que ver con la virtud ni con la reflexión'.
Pero la reacción más importante, y de la cual los diarios de la ciudad no hablaron, fue la del arzobispado de Barcelona. Más de una vez, y hasta que el proceso fue irreversible, el obispo Modrego hizo llegar su malestar a la autoridad civil. Un doble malestar. En primer lugar por el hecho de que en zona sagrada se erigiera un edificio racionalista que desafiara la medievalía reinante. Y en segundo lugar, porque el alegre candor picassiano sonriera de manera asaz descarada ante la pétrea mole pagada por el patricio Girona. Pero es verdad que también Modrego, el legendario Modrego, iba de baja en la Barcelona de los sesenta.
En cualquier caso, los dibujos de Picasso fue la mejor de las ideas que tuvo el arquitecto Xavier Busquets para su edificio. Lo reconocieron Cirici y Perucho, en la época, y lo subrayó después Oriol Bohigas en Combat d'incerteses, el mejor volumen de sus memorias. Bohigas, por cierto, cuenta en ese libro una anécdota que merecería ser cierta. El día que Busquets presentó al pintor el proyecto de la gran sala, y le propuso que un artista de nivel internacional, un Miró, por ejemplo, instalara en ella una obra, parece que Picasso contestó: 'No, hombre, no, el Miró ya te lo haré yo'. 'Y entonces', sigue Bohigas, 'dibujó una estrella en el ángulo derecho del plafón de la sardana, que era, sin duda, su interpretación de la iconografía mironiana'.
Las crónicas acaban explicando que muchos barceloneses, aún enternecidos por la estética picassiana, por el cincel de sus recuerdos y de sus obsesiones, los gigantes, las palmas de Ramos, el plein air barcelonés, no se abstuvieron de hacerle al pintor el habitual reproche: '¡Pero si eso puede hacerlo mi niño!'.
Para todos ellos, y para todo tipo de reincidentes, allende los siglos, Juan Perucho dejó escrito en esos días, en las páginas de Destino, esta apreciación indeleble: 'Es preciso decir que para los niños el dibujo no es un arte, es sólo un modo de expresión de su vida a cuestas. Los niños no pueden hacer eso. Sólo un hombre de la sabiduría de Picasso puede dar con un solo trazo la nota de vida'.
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