Ecuador
Pocas veces aparece Ecuador en los medios de comunicación y menos aún en los libros de historia. No faltan estudiantes, universitarios incluidos, que sitúan a Ecuador en África y a Quito en Perú, es decir, en el país con el que Ecuador ha mantenido varias guerras y escaramuzas armadas durante el siglo XX. El ecuatoriano es el típico pueblo conquistado, sin historia para los conquistadores. Y así lo han mostrado las diversas historias oficiales, preocupadas sólo por la grandeza de la época colonial, cuando esas tierras permanecieron vinculadas a la Metrópoli española. Lo que hubo antes de la invasión hispana resulta mera 'prehistoria'. Después, con la independencia y el largo periodo republicano desde 1830 hasta hoy, habría llegado la inestabilidad, todo lo contrario a esa época dorada de 'La Colonia'. Es asombroso comprobar el peso que tiene todavía esa visión, que puede ampliarse también a otros países 'pequeños' de Latinoamérica como Bolivia o Guatemala.
Los indígenas, que pese a la conquista, la explotación y la discriminación han sido durante estos siglos la mayoría de la población de Ecuador, no existen para las versiones oficiales. Como además no han hecho demasiado ruido, por vía de sublevaciones o alzamientos violentos, su historia tampoco ha resultado heroica para la izquierda europea, que sí se ha interesado por la guerrilla en Colombia o los movimientos de resistencia armada en Perú, por nombrar los dos países que lindan con Ecuador. Frente a otros campesinos resistentes y revolucionarios de Latinoamérica, los ecuatorianos estaban adormecidos, eran campesinos con valium, como escuché en alguna ocasión a un historiador de los movimientos sociales de aquella región.
Diferente resulta la visión de los vencidos, propagada en los últimos años por algunos historiadores y antropólogos. Los pueblos indígenas han resistido defendiendo sus costumbres, sus estructuras comunitarias, sus fiestas, sus tierras y su lengua. Y gracias a ello, su presencia se ha mantenido viva, han podido evitar la permanente amenaza de genocidio organizado desde la sociedad hispano-criolla.
Los indígenas no son una pervivencia de épocas antiguas y lo han demostrado suficientemente en la última década. Se movilizaron en defensa de sus tierras en la primavera de 1990, poco antes de las elecciones en las que, en un escenario de expectativas frustradas de cambio y de escándalos de corrupción, salió derrotado el presidente de Izquierda Democrática Rodrigo Borja. Volvieron a la carga en junio de 1994 frente a la política neoliberal de 'reducción del Estado' y de privatizaciones de Sixto Durán. En enero de 2000 encendieron la mecha de un conflicto de imprevisibles consecuencias políticas, apagado momentáneamente desde arriba, con la solución más socorrida, cambiando al presidente y con el Ejército de guardián. Hoy las cosas están todavía peor: miles de ecuatorianos vienen a España en busca de trabajo y los indígenas se rebelan de nuevo en sangrientos enfrentamientos con las fuerzas armadas.
La tenacidad con la que reclaman sus derechos los indígenas ecuatorianos resulta insólita en el panorama mundial. Son pobres continuamente amenazados por desastres naturales y las exigencias externas de terratenientes y de los poderes políticos. Pobres indignados por su miseria, pero también porque nadie presta atención a sus peticiones de que garanticen a sus comunidades servicios mínimos y la subsistencia. Pobres que, dirigidos por profesores e indígenas ilustrados, se organizan para protestar contra las consecuencias sociales de tantas prácticas neoliberales, que han desembocado en la dolarización del sucre, en la frustración por tanta promesa incumplida y en un abismo creciente entre la escasez de muchos y la riqueza de unos pocos, que ven además con temor la irrupción de los 'indios' como fuerza política organizada.
El futuro inmediato resulta incierto y poco esperanzador. Es probable que surjan voces que pidan mantener a raya a los 'indios', voces de los que parapetados en sus riquezas y privilegios son incapaces de modernizar el Estado, de mejorar el sistema educativo, la sanidad, las comunicaciones y las condiciones generales de vida de millones de desposeídos. A la corrupción, la desigualdad y la fuerte crisis económica y social se añade ahora la pérdida de confianza en el sistema constitucional, que mostraba signos de consolidación tras las tendencias dictatoriales que habían salpicado la historia de Ecuador y Latinoamérica en la segunda mitad del siglo XX.
Ni campesinos con valium, ni revolucionarios que desafían colectivamente al poder. Nada piden los indígenas que no hayan pedido ya en otras ocasiones. Pero ahora parecen reclamarlo con más fuerza, con la élite desprovista de proyectos, con una deuda externa imposible de satisfacer y con los gobiernos incapaces de apuntar soluciones. Gustavo Noboa, el vicepresidente elevado al poder por el Ejército hace ahora un año, repite a menudo que hay que 'normalizar las actividades del país' y acabar con los 'gérmenes de descomposición'. Frases poco originales que suelen soltar quienes acceden al poder en circunstancias extraordinarias. La situación tiene un límite, especialmente para el Ejército y para los indígenas, las dos fuerzas protagonistas de los últimos acontecimientos. Ecuador, como puede observarse, no es únicamente tierra de volcanes, donde habita el puma y el cóndor.
Julián Casanova es historiador y ha sido profesor visitante en la FLACSO, Quito.
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