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Columna
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La osadía del halcón

La duda, con beneficio o sin él, era sólo cuestión de tiempo. Y el primer ministro electo de Israel, Ariel Sharon, ha corrido un furioso sprint para despejarla. Se daba por descontado que no iba a aceptar una reanudación de las negociaciones con los palestinos donde las dejó el laborista Ehud Barak hace unas semanas, pero la precipitación, apenas a las 36 horas de su victoria electoral, con que lo ha hecho saber al mundo es toda una declaración política, especialmente poco amena para Washington, donde el presidente Bush aún pedía el miércoles 'una oportunidad para la paz'.

Los que sí estaban preparados, sin embargo, eran los terroristas palestinos, que, aunque técnicamente le ponían la bomba a Barak, aún primer ministro hasta que Sharon forme un Gobierno que apruebe el Parlamento, hacían saltar ayer un coche trampa en el barrio ultrarreligioso de Bëit-Israel, en Jerusalén, causando varios heridos.

Las dos partes, por tanto, ya han hablado. Unos, que no negocian, y los extremistas de los otros, que se dan a la bomba. El gran interrogante es ahora: ¿qué tiene pensado Sharon a falta de política?

Y ahí es donde, paradógicamente, comienzan sus debilidades. Emplear más fuerza contra los palestinos de lo que hizo Barak sería, directamente, una guerra. Pero guerra no puede haber porque hacen falta dos hasta para la más pequeña, y no será el presidente Arafat el que se aliste a esa campaña. A la osadía de Sharon sólo le queda como recurso de escalada militar el asesinato selectivo de pistoleros y personalidades palestinas, con la esperanza de que, desmochando la Intifada, ésta perezca de inanición. Porque para eso se le ha elegido en Israel, para que ponga fin a la revuelta que ya ha costado la vida a más de cincuenta judíos. Nadie esperaba del militar ultra o el ultramilitar que de una chistera alumbrara el conejo de la paz.

Una idea se vislumbra en el horizonte de un voto resignado y mucho más de castigo que de entusiasmo por este primer ministro que lee todos sus discursos con tanta impericia como impaciencia: que meta en cintura a los palestinos para que, un día, puedan reanudarse las negociaciones, aunque entonces haya que echar mano de otro Barak. El primer ministro laborista cayó en las pasadas elecciones no tanto por el plan que ofrecía a los palestinos como porque, desde la óptica israelí, Yasir Arafat respondía con violencia a una verdadera ganga de paz.

De igual manera, el líder palestino se encuentra en un atolladero. Si Israel renuncia a la política, él tiene que reinventar la suya propia. ¿Redoblar de muertos la Intifada? Es posible, sobre todo porque no está claro que la controle suficientemente. ¿Pero qué hará si Sharon procede al aislamiento total del territorio autónomo, no dejando que entre en él comida ni que salga trabajo? ¿Pedir un puente aéreo a Naciones Unidas, como el de Berlín? ¿Cree, quizá, que la comunidad internacional no consentirá que eso pase? Arafat se ha embarcado en una operación peligrosísima. ¿Justificaría a sus ojos una eventual victoria política el que que su pueblo quede exangüe? La Casa Blanca va a estar muy concurrida en las fechas que vienen y Bush el Joven tendrá que doctorarse en Oriente Próximo mucho antes de lo que se imaginaba.

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Por eso éste es el tiempo de la osadía de un anciano militar -73 años en septiembre- que habría hecho un gran papel en las Cruzadas. Aunque le faltara la partida de bautismo.

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