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Reportaje:

La Justicia, en minúsculas

Escolares del Instituto Ballonti de Portugalete conocen de primera mano el trabajo judicial

-'¿Los acusados pueden mentir?'

-'Así es. Tienen derecho a no declarar contra sí mismos en un juicio. No sólo pueden mentir, sino que lo hacen'.

El que habla es un funcionario judicial que ayer participaba en la primera experiencia para acercar la Justicia real a los escolares vascos. 'Os puedo contar una anécdota para ilustrar lo que os acabo de decir. Asistía a un juicio contra un conductor que había tenido un accidente y que había sido acusado por la policía de conducir borracho. En el juicio tuvo que confesar ante el juez que era cierto que había pegado un volantazo y que por eso tuvo el accidente. Lo curioso fue la explicación que dio. Aseguró que lo había hecho para no atropellar... al Diablo. En fin, cada uno que saque sus conclusiones'.

La historietilla reprodujo la misma sonrisa entre los ocho adolescentes que ayer recorrieron buena parte de las instancias judiciales de la Audiencia de Vizcaya, dentro de la campaña impulsada por el Departamento de Justicia, en colaboración con el de Educación y con los responsables judiciales, para acercar la Justicia a los escolares vascos. La iniciativa la estrenaron siete chicas y un chico, alumnos del Instituto Ballonti de Portugalete.

Por la mañana se desayunaron un juicio contra un presunto narcotraficante de poca monta. El abogado defensor se esforzó en convencer al juez de que su cliente era un mero consumidor de speed, mientras que la acusación que pesaba contra él era por un delito contra la salud pública. Y para ello no hacía más que enseñar un buen fajo de multas que, al calor de la Ley de Seguridad Ciudadana, le habían colgado de la pechera los agentes policiales. 'Multas por consumo, señoría', repetía.

-'¿Qué os ha parecido?'

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-'No ha estado mal', responde una alumna de pelito corto y un aro enorme en la oreja.

-'¿Cómo en las películas americanas?'

-'Hombre, bastante más aburrido', responde sin titubear una compañera.

La conversación se produce justo después de la escueta charla del decano de los jueces vizcaínos, Juan Pablo González, y cuando los escolares se dirigen a los sótanos del edificio. '¿Qué nos enseñarán ahora, los calabozos, donde dejan los cadáveres?', se preguntan con la mosca detrás de la oreja.

La respuesta es mucho menos tétrica, aunque la dependencia a la que se dirigen también esconde lo suyo: es el depósito de pruebas judiciales. Varias hileras de enormes baldas acogen en sus repisas cuchillos, televisiones, cintas de vídeo de redes de pederastas, pantalones . '¡Mira eso! si es una catana'. Los efectos de la lectura de uno de los últimos espeluznantes casos de asesinato a manos de un menor, de nuevo en titulares tras la aplicación de la Ley Penal del Menor, hace que una de las adolescentes clave sus ojos en la espada japonesa, libre de restos de sangre. 'Hasta una calavera ha pasado por mis manos'. La agradable funcionaria judicial al frente de todos estos enseres, que una vez hablaron en un juicio, explica cómo cada año se producen las subastas de los utensilios que han dejado de tener valor como prueba y pasan a comercializarse por un precio casi regalado. 'Con objetos de valor, como las joyas, antes los exhibimos por si alguien puede probar que son suyos. Hay quienes han venido con fotos de la boda en la que llevaban un broche que teníamos aquí. El último lote de radiocasetes los vendimos a 100 pesetas la pieza', dice la funcionaria.

-'¿Y cuándo es la próxima subasta?', inquieren al unísono.

-'Tendréis que esperar, porque hicimos una en octubre'.

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