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Columna
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Nuevas miradas

En agosto pasado, en mitad del fragor de la campaña electoral, George W. Bush -el candidato que meses después gracias a Florida acabaría siendo el nuevo presidente de Estados Unidos- se dirigía a sus partidarios reunidos en Miami para anunciarles que se comprometía a que la política exterior respecto a Latinoamérica dejase de ser un 'relleno' de la política exterior norteamericana. Recordando las grandes expectativas de mayor libertad y mayor prosperidad que al principio de la década de los noventa se abrieron para las economías latinoamericanas, el entonces candidato se lamentaba de que la Administración Clinton, tras la negativa del Congreso americana a concederle la autoridad para negociar acuerdos comerciales -el denominado fast track- no hubiese comprometido el suficiente capital político para llevar adelante el proyecto de creación de un área de libre comercio en las Américas. Bush anunciaba entonces que bajo su presidencia las relaciones entre Estados Unidos y los países latinoamericanos efectivamente harían realidad el lema más libertad con más comercio.

Buena parte de las debilidades externas de las economías latinoamericanas tienen su origen en una insuficiente apertura al exterior

La inevitable constatación de la importancia decisiva que para el nuevo presidente tuvieron los resultados electorales de Florida y el reciente anuncio de que su primera visita oficial será a México hacen sospechar que realmente Bush piensa dar un giro significativo a la política exterior norteamericana con relación a Latinoamérica. En el ámbito estrictamente económico, la consolidación del Acuerdo de Librecomercio de las Américas (ALCA) está llamada con toda probabilidad a jugar un papel estelar. Aunque la idea del ALCA no es una innovación total -se originó durante la Administración de Bush padre y en los últimos años los países de la región han trabajado para asegurar que 'funcionaría' en 2005-, lo relevante es que hoy el proyecto se percibe como realmente posible. Las mayorías republicanas en el Congreso y en el Senado permiten que el nuevo presidente realmente cuente con opciones reales de obtener el fast track y así negociar una amplia apertura comercial con los países de la región. Por otra parte, la historia de éxito que México tras su entrada en el NAFTA está ejemplarizando es una baza muy importante para ablandar voluntades entre aquellos que todavía recelan -en Estados Unidos y en Latinoamerica- de la libertad de comercio.

Una extensión de la integración económica entre las economías de la región sería una gran noticia a la que todos, entre ellos los europeos que hemos invertido en la región, haríamos bien en dar una calurosa bienvenida. Cada vez es más evidente que buena parte de las vulnerabilidades externas de las economías latinoamericanas tienen su reflejo, pero probablemente también su origen, en un muy insuficiente grado de apertura al exterior. Todo aquello que pueda contribuir a acelerar el proceso de integración de las economías del norte y del sur del continente debería ser positivo, siempre que funcionen en ambos sentidos, sin restricciones vergonzantes para aquellos sectores en los que Latinoamérica tiene auténticas ventajas comparativas.

Sería magnífico si, por sentido común o por consideraciones geopolíticas que a nadie se le deberían escapar, la aceleración del ALCA convenciese a la Unión Europea de que está en su propio interés no quedarse atrás en ese proceso de una mayor integración con las Américas. Aunque ello le llevara a revisar algunas de las más insensatas barreras -piénsese en la Política Agrícola Común- que hoy dificultan el acceso a Europa de productos latinoamericanos. Pero no sé por qué me da que no va a caer esa breva.

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