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EL 'SÍNDROME DE LOS BALCANES'
Columna
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Síndrome balcánico e histeria inducida

Hay quienes se frotan las manos ante la relación causa- efecto que se ha establecido vertiginosamente en la opinión pública europea entre el uso de munición anticarro con uranio empobrecido en Kosovo y la muerte por diversos tipos de cáncer a lo largo de los últimos años de soldados de ejércitos de varios países que participaron en misiones de pacificación en los Balcanes. Familiares en toda Europa llaman aterrorizados a los teléfonos de información instalados por sus ejércitos. El señor Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea, intenta salir de sus horas bajas de popularidad asustando un poco más a todo el mundo con su demagogia, sin esperar a saber nada más que la noticia de que ocho soldados italianos que en algún momento estuvieron entre las decenas de miles que sirvieron en los Balcanes han enfermado. Y algunos Gobiernos reaccionan a la histeria generando más con sus declaraciones y propuestas populistas ante el supuesto síndrome.

Por supuesto que hay que investigar las causas de las enfermedades de todos estos soldados, por supuesto que hay que hacer pruebas a sus compañeros que creen tener síntomas relacionables, esclarecer si hay vínculos con el uso de dicha munición y en caso de que así fuera, prohibir su uso. Pero nada de esto se ha hecho. Por el contrario, científicos en todos los países afectados, en base a los datos existentes, niegan dicha relación.

Pero eso parece dar igual. Antes de que se haya determinado vínculo alguno entre una cosa y otra, políticos y medios de comunicación parecen sentirse obligados a seguir generando alarma entre sus opiniones públicas para que éstas los obliguen a su vez a iniciativas cada vez más improvisadas y cada vez más irresponsables. Aquí, la inefable dirección de Izquierda Unida pide la retirada inmediata de todos los soldados desplegados en Kosovo, gran gesto de solidaridad internacionalista con aquellos pueblos que reciben protección y ayuda de nuestras tropas.

En otros países, los propios Gobiernos se lanzan a la piscina exigiendo la inmediata prohibición de unas armas que, salvo novedades espectaculares, no parecen ser mucho más letales que otras. La exigencia la han hecho, por supuesto sin más argumentos que recortes de prensa, por lo que el rechazo a la misma por parte de la OTAN y de EEUU en particular estaba cantada. Tanto como la tensión transatlántica gratuita que ha generado.

Todos señalan a EEUU como los malos de esta película. Sin duda lo son y fueron en muchas. Pero los europeos estaban avisados sobre el uso de esta munición. Unos solo tratan de escurrir el bulto. Otros ven ahora la gran oportunidad para revitalizar un antiamericanismo que quedó magullado tras la derrota de Milosevic y su posterior caída. Sin el despliegue norteamericano y sus armas, los europeos asistirían aun a las operaciones triunfales del matarife de los Balcanes. Éste no estaría, como de hecho está ya, aunque haya quien lo lamente, en el umbral de la sala de juicios del Tribunal Internacional para crímenes de guerra. La solidaridad transatlántica garantizada por intereses comunes acabó con la caída del muro de Berlín. Bill Clinton la mantuvo pero hay dudas de que su sucesor haga otro tanto. Y Europa la necesita. Por mucho tiempo. Por eso sería de desear mayor responsabilidad por parte de todos.

Investíguense las causas de las muertes de unos hombres que sirvieron a la paz de los Balcanes y de Europa y que merecen nuestro agradecimiento y recuerdo. Investíguese cual es la situación de la población civil en la región. Pero es un insulto a la inteligencia y una amenaza para la seguridad europea esta histeria que favorece a quienes quieren abrir la brecha entre EE UU y Europa y que, de tener éxito, ayudarían -¡vaya paradoja!- a una administración Bush, deseosa de irse de Kosovo al menor pretexto. Aunque estallara tres días después otra guerra. Que los políticos sean tan irresponsables como para participar en la ceremonia de la confusión resulta pavoroso. Dicen que Bush es un político mediocre. Está claro que no es el único.

htertsch@elpais.es

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